A dar la cara al Cervantes

Qué tendrán los museos que tranquilizan, los teatros que reconfortan, los cines que transforman. Quizás sea el paseo de camino a ellos, la predisposición de ir a ver algo y no que ese algo venga hacia nosotros. Sobre todo, cuando ese algo es arte, y el arte, por lo bello, por lo trascendente, por lo singular, bien merece el movimiento, la acción de buscarlo. Se disfruta más una comida habiendo hecho deporte antes, un beso después de un tiempo de coqueteo e indecisión , una cerveza tras una larga jornada de trabajo, un sueñecito plácido producto de un buen madrugón. Un viernes en vacaciones no significa nada, es un día más. La clave del disfrute y del placer siempre está en que nosotros pongamos de nuestra parte, en que participemos del rito y afinemos los sentidos, preparando el espíritu para la ocasión. Al igual que se puede no saber freír ni un huevo frito y diferenciar un McDonald’s de un guiso elaborado, se puede no tener ni idea de pintura y gozar ante un lienzo, se puede no tocar instrumentos y emocionarte con una buena canción, se puede no saber de planos ni de encuadres y descifrar lo que nos quiere transmitir un director. La cosa está en nuestro compromiso, en no dar por perdida la batalla de la sensibilidad, en estar a la altura del reconocimiento de lo imperecedero frente a lo líquido, de lo difícil frente a lo fácil. Solo lo complejo tiene matices, y en la lectura de los matices está la vida. De la misma manera que no tiene nada que ver una falsificación barata del top manta con una prenda cara y verdadera, es radicalmente distinto visionar una película en el sofá de casa, con el móvil pitando sobre el regazo, que vivirla en la oscuridad de un cine, en un silencio litúrgico, creando un recuerdo no solo de la cinta, también del momento, del olor, de la compañía. El histórico Cine Cervantes, el más antiguo de Sevilla, reabrirá sus puertas al final de este mes para proyectar un ciclo de películas clásicas. Cuando se cerró en 2022, todo el mundo derramó lágrimas hipócritas de nostalgia. Las mismas que sueltan aquellos que escriben por Twitter apenados porque ha cerrado el bar de la esquina, alertando de la pérdida de identidad de nuestra ciudad, mientras con el mismo móvil encargan la cena a la cadena de comida rápida más cercana. Con la apuesta de la familia sevillana que regenta este Teatro de volver, hay una oportunidad de oro para acercarse a la calle Amor de Dios y embriagarse de esa magia añeja de este enclave que es Bien de Interés Cultural. Si esto no funciona y tienen que cerrar, la culpa no será de la turistificación. Ya habrá tiempo de hacer pucheritos, de que corran ríos de melancólica tinta. Ahora le toca al sevillano dar la cara.

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