Pablo Larraín, el hombre que mira más allá de las estrellas, descubre a Maria Callas
El cine biográfico, lo que se conoce como ‘biopic’, puede ser exactamente lo contrario que el cine basado en hechos reales, y así lo entiende y lo ejecuta (en este caso, y pese al riesgo, merece la pena el verbo) el chileno Pablo Larraín , en cuyas películas coinciden personaje, biografía, imaginación, irrealidad y juicios, opiniones y diseño de ‘trajes’ para envolver al biografiado. De tal modo que varios de sus títulos de este subgénero del cine histórico son un modelo de ‘biopic’ y hasta un modelo de ‘antibiopic’.Con ‘Maria Callas’, Larraín podría redondear una trilogía dedicada a grandes y trágicas mujeres del siglo XX, que empezó con ‘Jackie’, en 1916, a la que recogía en los días posteriores al asesinato de Kennedy; siguió con ‘Spencer’, en 2021, en la que apunta a la angustia y soledad de Lady Di entre la aspereza y protocolo de la Familia Real británica, y cierra ahora con ‘Maria Callas’ y su retrato intimísimo de la diva en sus últimos días de vida salpicados de recuerdos, sentimientos y música. Aunque esta trilogía podría no ser en realidad de personajes sino de actrices, de Natalie Portman (Jackie), de Kristen Stewart (Lady Di) y de Angelina Jolie (Callas) , tres protagonistas de gran personalidad y fuerza que, además y sorprendentemente, se amoldan en física y química no prevista a esos potentes personajes.Noticia Relacionada estandar Si Maria Callas: la fiebre por la mayor leyenda de la ópera del siglo XX no se apaga Marta CañetePero, ni una cosa ni otra, ni trilogía siquiera, pues Pablo Larraín ya hizo también en 2016 un surrealista retrato fílmico titulado ‘Neruda’ donde era difícil encontrar las amarras con la vida real del poeta, y hace un par de años dirigió ‘El Conde’, en la que sugería un Pinochet draculiano y acompañaba el cuadro con un tono de farsa y excesivamente atrapado entre la sobrecarga de metáfora.En fin, Pablo Larraín no llega al hercúleo trabajo biográfico que desarrolló Stefan Zweig, pero hay que reconocerle una predilección como cineasta por ese género y también una mirada singular y una creatividad especial para su ejecución (si utilizamos antes el verbo, por qué no ahora su acción y efecto). Sus anteriores ‘biopics’ no se parecen a otros, y éste de ahora ni siquiera se parece a los suyos anteriores, que empieza con la muerte del personaje, lo que solicita rápidamente el auxilio del ‘flashback’ y la complicidad de diversos puntos de vista. Se concentra esencialmente en sus últimos días en su casa de París, rodeada ya de impotencia, depresión, recuerdos, fantasías y de las dos personas que la atienden, su cocinera y su mayordomo, personajes clave en el amasado sentimental de la narración.El ingenio y la creatividad de Larraín combina dos puntos de vista esenciales, con la cámara en el interior de Maria Callas y también fuera, en sus alrededores. Desde su interior vemos una gran entrevista para que hable de su vida; un personaje llamado Mandrax es quien filma y recoge sus recuerdos (Mandrax es también es la droga hipnótica que utilizaba como antidepresivo y sedante), lo que se convierte en la pantalla en un delirio o fantasía de la vida de la cantante, sus comienzos, sus éxitos, su relación con Onassis… Mientras que la cámara a su alrededor ofrece su presente (ya pasado, recordemos que está muerta) aunque no su realidad, pues se mezcla también con el modo en proceso de desconexión con que ella la percibe.Quienes sujetan la imagen de Maria Callas a su propia historia son sus cuidadores, que sortean con paciencia y cariño los excesos de la diva. Alba Rohrwacher y Pierfrancesco Favino interpretan magníficamente y con derroche de matices a esos dos personajes, y de hecho es gracias a ellos que la actuación de Angelina Jolie se enriquece en un increíble arco dramático que va desde la impertinencia y la altivez hasta la más profunda ternura y humanidad. Es una película que va hacia atrás pero que avanza continuamente, también en lo que se refiere a sentimientos.Como es natural, la música y la voz de la Callas tienen un protagonismo especial, y la voz de ella incluso cuando ya no llega hasta allí donde se recoge el alma del ‘aria’, lo que propicia unas cuantas escenas de arrebatador poder dramático, o traumático. También tiene enorme importancia la epidermis de la película, el trajín de colores, de blanco y negro, de formatos en una fotografía (Edward Lachman) que naturalmente habla de Maria Callas pero también de Angelina Jolie, una mujer, una diva, la potencia y flaqueza de una ‘voz’, la vida transparente y frágil… Tal vez Maria Callas también hubiera podido interpretar a Angelina Jolie.