Sánchez usa de escudo a los jubilados
La célebre ‘geometría variable’ era esto: mantener al caudillo socialista en el poder, pese a estar en minoría en el Congreso, a costa de exigir a todos los demás grupos parlamentarios sumisión incondicional a sus exigencias y aprobación de sus medidas sin discusión, al albur de la sacrosanta conveniencia del señor Uno. El famoso ‘escudo’, lejos de ser ‘social’, siempre ha sido una rodela destinada a proteger a Sánchez, quien tan pronto levanta un muro ideológico para dividir España en dos mitades, y se sitúa en el mismo lado que los populistas de extrema izquierda, los golpistas, los representantes de una banda terrorista y demás enemigos declarados de la Constitución, como forma una barrera compacta con nueve millones de jubilados y se parapeta tras ellos. La unidad de la nación y la igualdad de los ciudadanos le importan lo mismo que la revalorización de las pensiones; o sea, nada, menos que nada, nada de nada. A Sánchez solo le preocupan Pedro, Begoña y acaso también David, que lleva su misma sangre. En aras de intentar blindar su posición para seguir amparándolos mientras satisface su narcisismo pavoneándose por Davos después de haber tomado al asalto Telefónica, está dispuesto a sacrificar los derechos de las personas mayores, a las víctimas de la dana o a los usuarios del transporte público. ¿Qué más da? No sería la primera vez. Desde su desembarco en La Moncloa nos ha empobrecido a todos multiplicándonos los impuestos al no descontar la inflación, a fin de engrosar los ingresos con los que después compra votos. ¿Por qué iban a disfrutar de un trato distinto los pensionistas? Si al final se impone el buen juicio y las pagas por las que han cotizado largos años esos trabajadores se ven incrementadas con arreglo al coste de la vida, será únicamente por el miedo a perder sus valiosos sufragios en las próximas elecciones. Porque lo de echar la culpa a la oposición ya no cuela. Podemos ser mayores (servidora ya ha traspasado la edad de la jubilación), pero no somos idiotas.La buena noticia de este esperpento relativo al ‘decreto ómnibus’ es que, en esta ocasión, el PP no ha caído en la trampa. Ante el abandono de Puigdemont, Pedro el Guapo pretendía que los de Feijóo se arrugaran y, con tal de actualizar las pensiones, dieran su visto bueno al regalo de un palacete parisino al PNV o la prórroga del mecanismo que permite a millares de okupas seguir viviendo de gorra mientras los legítimos propietarios de esas viviendas pasan las de Caín para pagarles el agua, la luz y demás gastos generales. Al intentar escudarse en un colectivo indefenso con el propósito de maniatar a sus rivales políticos, Sánchez solo ha conseguido desnudar su propia ignominia. De todas sus maniobras sucias, ésta es la más miserable.