Abanca presenta una ‘guía’ para el disfrute de la jubilación

La Cátedra Abanca-Afundación/ICADE acaba de presentar su estudio ‘Longevidad, cambios biográficos y bienestar: la transición a la jubilación’, un trabajo que explora y analiza el tránsito a una nueva etapa vital, las necesidades y preocupaciones que surgen y las maneras en las que puede facilitarse. Realizado tras encuestar a participantes de los espacios +60 de Abanca, a su presentación de este miércoles en Santiago la seguirá, durante el año 2025, otra pesquisa a escala nacional que, esperan las entidades que colaboran en este trabajo, sirva para crear un plan piloto de avance en este ámbito, con medidas que faciliten el tránsito y el disfrute del tiempo libre recuperado.El presidente de Afundación, Miguel Ángel Escotet, comenzó proclamándose «nunca a favor de la jubilación obligatoria», siempre que estén presentes las capacidades para realizar un trabajo seguro y exitoso. Con la jubilación llega una etapa en la que deben asumirse cambios; no solo laborales, también para con «nosotros mismos», valoró, y en ese esfuerzo resulta clave «escuchar», interesarse por las historias de otras personas que ya pasaron por ello. No como un fin en sí, sino como medio para desarrollar programas de acompañamiento que resulten de ayuda. En eso se enfoca el estudio presentado este miércoles -fruto de la colaboración entre Abanca, Afundación y la universidad de Comillas-, que culminará con un proyecto piloto tras efectuarse este año una encuesta a escala nacional.Escotet consideró el estudio «oportuno» por su análisis de lo que implica la jubilación, una etapa «prolongada» en la actualidad y «relevante para quien aún puede trabajar», que a partir de entonces afronta no pocos dilemas a la hora de invertir su tiempo. Así, el trabajo pretende seguir una línea investigación de la Cátedra Longevidad, Economía y Sociedad de Abanca-Afundación/ICADE para culminar en un programa piloto que contribuya a una sociedad «libre de estereotipos y edadismo».Por un lado, explicó directora de la cátedra, Salomé Adroher, que el estudio confirma que todos los sectores deben colaborar. La línea de trabajo que le da a luz, obra de la Cátedra Longevidad, Economía y Sociedad; es también la responsable del programa ‘Cuidar al cuidador’, de una adaptación del sistema de índices bancarios para personas mayores, y del ‘Tratado de derechos de los mayores’. Esta vez, como se adelantaba, presenta un informe en el que han colaborado participantes de los espacios +60 de Abanca y contempla para este año la realización de una encuesta a escala nacional que desemboque en un programa piloto de preparación para la jubilación.Rosalía Mota, una de las dos investigadoras principales tras el estudio, compartió en el acto algunos «hallazgos» descubiertos. Primero, que la jubilación supone una transición vital compleja y transformadora: no solo por implicar la retirada de un oficio, sino por dar inicio a una etapa «cada vez más larga» de «transformación profunda y oportunidades renovadas». Segundo, que también se vuelve una ocasión para «reconectar» con uno mismo y con los demás y no contentarse con el sedentarismo, sino explorar nuevas maneras de interactuar con la sociedad. Y, tercero, que conlleva la reestructuración de hábitos y el cambio de roles; de forma, además, heterogénea al experimentarse en unos y otros casos.Tránsito y adaptaciónEn ese sentido, el estudio identifica tres «patrones de adaptación»: el de recuperación, el más frecuente, caracterizado por mejoras en el bienestar y la percepción de oportunidades para una mayor autonomía y crecimiento personal; el patrón «en forma de U», que define un descenso inicial de la satisfacción y un sentimiento de duda que se difumina a medida que se cosechan logros; y el de continuidad, en el que el cambio no es tan abrupto y las rutinas siguen siendo similares, entendiéndose más la jubilación como una evolución o progresión hacia otra etapa vital.Y, al hilo, enumera las fases del tránsito exitoso: la prejubilación, las expectativas que se crea la persona; la «luna de miel», la euforia que acompaña el cambio de modo de vida y el reencuentro con el tiempo dedicado al disfrute; el desencanto o malestar, la confrontación entre las perspectivas y la realidad; y la reorientación, la adquisición de una visión «más realista» que desemboca en una sensación de estabilidad. En este escenario, la actitud con la que se afronte el proceso marca la diferencia. De entre los encuestados, el sentimiento más frecuente era de liberación, de disfrute del descanso y de una mayor libertad; lo sigue el de oportunidad, de optimismo frente a lo que pueda estar por venir; y el de rechazo, al percibir la jubilación como una pérdida abrupta, especialmente en las personas más identificadas con su trabajo. Según Mota, la planificación y anticipación al tránsito es clave para facilitarlo.Por último, la experta distinguió entre cómo viven la experiencia, a gran escala, hombres y mujeres. En el caso masculino, expuso, la jubilación se percibe mayormente de dos maneras: o como una «recompensa merecida», o bien como detonante de una «crisis de identidad» vinculada a la pérdida de un estatus social. En el de las mujeres, frecuentemente se produce un rechazo inicial al sentir que «dejan atrás una parte importante de su identidad»; no así cuando su trabajo se desarrollaba en el ámbito doméstico: en esos escenarios, la transición suele impactar de forma «más suave» y, realmente, no se asume por completo hasta que dejan de ocuparse del cuidado de familiares o allegados dependientes.Nuevas preocupacionesLa compañera de Mota, Macarena Sánchez-Izquierdo, también investigadora en este trabajo, repasó algunas claves que ayudan a afrontar la nueva etapa. Enumeró el apoyo emocional y la compañía, las relaciones familiares -en «equilibrio» con el cuidado de la autonomía personal-, la flexibilidad psicológica y la capacidad para adaptarse, para «vivir en el presente»; y la redefinición de un «propósito vital» -que perfectamente puede ser el de acompañar y ayudar a otros- y la búsqueda de nuevas actividades -«mantenerse activo es esencial»-. Pero, a la par, llamó la atención sobre las «nuevas preocupaciones» que surgen: el estado de salud, la soledad derivada de la pérdida de seres queridos, el grado de dependencia, la estabilidad económica familiar, el miedo a la enfermedad o el «legado» que se deja, tanto para las generaciones venideras como para la sociedad en su conjunto.

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