Barcos en el desierto

El lago Ara l es un espejo sombrío del desastre que aguarda a nuestro mundo si no somos capaces de preservar el medio ambiente. La ciudad de Moynaq , al noroeste de Uzbekistán , es el epicentro de la devastación que ha provocado la desaparición de un lago que en 1960 tenía 68.000 kilómetros cuadrados y que en 2007 había perdido el 90% de su superficie. Cientos de barcos varados en el desierto testimonian lo que fue una extensa región donde floreció la pesca y la agricultura y donde ahora sólo hay polvo y tierra contaminada. Una imagen que anticipa el Apocalipsis vaticinado por los profetas del pesimismo.No hay más que andar unos kilómetros desde el antiguo puerto de Moynaq para toparse con cientos de pesqueros que yacen como esqueletos oxidados en la arena . Están allí desde hace décadas y parecen tallados por la mano de un artista caprichoso. La sequía y la falta de humedad contribuyen a la preservación de estos fantasmas que emergen del pasado. No resulta difícil acceder a sus entrañas y hallar los restos de sus viejos motores y aparejos.Situado entre Uzbekistán y Kazajistán , al norte, el llamado mar de Aral, aunque era de agua dulce, se había formado durante cientos de miles de años por la confluencia de los cauces de dos grandes ríos en una enorme vaguada: el Amu Daria y el Sir Daria . Todo cambió en 1959 cuando la Unión Soviética decidió por decreto del Politburó crear la mayor industria algodonera del mundo en la región.El colapso del ecosistema convirtió el antiguo vergel en un arenal baldío en paralelo al hundimiento de la Unión SoviéticaSe construyeron canales para irrigar el algodón , lo que provocó el descenso del nivel de las aguas a un ritmo de 10 centímetros al año en la década de los 70. En los 90, el lago descendía un metro cada doce meses. Y en 2007 era ya un desierto sin vida. Centenares de especies de insectos, aves y peces desaparecieron. Los pescadores tuvieron que abandonar sus barcos y la pesca del esturión y la platija. El caviar , fuente de ingresos de la zona, dejo de fluir.Moynaq, con 12.000 habitantes, es una ciudad en declive que añora los tiempos de prosperidad en los que la pesca y el cultivo de cereales elevaron el nivel de vida de la población. A la entrada, hay una enorme estructura metálica triangular con el nombre de la villa y un medallón azul que reproduce la imagen de un esturión. Imposible imaginar si no se conoce la historia que muy cerca de allí había un mar que alimentaba a miles de familias.Hoy sólo queda la tierra reseca y contaminada por los pesticidas y la salinidad que se multiplicó por cuatro cuando sus aguas fueron desviadas. No sólo sufrieron las especies animales sino también los hombres que vivían a las orillas del Aral, que padecieron a partir de los años 90 una plaga de enfermedades. El colapso del ecosistema convirtió el antiguo vergel en un arenal baldío en paralelo al hundimiento de la Unión Soviética.Las autoridades de Uzbekistán y Kazjistán intentan hoy revertir el impacto del desastre . Se ha construido una presa para elevar las reservas y el deterioro parece haberse frenado. La zona norte del lago ha recuperado algunos centímetros , pero la parte sur está prácticamente seca. El Amu Daria, que nace en la cordillera de Pamir, navegable a lo largo de 1.400 kilómetros, ha dejado suministrar el caudal histórico que nutría el gran lago.La devastación se ha convertido en un espectáculo en Moynaq, donde arriban cada día cientos de turistas para contemplar esos barcos varados en el desierto que parecen salidos de una pesadilla y que recuerdan lo que fue la ciudad hace sólo medio siglo.

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