Anteo muere en Sevilla

El noveno círculo del infierno está destinado a los traidores y es habitado por gigantes. Así lo concibió Dante Alighieri. En la imaginación del florentino, los traidores eran personajes de cuerpo grande y tosco, cuyo orgullo desmedido alimentaba la traición. Uno de los gigantes condenados en el pozo de ese círculo infernal se llamaba Anteo. Anteo era un tipo fiero: coleccionaba cráneos humanos y aspiraba, albañil fúnebre, a construir con ellos el techo de un templo en homenaje a su padre, Poseidón. El poder de Anteo era el que le había dado su madre la diosa Gea, alegoría de la Tierra. Toda madre protege y alimenta a su hijo, aun a costa de sí misma. Y esta era la protección maternal: si el gigante Anteo caía o rozaba levemente el suelo, su madre, presente a través de la tierra, le daba fuerzas de nuevo. Ella lo levantaba y lo volvía en sí, como si fuera un tentetieso. Anteo tenía en la toma de tierra su baza victoriosa, justo al contrario que los mortales, que creemos que caer a tierra es perder y que ser de altos vuelos es ganar. Pero aquí llega un personaje que cambia la historia: Hércules, que venció al gigante con el hábil recurso de levantarlo en vilo. Lo elevó del suelo y, apartado de la tierra, lo asfixió. El mismo Hércules, a quien tenemos por personaje muy andaluz y al que pintamos entre columnas y con leones a sus pies en nuestro escudo, fue el matagigantes que hábilmente acabó con su enemigo alzándolo y dándole un estrecho abrazo que resultó ser mortal. La muerte de Anteo es contada en las venerables líneas de la mitología grecorromana. A los 80 alumnos que este año se han matriculado en el primer curso del grado de Filología Clásica de la Universidad de Sevilla, mis compañeros de la Facultad de Filología les enseñan este mito, en el que se mezclan sonoros nombres femeninos como Ifínoe, Tingis o las Hespérides. Pero estos jóvenes estudiantes (que no son pocos) podrían muy bien buscar la aplicación de este mito a su ámbito inmediato: el de la Sevilla de ahora, tan lejana en el tiempo y en el espacio de la historia de Anteo.Porque la muerte de este gigante revive a diario en Sevilla desde hace unos años. Sevilla es Anteo, y el Hércules que nos está matando, a base de azuzarnos para que nos levantemos de las plantas y muramos de éxito, es el Hércules del exceso, de lo extraordinario, de vivir por encima de nuestra capacidad. Sevilla morirá si no pisa el suelo, si no pone los pies en él. Porque mientras nos enojamos mirando al cielo porque no nos llega un avión directo de China repleto de turistas asiáticos, no atendemos a otras industrias y empresas que crecen silenciosamente en nuestro suelo, llenas de oportunidades y de profesionales capacitados. Mientras Sevilla convierte en una ordinariez el uso de la palabra extraordinario, descuida la belleza de esperar a que se cumpla el ciclo rutinario de las cosas, para que las procesiones, las cabalgatas y las flamencas lleguen cuando toca que lleguen, no antes, no después y no más. Mientras Sevilla llena de miradores (perdón: rooftop-terraces, en la nueva jerga) las azoteas de cientos de hoteles y miles de molestos apartamentos turísticos, tenemos viviendas que los sufren, donde se alojan quienes viven en Sevilla y quieren quedarse aquí para formarse y crecer. ¿Quién dice que Sevilla está ensimismada? ¡Si no para de sacar la cabeza, de ponerse de puntillas, de levantar la mano pidiendo la atención ajena! No puede estar ensimismado quien no quiere vivir en sí mismo, quien se traiciona, quien no mira y atiende a lo que es, a lo que tiene, a lo que su rutina (ya cargada, ya repleta de magnos hechos cíclicos) le prepara cada año. Ensimismarse incluye una parte de sosiego y autoconocimiento. El Hércules que nos levanta del suelo nos mete pájaros en la cabeza, nos engolosina con rivalidades provincianas, nos mata: orgullosos, creemos que crecemos, pero no es verdad, es un espejismo.Para que Sevilla no muera, como Anteo, a manos de Hércules, miremos al suelo, a nuestros adoquines, a nuestro albero, al estrato que hay debajo de las columnas de la calle Mármoles, a los cimientos de nuestro patrimonio, a las estructuras sólidas que edifican nuestras universidades públicas y nuestros colegios: que sí, que a mí también me gusta la Sevilla de la Giraldilla, pero no nos olvidemos de que es veleta, mudable, tornadiza, y que la giganta hispalense es como Anteo: se cae si no tiene los pies en la tierra.SOBRE EL AUTOR Lola Pons FILÓLOGA, CATEDRÁTICA EN EL DEPARTAMENTO DE LENGUA ESPAÑOLA, LINGÜÍSTICA Y TEORÍA DE LA LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA

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