Poesía y derecho

El derecho es una ciencia de palabras. La poesía es un arte de palabras. El fundamento es el mismo en los dos casos, el lenguaje, la diferencia está en el modo de usar el fundamento. El derecho pertenece a las humanidades y no a las ciencias sociales, eso lo aprendí de mi profesor de Derecho Romano, el maestro Álvaro D’Ors . La poesía pertenece también a las humanidades, eso lo había aprendido por mi cuenta un poco antes. Parece, pues, que entre derecho y poesía hay más cosas en común de las que pudieran deducirse de una eventual comparación entre don Antonio Machado y don Cándido Conde-Pumpido . No puede sorprendernos, entonces, que haya jueces que se dediquen a la poesía, siempre que no ejerzan simultáneamente las dos habilidades. Es deseable que sea la poesía la que influya en el derecho, y no al contrario. Dentro de cien años, cuando ya no podamos leerla de puro niños, la historia de Córdoba dirá que hubo una vez un buen cordobés que se llamó Francisco de Paula Sánchez Zamorano . Era juez y era poeta, aunque no a la vez. Pero podría. Podría haber compuesto, a la vez, sentencias bellas y rítmicas como versos, y poemas secos y deprimentes como sentencias. Fue brillante en los dos oficios. Lo más probable, y eso no lo dirá la historia porque se trata de una apreciación personal, es que llegara al derecho a través de la literatura, degenerando. Nunca he entendido que Stendhal , el gran novelista francés del XIX, necesitara leer diariamente unos artículos del Código Civil napoleónico para adquirir un estilo sobrio, preciso. Me parece más acertado leer a Stendhal para darle calidad al Código Civil. Las leyes ganarían mucho si las redactaran juristas poetas, como Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Incluso se cumplirían. Por la emoción, que convence más que el razonamiento. ¿Por qué un texto legal no puede provocar sentimientos en el lector?Mañana por la tarde presenta un libro de poemas don Francisco de Paula Sánchez Zamorano, presidente de la Audiencia Provincial de Córdoba. En el salón de actos del Rectorado de la Universidad, convertido provisionalmente en un tribunal de justicia poética. He leído el libro, y me parece que no está escrito con la mano de escribir libros, sino con toda la biografía del poeta en cada verso. Si estos versos llegan al corazón del lector es porque vienen del corazón del autor. De vida a vida. Es un libro para leer en voz alta, empezando por los niños, porque es un libro para niños de cualquier edad adulta. Mis mayores -Salinas, Hierro- me enseñaron que la poesía tiene sonido, además de sentido, y que la persuasión viene del ritmo. En la poesía, el sonido es el requisito del sentido de las palabras . Por eso llega menos si se lee en voz baja. Hay que recitarla. De ‘Los latidos del alma’ se me han quedado en la garganta algunos versos, que buscan la salida con su propio compás: «La niña pinta una casa, / un árbol verde y un perro». «El pavo está triste, / no quiere comer». «Aprendí lo que guardabas / en las hojas de tu cuerpo», como si el libro fuera la mujer amada. No hay más música en una sonata.

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