La retaguardia analógica

Comienza el nuevo año escolar y académico, y un número indeterminado de maestros y profesores retomará su convivencia con redes, programas, aplicaciones y plataformas creadas para que la enseñanza sea más moderna, digital y tecnológica. Sin embargo, la velocidad de recambio de los métodos y recursos es inversamente proporcional a la duración de la vida laboral de un profesor de secundaria o universidad. Así, quienes nacimos en los años 60 tomamos apuntes a mano, usamos papel carbón y nuestra primera herramienta de enseñanza fue una tiza. Mi generación tecleó en máquinas mecánicas, luego eléctricas, más tarde en ordenadores y ahora pulsamos los teclados en las mismas pantallas. Sin embargo, en nombre de la vanguardia digital y tecnológica los «baby boomers» resultamos incómodos —obsoletos, incluso— en la era de la inteligencia artificial. No pretendo hacer una defensa del pasado, sino reflexionar sobre la descarada impaciencia de un sistema que estaría encantado de reemplazar a las personas a la misma velocidad con que ha renovado la tecnología.Los conocimientos que adquirimos los mayores de 55 años no tendrían que ser distintos a los que deberían tener las nuevas generaciones. Todo lo contrario: hoy el conocimiento debería ser mayor. Saber más filosofía, tener más lecturas, comprender más idiomas, ser más conscientes de los avances científicos y por lo tanto aspirar a una conciencia más crítica, porque los problemas del mundo contemporáneo exigen que las nuevas generaciones estén mejor preparadas para resolver conflictos y problemas. Sin embargo, la aceleración tecnológica —Ley de Moore, mediante— ha entronizado la persuasión de que se puede prescindir del aprendizaje proveniente de la lectura, porque los microprocesadores y la inteligencia artificial pondrán todo el conocimiento en un clic.En su ‘Normas para el parque humano’ (2000) Peter Slöterdijk llegó a la conclusión de que los medios impresos —es decir, humanistas y analógicos— no son suficientes para mantener los vínculos telecomunicativos que requiere la moderna sociedad de masas, y en ‘El gabinete de Fausto’ (2014) Fernando R. de la Flor y Daniel Escandell Montiel certificaron la defunción del ‘scriptorium’ analógico del Antiguo Régimen, incapaz de asumir la digitalización del mundo. Comparto esta realidad sin ápice de nostalgia, porque sigo haciendo fichas, poblando cuadernos y escribiendo en los márgenes de los libros que leo, subrayo, atesoro y ordeno, como si existiera un lector futuro para mi biblioteca. En realidad, la ilusión, el placer y la curiosidad que me arrasan cuando abro un libro no ha hecho más que crecer desde que era un niño analógico, porque nunca seré un anciano digital.Pertenezco a una generación de enseñantes que se entusiasma con las mismas minucias y me congratulo de formar parte de la retaguardia analógica en la era de la vanguardia digital. Cuando me jubile pensaré como Nabokov: «Resulta extraño pensar que nunca volveré a sentir entre el índice y el pulgar la fría tersura de la tiza virgen».

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