Ni un ápice de dignidad
¡Cuánto debe de disfrutar Carles Puigdemont contemplando la humillación de Pedro Sánchez, postrado a sus pies hasta besar el suelo suizo por un personajillo interpuesto, suplicando siete votos esenciales para aprobar alguna ley! Esa disposición del caudillo socialista a dejarse vejar cuanto haga falta con tal de conseguir algo de oxígeno parlamentario no le otorga al prófugo la impunidad prometida con esa amnistía que deja fuera el enriquecimiento constatado por el juez Llarena, ni deshace la investidura de Illa al frente de la Generalitat, pero al menos brinda al líder de Junts la posibilidad de vengarse del trilero que lo engañó en esa partida entre tramposos jugada tras las generales. Considerando su situación personal y política, algún consuelo le proporcionará ver a su estafador genuflexo, sin la menor expectativa de sacar adelante sus cuentas, ya prorrogadas, después de haberle espetado a Rajoy aquello de «o presupuestos o elecciones». Por lo que respecta a los demás ciudadanos, la imagen produce una mezcla dolorosa de vergüenza ajena y rabia, porque quien hinca la rodilla en tierra ante un golpista irredento, huido de la justicia en dos ocasiones, no deja de ser el jefe del Gobierno español. Un tipo que demuestra no tener un ápice de dignidad ni mucho menos respeto por el cargo que encarna y la nación que representa. Un perdedor que se aupó al poder a lomos de la mentira y está decidido a permanecer en él a costa de arrastrarse y arrastrarnos cuanto sea menester por el fango de la ignominia. Nada nuevo bajo el sol. Ya nos tocó apurar el cáliz de los regalos penitenciarios a los asesinos etarras, que se han pasado todo el verano ultrajando a las víctimas del terrorismo en las fiestas de múltiples municipios vascos, sin que ni el ejecutivo autonómico ni el nacional movieran un dedo por evitarlo. ¿Por qué iban a hacerlo si los organizadores de esos aquelarres a mayor gloria de ETA se han convertido en sus socios?Todo lo antedicho es válido si cambiamos el nombre de Puigdemont por el de Nicolás Maduro, aunque en ese caso resulte más difícil comprender las razones por las cuales Sánchez rinde pleitesía al tirano. ¿Qué le debe a él? ¿Qué facturas estaba abonando al prestar la residencia de nuestro embajador en Caracas como sede improvisada del Sebin venezolano, donde dar la última vuelta de tuerca a la tortura psicológica ejercida sobre un septuagenario amenazado de muerte? ¿A qué obedece el poder otorgado a Zapatero para ejercer unas funciones diplomáticas inconfesables? ¿Cómo y cuánto paga el dictador caribeño por la ayuda inestimable que le presta el sanchismo en Europa?La indignidad es la divisa de un presidente llamado a ser arrumbado en el desván de la historia como el mentiroso que faltó sistemáticamente a su palabra y escogió por aliados a los enemigos de su patria. Un felón.