Con la aristocracia no hay quien pueda

La última vez que el Sevilla le ganó al Barça en la Liga a domicilio fue en el año 2002. Eran otros tiempos: el Sevilla era un equipo capaz de dar miedo a los grandes. Cuatro años más tarde, en 2006, los de Nervión repetirían un 0-3, pero esta vez en la final de la Supercopa de Europa en Mónaco. Por aquel entonces, el Sevilla se había convertido en un nuevo rico. El Barcelona, en cambio, siempre ha sido un equipo aristocrático.La historia del Sevilla F.C. de los últimos veinte años es la de un club que se transformó en un rutilante nuevo rico. Gracias a sus títulos europeos, se coló en los rankings de mejores clubes de Europa. Destilaba prestigio. No le ocurrió, además, como a otros clubes de brillo más efímero, como el Depor o el Valencia, sino que sostuvo su condición durante casi dos décadas. Desde hace dos temporadas, es un nuevo rico venido a menos.El Barça, como el Madrid, siempre ha pertenecido a la aristocracia. Se desenvuelven con una seguridad y una soberbia que no admiten réplica. Si han conocido alguna vez a alguno, sabrán lo que les digo: el aristócrata se maneja por la vida dando por hecho que no necesita dar explicaciones de sus actos. Nunca se excusa, nunca se justifica: entiende que todo le pertenece por derecho. Por eso, causa tanto estupor, por ejemplo, que el Madrid se queje de forma tan encendida por las decisiones arbitrales que, supuestamente, les perjudican; absolutamente nadie que no sea del Madrid piensa lo mismo, o más bien, piensa justo lo contrario. El Madrid, como el Barcelona, son equipos mimados, niños de papá, que encuentran cierta legitimidad divina en decisiones como, por ejemplo, el dudoso penalti de ayer de Peque sobre Raphinha.Desde la marcha de Messi, sin embargo, el Barça había venido siendo un equipo aristocrático venido a menos, frente a su compañero de sangre azul, el rutilante Madrid de las 15 Champions. Pero en esta temporada, tirando, como el Sevilla, por necesidad, de cantera, el equipo de Hansi Flick ha desempolvado sus viejos trajes y ahora luce palmito aristocrático exhibiendo el mejor juego de la Liga. Económicamente, Sevilla y Barça son dos equipos venidos a menos, pero si algo ha tenido siempre la aristocracia es capacidad de mantenerse y permanecer, superando de forma obcecada cualquier tiempo aciago. Como el Sevilla, el Barça es ahora un equipo joven, de gente amamantada en el club, sin grandes figuras rutilantes. Pero al contrario que el Sevilla, ha sabido mantener su caudal y sortear la ruina demostrando solvencia deportiva y carácter.Durante todo el partido de anoche, las vallas periféricas del campo rendían cuentas con el patrocinador principal de los blaugranas, Spotify, sugiriendo la escucha de diversos artistas. Entre ellos, proponían el último disco de Manu Chao, célebre líder de Mano Negra, cuya trayectoria se ha caracterizado, en las últimas décadas, por su condición esquiva y desconcertante. Uno de sus temas más célebres, de hecho, se llama Desaparecido: Me dicen el desaparecido / que cuando llega ya se ha ido / volando vengo, volando voy / deprisa, deprisa, a rumbo perdido. Hasta el penalti que abrió la lata de la goleada anoche en Montjuic, el Sevilla compitió con cierta intensidad y nervio. Pero a partir de ese momento, el espíritu del tema de Manu Chao traspasó las vallas y se apoderó de la dinámica de juego del Sevilla: Cuando me buscan nunca estoy / cuando me encuentran yo no soy / el que está enfrente porque ya / me fui corriendo más allá. El Sevilla, simplemente, desapareció, y la única inquietud del sevillismo era que el Barcelona pudiera igualar o incluso superar el siete a cero que lograron contra el Valladolid. Con todo, lo peor no fue la goleada, una posibilidad que a priori resultaba bastante previsible. Lo más inquietante fueron las lesiones de Suso y, sobre todo, de Ejuke, nuestro jugador más desequilibrante. Por lo demás, se certificó, una vez más, lo de siempre: con la aristocracia no hay quien pueda.

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