Meirás y la desmemoria histérica
Como era de esperar, el Gobierno ha decidido convertir las Torres de Meirás en «lugar de memoria democrática», uno de esos espacios de rememoración del franquismo con ocasión de las celebraciones por el 50 aniversario de la muerte del dictador. Una forma de exaltar el período más oscuro de la historia de esta construcción monumental, relegando intencionalmente la vida, la obra y la memoria de su creadora y propietaria original, la escritora Emilia Pardo Bazán.Ante las protestas por semejante ignominia, las autoridades gubernamentales se han atrevido a declarar que es compatible el homenaje a las víctimas de la dictadura franquista con la reivindicación de la memoria del Meirás de Pardo Bazán . Solo la ignoracia sobre la dramática historia de los Quiroga Pardo-Bazán explica semejante dislate, una intolerable humillacion a la descendencia de la ilustre escritora, masacrada por aquellos a los que se quiere homenajear en su propia morada.La operación de manipulación histórica para convertir Meirás en un lugar de «memoria democrática antifranquista» y de desmemoria literaria pardobazaniana es de una tremenda gravedad pues no solo relega a un segundo plano a la autora de ‘La tribuna’, la primera novela social de la literatura española, sino que ofende a ella y a su ilustre familia con una crueldad extrema.No creo que durante sus estancias estivales en este apacible rincón de las mariñas de Betanzos, el dictador haya torturado o asesinado allí a nadie. Pues bien, el único hijo varón de doña Emilia y su único nieto, todavía adolescente, fueron torturados en los sótanos de la madrileña checa de Bellas Artes no por las hordas franquistas, sino por los milicianos, elementos revolucionarios pertenecientes a los partidos y sindicatos de izquierda. Padre e hijo fueron condenados a muerte sin ninguna garantía procesal, en un simulacro de juicio sumarísimo, por un tribunal popular del Comité Provincial de Investigación Pública, formado por miembros del Frente Popular. Con una brutalidad inhumana, si hemos de creer el testimonio recogido por Francisco Camba, tanto Jaime Quiroga y Pardo-Bazán como su hijo, Jaime Quiroga y Esteban-Collantes, que tenía entonces tan solo 17 años, fueron vilmente asesinados por las temibles «cuadrillas del amanecer» en el Parque de la Bombilla (no en la Plaza de España o en la Pradera de San Isidro como se ha venido afirmando), según la partida de defunción de ambos. Los detalles narrados por los milicianos al hermano de Julio Camba, que este recoge en su obra ‘Madridgrado’ (1939), son verdaderamente escalofriantes.Es paradójico, indigno y hasta cruel que la propiedad de una familia tan atrozmente represaliada por los verdugos republicanos, víctima de las milicias conformadas por comunistas, socialistas de la Agrupación Socialista Madrileña y anarquistas de la CNT-FAI, vaya a convertirse en lugar de rememoración no de sus víctimas sino de las víctimas del bando contrario, el que los torturó y asesinó salvajemente.Fuera de posicionamientos ideológicos y de histerismos memorialistas revanchistas, las Torres de Meirás que Emilia Pardo Bazán y su madre imaginaron e hicieron levantar como residencia de una gran escritora, deben dedicarse a preservar su obra y su ideario, defendiendo los valores que ella representa. Por tanto, Meirás debería ser un espacio de investigación y de creación, literaria y artística; de reconciliación y tolerancia también; de defensa del feminismo y la igualdad entre hombres y mujeres; de promocion de la justicia social y del progreso representado por la educación y la cultura… en suma, las líneas maestras del pensamiento pardobazaniano.Es esta la opinión mayoritaria de asociaciones e instituciones literarias en general y pardobazanistas en particular, a la cabeza de ellas la Asociación Prolegado Emilia Pardo Bazán, presidida por la actual condesa de Pardo Bazán, Carmen Colmeiro; de personalidades prominentes de la Real Academia Española como Darío Villanueva y también la posición inequívoca del Gobierno Gallego, cuya autonomía el Estado está conculcando gravemente en este caso.Tras un largo litigio, el político liberal Miguel Pardo-Bazán hereda la propiedad situada en las inmediaciones de Sada a mediados del siglo XIX. En la llamada Granja de Meirás, donde su padre se dedica a la floricultura experimental con escaso éxito, pasa la joven Emilia largas temporadas de ocio y de dura labor literaria, hasta que en 1894 inicia las obras de las futuras Torres, que no estarán finalizadas hasta cuatro lustros más tarde. A imitación de las mansiones neomedievales de grandes escritores románticos como Walter Scott en Escocia o Chateaubriand en Francia, Pardo-Bazán se adscribe al eclecticismo neogótico, el gothic revival, al estilo de Abbotsford House, el castillo erigido por el autor de Ivanhoe. Levanta así este suntuoso palacio almenado a la medida de su obra literaria ya consolidada y de sus altas pretensiones tanto sociales como intelectuales.Pardo Bazán cuidó al máximo todos los detalles de la ornamentación arquitectónica y la decoración interior, cargada de simbolismo, preocupada por imprimir a la casa una huella personal, tal como afirma en carta dirigida a su secretario personal José Alguero, con su característico don premonitorio: para cuando la visiten, si lo visitan, los curiosos del año 2000. Estos visitantes de hoy bien merecen encontrar esas huellas y las de nadie más.Doña Emilia hará de Meirás el epicentro de su trayectoria vital y creativa, representada en los capiteles del llamado Balcón de las Musas que corona la Torre de la Quimera, donde ella escribía, inspirada en la vista del amplio valle que desciende suavemente hacia la Ría. Por este su personal santuario literario, este sueño de piedra, como lo define el profesor Jesús Ángel Sánchez, pasará lo más granado de la clase política e intelectual española de la época: desde Zorrilla en 1883 a Unamuno o Blanca de los Ríos en 1903, desde los infantes doña Isabel o don Fernando en 1914 y en 1920 a Eduardo Dato en 1916.Con el nuevo siglo, la escritora coruñesa convirtió Meirás en un espacio ficcional, Alborada, cuando supera el naturalismo y se adscribe al modernismo en su novela ‘La Quimera’ (1905). En plásticas descripciones de una belleza poética, evoca el referente real de la ficción, ese singular edificio monumental y sus jardines, que se convierten en marco espacial para relatar los últimos días de un pintor, Joaquín Vaamonde , bajo el nombre ficticio de Silvio Lago, que viene a morir a la posesión de su amiga, la compositora Minia Dumbría. Literatura, arquitectura, pintura y música se dan la mano en este espacio singular concebido por Emilia Pardo Bazán que debería convertirse en un gran centro de creatividad interartística. También porque, tal como nos cuenta en los ‘Apuntes Autobiográficos’ que puso al frente de ‘Los Pazos de Ulloa’, fue allí donde sintió la grata fiebre de la creación artística.SOBRE EL AUTOR José María Paz Gago es catedrático de Teoría de la Literatura en la Universidad de La Coruña y escritor