‘Caps [i] bous’, de Bernardí Roig en el Museo Arqueológico Nacional: En el principio fue la metáfora
En el principio fue un golpe de azadón o, para ser más concreto, el sonido metálico que revelaba una extrañeza, incluso el pánico. Bernardí Roig (Palma, 1965) recuerda que, cuando en marzo de 1895 un labrador en el Son Corró (Mallorca) golpeó accidentalmente con el azadón los imponentes cuernos enterrados de un ‘bou’ (toro), pronunció una frase crucial: «¡Hem arribat a l’infern! [Hemos llegado al infierno!]». En realidad, hemos llegado al museo donde el infierno se ha congelado. En el Arqueológico Nacional, este artista suspende su ‘Bou’ con tres cuernos entre lo que llama «bloques de luz coagulada», una torre de aspecto minimalista. Esos ‘ Bous de Costitx’ que, como subraya Roig, nunca tuvieron cuerpo aunque ‘incorporaron’ miedo y alucinaciones, remiten en la metáfora post-arqueológica a la afonía.Noticias relacionadas estandar Si El Macba celebra su 30 aniversario con arte panafricano y retrospectivas de Carlos Motta y Coco Fusca Carlos Sala estandar Si CRÍTICA ‘Afinidades desveladas’, de Sigmar Polke, en el Museo del Prado: el alemán y las excrecencias del perro semihundido Fernando Castro FlórezEn el principio fue la arqueología. Suena a perogrullada, pero puede que sea una invitación a excavar y buscar estratos inconscientes de lo que pretendemos ser. La intervención de Bernardí Roig en el MAN, como advierte Isabel Izquierdo, directora de esa institución, ofrece un diálogo con sus colecciones, constituyendo una suerte de metáfora. El mismo artista insiste en esa condición metafórica de su proyecto, que se desplaza desde el recuerdo de las excavaciones hasta la vitrina museística.Roig metaforiza su imaginación en el MAN para ofrecernos un sedimento de sus «visiones capitales». Este artista, obsesionado por el peso de la cabeza (sabedor de que hay que ‘tener cuidado’ con ella, como anunciaba en 2016 con un inmenso letrero luminoso en la fachada de la sala de exposiciones de la Comunidad de Madrid en la calle Alcalá), no deja de meditar sobre esa materialización fantasmal del otro en la que el sujeto puede llegar a perder la cabeza.En el principio, aunque resulte extraño, teníamos el intento de profanación que, más que prohibido, fue sublimado. Roig no quiere realizar una ‘conmemoración’ en el Museo Arqueológico Nacional, ni está dispuesto a seguir las reglas histórico-estilísticas o las imposiciones cronológicas, su peculiar ‘excavación’ surge del deseo de introducir otras formas de mirar. El arte es siempre un arte de incorporar, materializando incluso realidades ambivalentes que nos espantan y hasta pueden producir risa, como ‘Cap del Dimoni Cucarell’ (2024) que, como el artista indica, se inspira en los ‘siurells’ (silbatos) mallorquines. Esa cabeza humana de bronce bañado en oro con dos cuernos tiene una mueca de aparente dolor, con los ojos fuertemente cerrados, como si estuviera conteniendo algo insufrible. Roig advierte que, en la mitología popular mediterránea, el ‘dimoni’ no representa el mal, sino una fuerza negativa que alcanza carácter divino.Fragmentos. E las imágenes, distintas obras del proyecto de Bernardí Roig en el MAN ABCEn el principio estaba todo arruinado. El mundo, como apuntara Heráclito, es un montón de escombros arrojados al azar. Bernardí Roig sabe que el resto no es lo que sobra sino lo que falta y, en su metaforización en el espacio arqueológico, saca partido a la impresionante fragmentariedad de las obras expuestas. «El MAN –escribe– es un templo del fragmento: todos los objetos que alberga están incompletos. Incluso si un objeto está completo –o se completa–, nunca se le ha añadido nada que no hubiese podido formar parte de él. En este caso, un entramado de resonancias, desbordamientos, ecos y fricciones, que invita a mirar el Museo de otra manera: un susurro al pasado, tenue pero insistente». Atiende, en su lectura del MAN, a los divinos detalles, desplegando extraordinarios ejercicios del arte de husmear. Hay que tener olfato en el arte, y eso determina la importancia de la nariz. Precisamente ese es el ‘punctum’ de ‘Cabeza de Aníbal J.’ (2024) que Roig ha introducido entre el ‘archipiélago’ de cabezas romanas del MAN que nos recuerdan la gloria y poder pasado. Esa cabeza contemporánea tiene una prominente nariz dorada, sugerencia de un aroma extraño, una aparición casi cómica o, en cualquier caso, intempestiva como la de los dibujos de las ‘Cabezas blancas’ (2024) que el artista califica como «retratos de luz» pero que tienen como fondo una dramática negrura.En el principio fue el museo, incluso aunque hallamos olvidado que somos los ‘herederos’ de los lotófagos. Cuando todo parece musealizable, tal vez tengamos que generar otros trayectos, materializando metáforas diferentes. Eso es paradigmáticamente visible en la ‘Entrada’ (2025) que Bernardí Roig ha montado en el jardín del MAN, una verja dorada en la que un hueco alude tanto a la escapatoria como a otra forma de aproximarse al ‘interior’.Bernardí Roig ‘Caps [y] Bous. El tercer cuerno’. Museo Arqueológico Nacional. Madrid. C/ Serrano, 13. Colabora: Institut d’Estudis Baleàrics, Consell de Mallorca, Ayuntamiento de Palma, Es Baluard y Polivas. Hasta el 25 de mayo. Cuatro estrellas.Afortunadamente, Bernardí Roig no pretende dar una lección académica en su intervención en el Arqueológico, como tampoco lo ha hecho cuando ha dispuesto sus obras en diálogo con las colecciones de otros museos en los que ha realizado excepcionales intervenciones como Ca´Pesaro, en Venecia (2009), el Lázaro Galdiano de Madrid (2013) o la Phillips Collection de Chicago (2014); al contrario, lo que genera son enigmas, eso que Aristóteles asociaba con la densidad de las metáforas, que acaso germinen como incertidumbres en un público que pasa en acelerada desatención. En el principio fue, valga el pretexto mitológico, la extraviada mirada de Acteón.