El mar de Ayesta
El 14 de septiembre se cumplen 105 años del nacimiento de Julián Ayesta, a quien casi nadie conoce. Yo misma había vivido más de media vida sin saber quién era, y lo que es peor aún, sin haberlo leído. Cuando Acantilado tuvo la idea feliz de publicar ‘Helena o el mar de verano’ y pude leerlo por fin, supe que Ayesta, en esa breve obra maestra hecha de fragmentos ensamblados, era, como su propia literatura, muchas cosas armónicas y diferentes, difíciles de definir. Supongo que eso les ocurre siempre a los grandes poetas, y Ayesta lo era. Era Thomas Mann en la mirada, y en la frescura Françoise Sagan, aunque con la elegancia de Morand, la sutileza de Valery Larbau y el misterio cosmopolita de Eric Ambler. El Cantábrico rugía lejos de mis pasiones y mi biblioteca, pero aquel verano adopté el mar de Ayesta. La arena helada de las playas del norte ardía de belleza; era como caminar por el recuerdo de baldosas amarillas de un palacio de Palermo. Ropas frescas de lino al atardecer y sombreros de paja para pasear junto al mar envueltos en gritos de gaviotas, sellando la frontera cegadora de luz blanca con un Dry Martini. Podría ser una muerte en Venecia, pero Ayesta era el amor elegante en San Sebastián, Santander o en su Gijón natal, donde fue alumno de Gerardo Diego. Ingresó en Falange Española y luchó como voluntario en la Guerra Civil –frentes de Teruel y de Levante–, como alférez provisional. Lúcido e irónico, incomodó, como Chaves Nogales, a los unos y los otrosSe trasladó a Madrid para estudiar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. Asistió a las tertulias del Café Gijón, donde hizo amistad con García Nieto y Vicente Alexandre, y sus versos se apretaron, brillantes, en la legendaria Antología del Alba. Buscador de un lenguaje íntimo como un prerrafaelita de los versos, prefirió para su biografía la expansión geográfica y vivió, con carnet de diplomático, en el mundo entero: Colombia, Líbano, Austria, Sudán, Holanda, Lyon, Alejandría, Yugoslavia. Articulista político brillante, resultó incómodo a la censura franquista, lo que motivó su envío a Jartum para abrir una representación diplomática hasta entonces inexistente. Al poco tiempo de la llegada del Partido Socialista al Gobierno, fue nombrado embajador en Belgrado, su último destino. Lúcido e irónico, incomodó, como Chaves Nogales , a los unos y los otros. A mí me incomoda de tristeza su mar del norte, que ya nunca será mi hogar.