El triunfo de la estupidez

Aborda Jano García en su último ensayo, ‘El triunfo de la estupidez’ (Plaza y Janés), una espinosa cuestión política, que es la entronización por parte del gobernante maligno de la estupidez humana como argamasa para fundar su dominio. Tal entronización de la estupidez alcanza su paroxismo, a juicio del autor, en democracia, donde la masa es halagada como en ninguna otra forma de organización política, pues el gobernante requiere su apoyo para mantenerse en el poder; y donde las bajas pasiones son encumbradas a la categoría de virtudes públicas, muy especialmente la envidia. En realidad, estableciendo este vínculo entre envidia y democracia, Jano García no va más lejos de lo que muchos maestros nos avisaron; recordemos, por ejemplo, aquellos versos de Unamuno que nos advertían que, cuando «la envidia su hiel en muchedumbre vacía / de gratitud al llamamiento sorda / suele dejarla y la convierte en horda, / que ella es la madre de la democracia».Por supuesto, esta «madre de la democracia» necesita disfrazarse con los ropajes de la justicia social. No sólo para expoliar al rico, como señala Jano García , sino en general para degradar y humillar todo aquello que es bueno o hermoso; pues el envidioso necesita ver pisoteadas las virtudes que él no puede alcanzar. El envidioso, como señala Jano García, «nunca verá suficiente el expolio que sufre el prójimo hasta que este no se vea reducido al mismo nivel que él». He aquí, en efecto, el corazón podrido de la democracia, que en esta fase degenerativa final alcanza su paroxismo, mediante la entronización de demagogos que, azuzando las bajas pasiones de la muchedumbre, llevan a cabo sus propósitos más malignos. En su ensayo, Jano García expone nos con brillantez los estragos que esa «envidia igualitaria» –siguiendo la expresión acuñada por Gonzalo Fernández de la Mora– está causando en la comunidad política. En el fondo, tales estragos ya los anticipó clarividentemente Alexis de Tocqueville en su obra canónica ‘La democracia en América’: «Las naciones de nuestro tiempo no pueden evitar la igualdad de condiciones en su seno, pero de ellas depende que esta igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a la civilización o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria». Tocqueville advirtió que la democracia favorecería una nueva forma de despotismo, en la que al déspota le bastaría con amar la igualdad, o incluso con aparentar que la ama, para lograr que la masa rechace cualquier atentado contra la igualdad, entregando a cambio su libertad política. Tal receta la está empleando a mansalva el doctor Sánchez, ante una sociedad que apenas se inmuta; y ante una derecha fofa, encerrada en la jaula mental de sus distorsiones cognitivas.Jano García nos muestra cómo la igualdad de oportunidades, tan necesaria para el sostenimiento de una sociedad sana, se ha degradado en un igualitarismo envilecedor que pretende que los ignaros puedan acallar petulantemente a los sabios, que los vagos puedan vivir opíparamente a costa de los laboriosos, que los viles puedan despreciar olímpicamente y estigmatizar a los nobles. Como observaba Tocqueville , «la igualdad produce dos tendencias: la una conduce directamente a los hombres a la independencia; la otra les conduce por un camino más largo y más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre». Indudablemente, nuestra época maldita ha decidido tomar el camino de la servidumbre, que acaba desembocando en lo que el propio Tocqueville denomina «la tiranía de la mayoría», donde se impone un igualitarismo castrante y una subversión de todas las jerarquías. Y esta pasión igualitaria se torna todavía más monstruosa cuando se mezcla con la obsesión por el bienestar, que convierte a los seres humanos en victimistas ansiosos de obtener comodidades materiales y «nuevos derechos».En algún pasaje de su obra, Jano García sostiene que «los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados», pues un malvado, «para llevar a cabo su plan malévolo, siempre requiere de la participación de otros para alcanzar su objetivo». Un gobernante malvado necesita, en efecto, unas masas cretinizadas que lo encumbren y sostengan en el poder. Pero si son los malvados quienes movilizan a los estúpidos, sin duda los más peligrosos son los malvados, por hallarse en el origen del mal, por mucho que la unión de los estúpidos sea estragadora. Pues un gobernante noble puede convertir a los estúpidos en gente laboriosa; puede estimular en ellos las conductas más virtuosas y benéficas; puede suscitar en ellos el afán de emulación y ennoblecerlos, en fin, hasta el heroísmo o la santidad. En cambio, un gobernante malvado, aparte de halagar a los estúpidos, puede hacerlos también malvados, azuzando en ellos las más bajas pasiones.Un gobernante noble se esmera por ordenar la sociedad jerárquicamente, de tal modo que las capacidades de cada uno, asumiendo el lugar que les corresponde, actúen en beneficio de las capacidades de los demás, potenciándolas. El gobernante malvado, en cambio, no hará sino excitar la envidia de sus gobernados, para lo que necesita subvertir todas las humanas jerarquías, malversar la educación, adulterar las oposiciones, fomentar las reivindicaciones más inicuas y los expolios más sangrantes. Así hasta convertir la sociedad que gobierna en un pandemónium donde triunfan los satanes más bajos.Pero siempre hay hombres buenos que logran, con la ayuda de Dios, vencer la maldad y la estupidez. También de ellos nos habla Jano García en su espléndido ensayo; pero deben ser hombres dispuestos a ser despedazados por la jauría.

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