Excesos cofradieros
El exceso es algo sobre lo que los pensadores no se han puesto de acuerdo. El veneno de la razón, que dijo Quevedo, era bueno para el marqués de Sade y contrario a la naturaleza para Hipócrates. Siempre se ha dicho que una de las grandes virtudes de Sevilla es que sabe medir. Por eso le queda bien todo lo que le pongan. También sus excesos. Hasta hace alarde de belleza en la demasía, como corresponde a una ciudad que lleva el barroco en la sangre. Sevilla es excesiva, pero siempre supo encajar su desmesura en el canon.En esa maestría de la medida, las cofradías han sido una referencia, un ejemplo que explica su vigencia como faro de las virtudes locales, pozo de sapiencia y solvencia de organización.Sin embargo, hace tiempo que en los cenáculos cofradieros se habla mucho de desproporción, una inquietud que salta a la calle. La conversación más viral en las redes de las esquinas y las barras de los bares durante este fin de semana ha sido la de la superabundancia de eventos cofradieros de aquí a fin de año y más allá, con esa ‘magna’ de diciembre que supera todo lo común. Se percibe una rara sensación de cautela, de miedo a superar los límites de la saturación. Hay como un temor al hartazgo de procesiones en Sevilla, algo que hoy es un oxímoron. No sabemos qué será mañana. En definitiva, hay demasiada inquietud donde sólo debería haber expectación y esperanza. Durante este fin de semana, el Baratillo ha ampliado los límites del concepto de belleza para que su coronación repose por siempre en el regazo de la memoria de la ciudad. Pero hubo algo que distorsiona e incide en esa común preocupación por el exceso: el tiempo que estuvo la procesión en la calle en relación al horario acordado. El paso de la Piedad entró en su capilla al borde de las cuatro de la mañana. Teniendo en cuenta las limitaciones que sufre la ciudad en sus servicios públicos, es inevitable pensar, por ejemplo, en la alteración que supone alargar dos horas más de madrugada el dispositivo municipal con la organización de turnos y remuneración de efectivos de Policía Local o limpieza. Las cofradías, en su trascendente misión de dar culto público, deben actualizar el concepto de ‘lo público’. Hay que respetar los compromisos que se adoptan con la ciudad y sus circunstancias, cumpliendo los horarios con el mismo celo que demuestran en Semana Santa en la Carrera Oficial, con la misma vehemencia con la que discuten en el Consejo un minuto arriba o abajo para sus tiempos de paso. Si hay alguna certeza en relación a los excesos es que se pagan. En la fraternidad que guía a la acción cofrade hay que evitar el sobrecoste que generan estos excesos a ‘lo público’. Más si son innecesarios, porque resultan incomprensibles para quienes, con o sin ardor cofrade, sufren y pagan las consecuencias colaterales.