Punkis, gitanos y bulerías: los amaneceres del Candela
Todo acababa siempre en el Candela . Calle Olmo esquina con calle Olivar. Pocas entrevistas de ABC a un guitarrista, cantaor o bailaor no pasaban por el pequeño bar de Lavapiés, en Madrid. Cuando recibió el Premio Princesa de Asturias a las Artes, Carmen Linares recordaba el «millón de veces» que escuchó cantar en su pequeña cueva del sótano a su compadre Enrique Morente : «Miguel, el dueño, nos intentaba echar a las 7 de la mañana al grito de ‘¡vendo pijamas!’ o ‘¡venga, que nada es eterno!’, pero no había manera».«Había una afición enorme. Se podían ver allí hasta veinte estuches en el suelo. ¡Menudas fiestas, era un disparate!», comentaba Rafael Riqueni sobre la época en la que llegó a Madrid a brearse con otros grandes guitarristas jóvenes como Tomatito, Vicente Amigo, Juan Manuel Cañizares o Gerardo Núñez. Todos se juntaban en el Candela para intercambiar lo aprendido. El productor Javier Limón , con sus diez premios Grammy y su capacidad para «cantar 400 estilos de fandangos», reconocía que todo se lo debía a las «mil noches de aprendizaje» que pasó allí «hasta el amanecer». Diego ‘El Cigala’ nació al lado, en el mismo barrio de Lavapiés, y aseguraba que vivió el «último resquicio de la mejor etapa del cante en el Candela, donde era maravilloso encontrarte a tantos genios de fiesta… ¡Madre mía!». El Candela, siempre el Candela, como faro subterráneo de casi todo lo que ocurría en el flamenco de la época desde que abrió en 1982 hasta la muerte de su dueño, Miguel Aguilera, en 2008. El cantaor recordaba el día que conoció allí a Camarón: «Entró con una gabardina, un gorro y unas gafas de sol, atravesó el bar, bajó a la cueva y se sentó solo en una esquina. Supongo que quería pasar desapercibido. Luego llegó Morente y nos dijo: ‘No le agobieis, hombre, que se va a ir’. Pero al final se quedó en camisa, cogió la guitarra y se puso a tocar y cantar. Me quedé loco, petrificado. Fue una noche mágica».Noticia Relacionada estandar Si Así se gestó el secreto mejor guardado de Soleá Morente: el disco «sagrado» que grabó con su padre Israel VianaJacobo Rivera recupera esta última entrevista en ‘Candela, memoria social de un Madrid flamenco’ (Altamarea). El ensayo relata los cuarenta años del mítico bar como excusa para hacer un recorrido por una ciudad muy flamenca y, sobre todo, por un barrio en el que, hasta hace poco, era inevitable cruzarse con el cante en cada esquina. Sin embargo, en 2022 se anunció que el bar cerraba –recientemente ha reabierto con otros dueños y el intento de mantener su espíritu–, poco después de que lo hicieran Casa Patas y el Café de Chinitas. La igualdad del Candela«La diferencia del Candela con esos tablaos históricos es que estaba habitado por diferentes tribus. Además de los flamencos, había músicos cubanos, okupas, famosos y vecinos de toda la vida. Miguel nunca ponía a nadie por encima a la hora de servir una caña, da igual que fuera Almodóvar o un desconocido. Esa sensación de igualdad y espacio compartido, donde se mezclaban punkis y gitanos, lo hacía especial. No tenía el elitismo de algunas peñas. Conocí a un gitano de Orense que algunas noches cogía el coche para venir a tomarse algo al Candela. Le gustaba porque podía cantar y tocar la guitarra tranquilamente, sin ser profesional ni que le miraran mal», comenta Rivero, sentado en una cafetería de Lavapiés, el barrió al que se mudó en 1997. El libro hace también un recorrido por la época de los cafés cantante a finales del siglo XIX y pasa por los años del antiflamenquismo, que llevó al diario ‘El Liberal’ a publicar, en 1883, que «el flamenco es la causa del 20 por 100 de los crímenes de Madrid». También rememora la etapa de la «ópera flamenca», que convirtió a la ciudad en la capital de la industria del entretenimiento; de la academia Amor de Dios, que sigue formando a las principales figuras del baile, y del centro social okupado Minuesa, donde El Cigala dio sus primeros conciertos. Hablamos del barrio donde nació el gran guitarrista Ramón Montoya y donde vivieron las principales figuras de la historia del flamenco, como Morente, Fosforito o La Tati. Por eso el Candela comenzó allí su andadura, compartiendo local con la Peña Chaquetón que, al principio, ocupaba la cueva. Las desavenencias hicieron que separaran sus caminos y que Aguilera se quedara con el inmueble para convertirlo en un lugar de referencia, siempre con la ayuda de su amigo de la infancia en Granada: Morente. La bendición de CamarónPor allí pasaba también Paco de Lucía. La hija del dueño, Rosa Aguilera, cuenta: «Venía mi madre a limpiar a las 12 del mediodía y todavía estaban festejando. Cantaban, bailaban, bebían, reían. Lo pasaban en grande». Rivero asegura que en el Candela germinó una energía que contagió a toda una generación de músicos y recupera anécdotas como aquel día que Camarón salió a las nueve de la mañana de la cueva y, en la puerta, tras correrse la voz por el barrio, se encontró con una multitud de gitanos que le echaban a sus hijos encima para que los tocara y bendijera. «Fue alucinante, medio mágico», recuerda uno de los testigos. Morente fue el tutor de ese ambiente y Miguel, el guardián de la gruta. El guitarrista José Carbonell Montoyita relata en el libro que ambos eran «muy amigos» y se juntaban allí muchas tardes a jugar al ajedrez en una escena entrañable. Alguna vez, el cantaor iba en zapatillas porque estaba al lado de su casa. «A lo mejor venía de un gran concierto y se ponía a hablar con el último borracho de la barra, aunque hubiera gente que había venido a hablar con él», explica el periodista. En su ensayo, Rivero incluye otra anécdota de un veterano flamenco de Granada que refleja muy bien el ambiente del barrio: «Una noche salíamos a las cuatro de la mañana del Candela y Enrique me llevó a un tugurio a dos callecitas donde había unos muchachos con crestas de colores y remaches por toda la ropa. Le dije: ‘¡Pero Enrique, dónde me has traído!’. Él me contestó con media sonrisa: ‘No te preocupes’. Yo no estaba acostumbrado a estar con punkis, pero Enrique estaba encantado».«Si lo comparas con esas décadas maravillosas del Candela, Lavapiés ha cambiado y ha perdido muchísimo patrimonio flamenco, pero nunca lo daría por muerto. He conocido a gente joven que busca cuevas parecidas, aunque no lo haga público y sea más o menos clandestino, para juntarse y mantener vivo ese flamenco más o menos ‘underground’», subraya el autor.