De campaña en Campaña

En alguna ocasión, tras hablar con el maestro sobre el retablo de Santa Ana, lo califiqué como el vigilante de las playas patrimoniales donde se nos ahogaban de olvido las mejores piezas artísticas de nuestro pasado. Un pasado tan fecundo y exuberante que no podíamos con su tonelaje, abundante y rico como la carga de un galeón indiano. Vino a cuento aquel calificativo porque Enrique Valdivieso, que preparaba su libro sobre Pedro de Campaña, se encontró el retablo mayor de la seo trianera en un estado con sus constantes vitales muy débiles, aunque el párroco estaba muy interesado en que le arreglaran las cajoneras. En ese altar figuraban quince óleos de uno de los pintores renacentistas, asentado en la Sevilla americana al calor del brillo del oro, más destacados: Pedro de Campaña. El catedrático se abrumó con el descubrimiento. Se llevó las manos a la cabeza y entendió que aquella maravilla no podíamos tratarla como un pie de lámpara apolillada de las que se venden en el Jueves. Y decidió tomarse un café, que es el primer paso que se da en Sevilla para arreglar lo que no tiene arreglo.En el bar que Paco Hermosilla tenía frente a la Catedral, Enrique Valdivieso quedó con el único agente de la sociedad civil en activo que tiene Sevilla, según definición de Antonio Burgos. Valdivieso le hizo ver a Joaquín Moeckel que tenía que volver a agitar y sensibilizar a la ciudad para que se volcara en donaciones como ya consiguió con El Salvador. Y el abogado, hizo suya la causa, le sacó filo al sable de los sablazos solidarios, y empezaron a llover los donativos para costear la restauración de aquellas maravillas de Pedro de Campaña. Se metieron las manos en los bolsillos los mayoristas de pescado del Merca que presidía Antonio Vela, los toreros Manuel Jesús ‘El Cid’ y Morante de la Puebla, La Real Maestranza representada, en aquel tiempo, por Alfonso Guajardo Fajardo, Luis Manuel Ruiz Macareno, Francisco Osorno, la viuda del inolvidable Sainz de la Maza y Cajasol, entre otros. La campaña en favor de Pedro Campaña cuajó. Y hoy, el retablo mayor de San Ana, tienen vida por delante gracias a que el vigilante de la playa casi infinita de nuestro patrimonio se tomó un café —arregla— todo en aquella mesa del bar de La Ibense. Deo gratia.En Sevilla las campanas ya no repican cuando se va alguien principal. Ahora suenan mucho más los guasás fúnebres que cifran el cariño y la admiración por los que cruzan al otro lado de la vida. Con Enrique Valdivieso me llegó la consternación de Javier Verdugo, Álvaro Pastor, José Luís Villar. Y las redes se llenaron de lágrimas de alumnos que nunca olvidarán al maestro, ¿verdad Benito Navarrete?, al que sus alumnos le aplaudían cuando terminaba sus clases. Se le paró el reloj por culpa de una humareda en casa. Terrible sarcasmo para el hombre que fue catedrático de la claridad docente, investigadora y académica.

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