Cuando el tiempo aprieta

Tengo un amigo, nada practicante pero capirotero de toda la vida, al que se le vino la carga atrás nada más salir del templo. Nazareno de ruán, aquel retortijón de la muerte le obligó a apretar bien fuerte las nalgas y, con el cirio al cuadril, en pleno escalofrío levantó el dedo como un alumno cuando avisa al profesor: -¿Qué le pasa, hermano?-, preguntó el diputado extrañado. -Mire usted, necesito ir al baño urgentemente. -Hermano, acabamos de salir, ¿por qué no ha ido antes? Está a punto de salir el Señor, espérese a la Catedral. Cuando pase ante el Santísimo, sálgase de la fila, ¿de acuerdo?Mi amigo aceptó, a sabiendas de que el trance apenas sería de una horita corta, la más larga de su vida. El problema de verdad llegó al alcanzar el templo metropolitano. Así me lo contó días después, completamente afectado: «Quillo, yo no veía a ningún santo». Me confesó que, al llegar a Palos, habiendo cumplido con su estación de penitencia (sin saberlo), ya no aguantó más y salió corriendo al Patio de los Naranjos hasta quedar sosegado y en calma. Encontró allí la salvación a la descomposición que arrastraba, y que se le acrecentaba cada vez que el cirio pisaba el suelo, señal de que la cofradía se paraba. Este año mi amigo tendrá 19 minutos para llevar a cabo esta operación si le sobreviene la apretura. Porque requiere de auténtica ingeniería: con esos nervios, sudando a chorro, tiene que descubrirse del antifaz, apoyar el cirio para que no se le caiga y se rompa, soltarse el esparto -lo que sin duda descuelga el tema que le quema, desprenderse de la túnica y colocarlo todo en algún sitio sin que acabe llena del orín desplegado en tan pestilente módulo. El Cabildo Catedral se ha tomado muy en serio, por fin, esto de la parada en boxes en lo que se ha convertido el tránsito de las cofradías por la Seo. Gente que aunque no esté en la necesidad se sale y se pone en una cola interfiriendo al que viene detrás con la obra a punto de empezar. Y lo que supone para el que está en ese trance tan delicado que le toquen la puerta, a veces sin pestillo, lo que obliga a equilibrarse más que Simone Biles en el potro. Ahora dicen que habrá diputados controlando los puntos destacados por la Catedral y asegurarse que se cumplen los 19 minutos de paso desde San Miguel a Palos de cada uno de ellos. Habrá quien se pase de tiempo y tenga que ir el celador, con el palermo. Y llame: «Hermano, le quedan 30 segundos, vaya limpiándose». Perdonen esta escatología cofrade de la que podríamos hacer aquí un serial con hechos verídicos, que ni el niño de los garbanzos de Paco Gandía. Porque tengo otro amigo que era diputado mayor de gobierno de una cofradía muy seria al que le pasó algo parecido. Se vio obligado a levantarse el antifaz y gritar a una de un balcón que le abriera la puerta: «Me ayudó a desvestirme, conseguí aliviarme. Lo peor fue cuando escuché los tambores del Cristo. Entonces supe que no me daba tiempo a pedir la venia en la Campana».

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