Se cumple un año del asesinato de Maya en Gaza: «Tenía un permiso para venir a Sevilla pocos días después y al final tuve que volar yo a Israel para enterrarla»

Hace justo un año Maya Villalobo , una joven sevillana-israelí de 19 años, moría tras el incendio de un búnker en el que hacía labores de vigilancia en un cuartel situado en Gaza, a un kilómetro de la frontera israelí. Era el 7 de octubre de 2023 y con ella murieron aquel día 15 de sus 19 compañeras -casi todas de su edad- en un atentado terrorista sin precedentes -y con muchos frentes- perpetrado por más de mil milicianos de Hamás. Se estima que ese día fallecieron más de 1.200 ciudadanos israelíes, entre ellos familias enteras, con ancianos y niños. Los asaltantes secuestraron también a más de 250 personas, muchas de las cuales resultarían muertas o asesinadas. Este sangriento atentado, del que emitieron escalofriantes imágenes algunos de sus autores, desencadenó la no menos sangrienta guerra de Gaza, en la que se calcula que han muerto -de momento- más de 41.000 palestinos, entre ellos, familias enteras, con ancianos y niños. A la destrucción de la ciudad palestina con bombardeos por tierra, mar y aire, se ha sumado en los últimos días la de ciudades fronterizas del sur del Líbano, donde se asienta el grupo terrorista Hezbulá .Maya llevaba sólo unos meses realizando el servicio militar (obligatorio en su país para hombres y mujeres) y menos de cien días en el cuartel donde pasó los últimos momentos de su vida en circunstancias aún sin esclarecer. Su labor, como la de sus compañeras en edad militar, era tratar de detectar cualquier incidente de seguridad o la presencia de posibles terroristas.El padre de Maya se llama Eduardo Villalobo, tiene 55 años y es profesor de Microbiología de la Universidad de Sevilla. Hoy está en la ciudad de Givatayimlí, muy cercana a Tel-Aviv, recordando a su hija, junto a su madre, Galit Sinvany. Pocos días antes de coger un avión rumbo a Israel, este padre huérfano (de su hija) aceptó charlar con un periodista de ABC en una cafetería del barrio de Triana llamada Mamma Queen, donde solía desayunar con su hija, cuando venía a Sevilla. Ha sido un año muy duro para Eduardo, que no es judío, pero ha mantenido el ritual de encender una vela el día 7 de cada mes en recuerdo de Maya. Ya hay once velas y hoy encenderá la número 12 -una por cada mes sin ella- en el cementerio israelí donde reposan sus restos. « Es una manera de mantener la referencia temporal. Se ha hecho muy lento todo este año y se me hace muy duro las vísperas de cada 7. Los días 7 de cada mes son tremendos pero el de este mes de octubre es más duro porque el día 1 fue su cumpleaños«.Una chica en la flor de la vida Arriba, una imagen de Maya Villalobo antes de iniciar el servicio militar en Israel. Debajo, con su padre, Eduardo Villalobo, profesor de Microbiología de la Universidad de Sevilla ABCEduardo se esfuerza por ser positivo dentro de la tragedia que supone perder a tu hija de 19 años y perderla, además, de esa forma. Y trata de recordar los momentos de felicidad que compartió con ella desde que nació. «Ella era celiaca y veníamos mucho a desayunar aquí. Le ponían el pan sin gluten y le gustaba mucho. Le fascinaba la ciudad y, cuando se hizo mayor, trajo a sus amigas porque querían que conociera su otro yo, por así decirlo«, cuenta su padre.Maya nació en Israel y tenía su domicilio habitual cerca de Tel-Aviv, pero ha pasado largas temporadas en Sevilla con su padre. A pesar de estar separados, Eduardo y Galit seguían formando una familia. «Eso siempre lo hemos tenido claro. Cuando enterramos a Maya, me dijo su madre que siempre habíamos sido una familia muy pequeñita, de tres personas -en Israel lo normal son las familias numerosas- y que ahora nos habíamos quedado en una familia sólo de dos personas».El 7 de octubre de 2023 marcó la vida de más de mil doscientas familias en Israel y una de ellas fue la de Eduardo y Galit. «Aquel día todo fue muy confuso. Yo suelo ir al mercado de Triana los sábados por la mañana y empecé a mirar en Twitter y leí la noticia de que estaban cayendo cinco mil misiles en Israel. Y llamé a su madre para preguntarle cómo estaba ella y si sabía algo de Maya».Maya planeaba volar a Sevilla muy pocos días después para celebrar con su padre su cumpleaños, que era el día 13, y pasar con él unos días en la capital andaluza. Había pedido un permiso y se lo habían concedido. «En aquel momento no sabíamos la dimensión de lo que estaba ocurriendo en esa zona fronteriza y mi preocupación era que la situación se complicara y le cancelaran el permiso«. La madre de Maya intentó hablar por teléfono con su hija esa misma mañana del 7 de octubre, pero ella no contestó ninguna de sus llamadas. A las 9,30 una compañera de Maya enviaba un mensaje a su madre que decía: «Mami, estoy bien. Te quiero mucho». Y a partir de ahí el silencio.Al no tener noticias de su hija, Eduardo Villalobo se puso en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores . «Llamé al teléfono de emergencias consulares informando de que había una española desaparecida en Gaza con la esperanza de obtener alguna información. El lunes me llamó la Guardia Civil pidiéndome que presentara una denuncia para poder recabar información e iniciar una investigación».Tres escenariosEduardo se planteó durante esas largas horas de angustia e incertidumbre tres escenarios. El primero -y más benévolo-, que su hija hubiera logrado esconderse y permaneciera a salvo, a la espera de que sus compañeros la rescataran; el segundo, que hubiera sido secuestrada por milicianos de Hamás ; y el tercero -que ni siquiera era capaz de verbalizaren ese momento-, que estuviera muerta.Tras tres días sin noticias de su paradero, la angustia e incertidumbre de Eduardo y Galit era inenarrable. «Su lugar de trabajo estaba en una zona casi desértica, Maya era celiaca, podría estar, además, herida y quizá no le quedara comida o agua para beber« , fue uno de los pensamientos que atravesaba la cabeza de Eduardo, según recuerda un año después. Pero dice que no perdía la esperanza de una llamada salvadora -de su hija o de alguien que estuviera con ella- que la situara con vida y a salvo.La tarde del martes 10 de octubre, la madre de Maya recibe una llamada y no precisamente salvadora. Un funcionario israelí le dice que necesitan hacerle una prueba de ADN . «Yo soy biólogo y, cuando Galit me lo cuenta, me vengo abajo. La razón es que imaginaba que detrás esa petición habría un cadáver, o restos de alguno, sin identificar», cuenta Eduardo. Poco después, este profesor y científico sevillano logra hablar con un informático español que colabora con varias agencias internacionales. Le dice que no se ponga en lo peor, que el nombre de su hija no aparece en el registro de fallecidos ni en el de secuestrados, y que no debe perder la esperanza. Eduardo se va a la cama la noche de ese 10 de octubre con un único deseo : que no suene el teléfono. Está convencido de que si recibe una llamada a lo largo de esa noche, no será de Maya sino la del funcionario que le pidió las pruebas de ADN a su madre. A las cuatro de la madrugada sonó el teléfono, lo descolgó y su cuñada le dio la fatal noticia. Se confirmaba el escenario que ni siquiera era capaz de verbalizar.El olor de su chaleco El sufrimiento de Eduardo -como el de cualquier padre al que le comunican la muerte de su hija- es imposible de describir con palabras, pero no resulta difícil de imaginar. Sin embargo, tardó varios días en exteriorizarlo. « En ese momento no pude llorar y me dio rabia no poder soltar todo esa tristeza y todo ese dolor que llevaba dentro. Hay gente que en casos así se pondría a romper cosas con furia pero yo lo único que quería en ese momento era tener cerca de mí algo de Maya. Y lo único que tenía en casa de ella, tras buscar en su armario, era un chaleco y unos calcetines. Y a eso me agarré. Olí ese chaleco y eso me tranquilizó«.El dolor se manifiesta de muchas maneras y las primeras lágrimas no llegaron a las mejillas de Eduardo hasta que se reunió con su madre -la abuela de Maya- y toda su familia sevillana en un tanatorio de Dos Hermanas , donde se despidió a la joven a cinco mil kilómetros de distancia de donde se encontraba su cadáver. Y al día siguiente, voló a Tel-Aviv para reencontrarse con lo que quedaba de su hija. Paradojas del destino, Maya tenía previsto ese mismo día volar a Sevilla para pasar con su padre el día de su cumpleaños, el 13 de octubre. « El que iba a ser el primer día de nuestra estancia juntos en Sevilla, su madre y yo la estábamos enterrando en el cementerio de Givatayim«, cuenta Eduardo. El último cumpleaños de Maya había sido 13 días antes, el 1 de octubre. En el aeropuerto de Tel-Aviv le recibieron dos militares, que le advirtieron de que la situación tras los atentados seguía siendo «inestable». Rápidamente lo subieron a un coche para conducirlo a casa de Maya. «Entonces pensé que en ese trayecto podría caernos un misil del cielo. Uno como los cinco mil que ya habían caído», cuenta Eduardo. Afortunadamente, no les cayó nada, aunque seguramente lo impidió el sistema de defensa aérea israelí ( «Cúpula de Hierro» ) diseñado para interceptar y destruir cohetes, aeronaves y misiles lanzados desde una distancia de hasta 250 kilómetros.Los duelos judíos son diferentes a los católicos y suelen durar siete días en los que los familiares del fallecido reciben las condolencias de los allegados. Y así fue el duelo por la muerte de Maya . El cortejo fúnebre que acompañó los restos de Maya desde su casa hasta el cementerio fue escoltado por cientos de vecinos de Givatayim. Hoy lunes Eduardo ha vuelto allí, a ese cementerio, a recordar a su hija.El cometido que sus jefes habían encargado a Maya (su «mili») era fundamentalmente de vigilancia en un punto caliente de Gaza, una labor que le exigía una gran concentración. «Tenía una pantalla en su puesto que no podía dejar de observar en ningún momento durante toda su jornada de trabajo. Y tengo entendido que a ella y a sus compañeras se les exigía una atención permanente y absoluta durante todas las horas que duraba el servicio, de modo que si dejaban de mirar la pantalla, aunque fuera solo un segundo, podían arrestarlas«, cuenta su padre.Maya detectó el 7 de octubre, justo hace un año, algunos de los primeros movimientos preparatorios del atentado e informó inmediatamente a sus superiores. El Ejército le facilitó a sus padres tras su muerte ese audio en el que se puede escuchar la voz de su hija por última vez. A partir de ahí, no se sabe a ciencia cierta lo que ocurrió, salvo el desenlace . Y eso es algo que atormenta a Eduardo: que pasó en esos últimos minutos de la vida de su hija, con quién estaba, si sufrió mucho, si estuvo sola, en fin, la muerte que tuvo. «Necesito respuestas sobre esos últimos momentos. Sabemos que fueron seis horas las que Maya y sus compañeras, niñas de su misma edad, estuvieron esperando a que les prestaran ayuda. Murieron 15 chicas, con Maya . Las que no están de guardia, serán posiblemente las cuatro que permanecen secuestradas por los terroristas de Hamás. A las 15 chicas que estaban en el búnker les cortaron la luz y todas tuvieron que ir retrocediendo hasta que llegaron a la sala del mando, el último búnker del cuartel, donde se encierran. Y los terroristas le metieron fuego, según nos contaron los militares, utilizando una sustancia tóxica«. Los mandos militares les dijeron a los padres de Maya que todas murieron por asfixia. «Nos dijeron que no sufrieron porque la asfixia dura solo un minuto. Pero ese minuto me atormenta. ¿Y si no se asfixiaron? ¿Y si murieron quemadas?», se pregunta el padre. El cuerpo de Maya debió de quedar parcialmente calcinado porque su placa de soldado estaba. «Decidimos no ver el cuerpo para no tener esa última imagen de ella. Esas seis horas que permanecieron encerradas me sigue atormentando. Y trato de consolarme pensando que al menos no murió sola y rodeada de amigas, porque me consta que se formó una amistad tremenda entre algunas de ellas. Pienso que murieron con mucho cariño«. Eduardo se acuerda del atentado de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001: »Muchas de las víctimas tuvieron la oportunidad de llamar a sus familiares y de despedirse. Me hubiera gustado poder hacerlo y poder haberle dicho todo lo que la quería«.

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