David Sánchez y Goliat

David el hermano, para los amigos- ha preferido bajar los brazos e irse con la música, con su música, a otra parte. No ha seguido la costumbre, ni siquiera ha tenido a un Aarón o a un Jur que le pusieran una piedra en las que apoyarse y continuar la batalla. La jueza de instrucción del caso lo tuvo fácil; la estrafalaria declaración de Sánchez se convertía en la prueba de cargo que desmonta la narrativa «oficial», la que habla de una cacería contra el entorno familiar del Presidente. Sentando ante el espejo, a David Sánchez solo le quedaba una opción, la menos habitual en estos casos, pero también la menos lesiva para alguien con un mínimo de sentido común. Su dimisión, la renuncia a un cargo que nadie ha sabido justificar no implica un reconocimiento de culpa legal, pero sí equivale a admitir ciertas irregularidades en su contratación y, sobre todo, en las funciones que, como director de la Oficina de Artes Escénica, debía haber desempeñado, si es que sabía qué es lo que tenía que hacer un director de una oficina que ni él mismo sabía dónde estaba.Dicen que Azagra se siente un incomprendido —eso, se supone que es muy de artistas-— y que no ha sabido encajar que, en estos casos, la carga siempre supera la pena, que diría el grandísimo Antonio Reguera. Tal vez pensó, cuando estaba tomando un café en San Petersburgo y se le presentó Google con una oferta -que no podía rechazar- de suculento trabajo, que nada podía salir mal. Incluso el «jaleíllo» de Podemos en la Diputación de Badajoz, le sonaba a música celestial; ¿Quién le iba a poner el cascabel a un gato bendecido en la Moncloa? ¿Quién se iba a atrever a soplar el castillo de naipes que le habían construido para él?Es lo que tiene la familia. Azagra no ha tenido, en siete años, la más mínima intención —ni necesidad— de demostrar su valía para el puesto que ocupaba. O estaba de excedencia, o de baja, o no sabía dónde tenía que fichar cada mañana. Hasta que se abrió la caja de los truenos y el primero de ellos lo ensordeció por completo. El escarnio, los memes, la burla nacional, la presión. Que me voy, hermanito. La sorpresa, porque en este país no estamos acostumbrados a dimitir ni a que dimita nadie.La ópera que David Sánchez ideó para dignificar y difundir la lengua extremeña en el mundo, con el apoyo del Instituto Cervantes, llena de tópicos y de lugares demasiado comunes —la inmigración extremeña, la nieta que vuelve al pueblo en la feria para visitar a sus abuelos rurales…—, se ha quedado en el cajón de sastre de las víctimas de este tipo de operaciones políticas. No será la primera ni la última, pero ha servido para que se produzca la primera dimisión y, sólo por eso, merece una reflexión. Le dije al principio que esta vez no había vencido David, o tal vez sí.

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