Sevilla se ha puesto guapa
Hubo un tiempo en que el sonido que gobernaba las mañanas sevillanas era el del canto de los gorriones. Ahora, el sonido que impera es el de las ruedas de las trolleys. Pero este sonido, en estas semanas, cambia de naturaleza. Son las mismas trolleys, pero no de turistas aturdidos enfrascados en yincanas para localizar sus apartamentos turísticos, sino de jóvenes universitarios que se dirigen a sus pisos de estudiantes o a sus residencias. De repente, la luz septembrina ha cambiado; a la depresión postvacacional le sucede una explosión de nervios, excitación, alegrías y ganas de vivir. Sevilla, de un día para otro, se vuelve joven, radiante, universitaria, y eso es maravilloso.Hay una sensación que iguala a ciudades tan distintas como Granada, Salamanca o Santiago de Compostela. Diría más bien que es una pátina, un barniz de frescura, una alegría diluida en el aire, que obedece a su condición de ciudades universitarias. Eso las hace cosmopolitas, modernas, vivas. El sonido de las trolleys de un turista es similar al de las trolleys de un estudiante. Pero la trolley del estudiante viene para hacer ciudad, y en cierto modo para quedarse. La ciudad donde se decide estudiar lo transforma a uno, pero uno también contribuye a transformar a la ciudad; se convierte, por unos años, en ciudadano de ese destino, convive con su cultura, influye en ella, establece vínculos que ya difícilmente se rompen. Vínculos basados en la vivencia y la convivencia de un espacio compartido. Conservo buenos amigos de mi etapa universitaria que vinieron a Sevilla y forjaron lazos con la ciudad que se mantienen en el tiempo; algunos, de hecho, se quedaron aquí y hoy son más sevillanos que yo mismo.En estos días de inicio de curso, caminar por la mañana hacia el trabajo es una alegría. De repente, Sevilla se ha quitado treinta años de encima; se ha puesto guapa. Camino de su primer día de clase, la chica que avanza delante de mí por Calle San Fernando se ha detenido cuatro veces para hacerse selfies. Paso junto a un grupo de cuatro chavales que van a compartir piso y se tropiezan con sus maletas mientras bromean. Una madre detiene su coche junto al Prado para dejar a su hija universitaria; se gana los pitidos de los que vienen detrás y la hija, al salir, protesta enérgicamente, sin ahorrarse los insultos. Al pasar por delante de una residencia universitaria, tengo que sortear abrazos para poder seguir avanzando. El turismo está matando nuestras ciudades, pero la vida universitaria las sana. Sevilla necesita todo ese ruido, todo ese revuelo, toda esa alegría. Las trolleys juveniles son tan ruidosas como las de los guiris, pero es un ruido feliz, como el llanto de un recién nacido. Abracémoslos y démosles la bienvenida. Ellos no lo saben, pero vienen a salvarnos.