Al reclamo de Curro Romero se encontraron con un grandioso torero: Daniel ‘Coloso’ Luque

Buscar y escapar de la sombra. Quererla y temerla. El amparo de su cobijo, frente a la soledad de su ausencia. Luchar contra alguien o luchar contra la sombra de alguien. Querer escuchar a Amaia Montero en una Oreja que es de Leire, o sentirse tan sola como Leire en la Oreja que fue de Amaia Montero. Bailar el último vals con lágrimas por Joaquín, o torear en una Maestranza que ya llora por los que todavía no se fueron. Querer homenajear a Romero, con la figura de un genio cigarrero. Y que no venga el cigarrero, y su ausencia la llene Romero. Faltaba Morante y parecía que no pasaba nada. Pero sí pasaba. Y se notaba. Porque no se puede pasar página del interminable capítulo de todo aquello que es inmaterial. Buscar sustitutos de lo irremplazable, intérpretes de lo eterno. Morante es al toreo, lo que Romero a la vida. Y por eso Sevilla, sin el uno ni el otro, se subió a un tendido para recrearse en las huellas de los dos últimos genios.Se puede ser figura y no ser genio. Como se puede pisar el albero, y no dejar huella. Hay toreros que las dejan, unas huellas tan marcadas como el largo de sus sombras. Unas sombras que matan, que entierran a quienes vienen caminando tras ellos. Genios irrepetibles, de esos que tardan más tiempo en llegar que en olvidarse. Si es que alguna vez se olvidan. Veinticinco años le costó a Sevilla pasar la página del capítulo del Faraón para comprender a un Morante que, en lo que sigue dando sus últimas caladas de toreo, ya condiciona a los venideros. Aunque fuera la tarde de Romero, se notaba la ausencia del cigarrero. Faltaba un puntal, y eso había hecho tambalear a un cartel que valerosamente habían salvado Daniel Luque y Pablo Aguado. Los nombres propios en la víspera, y al fin. De lo colosal del primero a lo alado del segundo. Un festival que prácticamente se había llenado, al reclamo del Faraón. Y sentado en una radiante sombra estaba Curro Romero. En el palquillo de ganaderos. Y la plaza se puso entera en pie cuando Urdiales les descubrió al Faraón en el que fue el primero de los seis solemnes y procedentes brindis. La ovación duró lo que duraba una de las faenas del Faraón.A la sombra de Romero había llegado Diego Urdiales. Veinticinco años de alternativa, y una década bendito desde que el Faraón le ungió con la divinidad de su gracia. «Tener a Curro Romero como partidario es una de las mejores cosas que me ha podido pasar», confiesa habitualmente el riojano. Que se encontró con un coqueto Portugués de Cuvillo, jabonero de pelo, fino en su tipo y pobre en su gacha cara. Encampanado en su salida. Frenado. Que se deslizó con el suavito capote de Urdiales, que lo mecía bajo su pechera. La puya revolucionó a Portugués, suelto y huidizo. Que tuvieron que recoger con muchísimos capotazos, diría que demasiados. Todavía guardaba unas pocas de arrancadas con categoría por el pitón izquierdo, que regaló hasta descubrir al torero por una ventana abierta. Más le costó al riojano ordenarlo por la diestra. Al final, con el toro parado y el tranco ganado, se apretó. A la sombra de una peligrosa mano izquierda que sacudió las catedrales del toreo sigue viviendo el veterano Manuel Jesús ‘El Cid’. Muy poquita cosa, aunque mentiroso por su altura, era Señorío, el segundo de Fuente Ymbro. Volvía Ricardo Gallardo por la vía solidaria y generosa a una plaza que parece tenerlo castigado desde aquella corrida pospandemia. La presentación, ahora a la baja, volvió a ser su lastre; pero salvados sus muebles con el celo y la alegría de este Señorío que pese a la desafortunadas picas embistió con franqueza, especialmente en esas primeras series en las que apenas se apretó un Manuel Jesús ‘El Cid’ que trató de romperse cuando el animal ya había cambiado su rumbo. Hubo un gran pase de pecho. A la sombra de una máxima figura que trata de seguir orillándolo vive Daniel Luque. Tras su nuevo temporadón, y después de su aún mejor rúbrica maestrante, rebautizado como Daniel ‘Coloso’ Luque. Al compás de su hipnotizante capote pareció pararse el remiendo de Zacarías. Remiendo porque le echaron para atrás el titular por falta de peso. ¿De verdad pesaba o aparentaba menos que el de Fuente Ymbro? No pareció importarle a Luque, un torero en sazón. Brujo; mejor dicho, mago. Que mete a todos los toros en su muleta y que se reúne en sus milimétricos tiempos y ajustados lambreazos. Tan al límite que termina por encelarlos, por despertar ese fondo que ni los propios animales conocen. Al toro parecía costarle, y a Luque sobrarle. Lo buscaba con su voz al tiempo que con la bamba de la muleta. Tres o cuatro naturales soberbios, inconmensurables. Todas las embestidas toreadas. Todo en él era toreo, desde su encaje hasta sus pasajes. Sin montarse en lo alto, siendo el toro el que llegó a sus terrenos. No se puede estar mejor con tan poca materia. Si a El Cid le acababan de dar las dos orejas, ¿qué merecía este soberbio e insultante derroche de capacidad? Aplastante fue su estocada, sobre la cuna hasta enterrar el acero. Bravo Luque. A la sombra del abismo vive Oliva Soto, que volvía después de un par de años de malos entendidos con Pagés. Y el premio no se lo dio otro que el Señor de la Salud, que le regaló a Ultrajado, un toro con forma de parada ferroviaria. De esas en las que te montas en el tren de la gloria. Muy bueno el de El Parralejo, con emoción, bravura y entrega. Y Oliva, que torea muy poquito, lo toreó con toda su buena voluntad. Con más festejos a sus espaldas no cabe duda de que hubiera toreado más templado y reunido. Aun así, no se dejó escapar la oportunidad con la espada. Fulminante. Otras dos orejas. A la sombra de aquella irrepetible tarde del 10 de mayo de 2019 sigue viviendo Pablo Aguado, que a su ya conocido temple y gusto le ha sumado madurez, reunión y disposición. Con la determinación que le acompañó en este festival podría estar montado sobre el carro de los grandes. Lo bordó con el capote, poniéndole todo lo que le faltaba al bastote Jaranero de El Vellosino, que seguramente le enamoró por su reunida y recortada cara. Venía dormidito el animal, que se entregaba a la lentitud de su capote. Mejor aún entre delantales, y sublime por chicuelinas. Un torero crecido, convencido. Que a media altura cuajó todo lo que tuvo este Jaranero, con mejor embroque que final. Fue su cierre por naturales a pies juntos el digno broche de la obra. Una faena medida, sobrada de gusto y estilo. ¿Una oreja?Y a la sombra de una espada que parece silenciar toda su proyección vive Javier Zulueta, condicionado por el entregado Profesor, de Jandilla. Nunca un toro clavó tantas veces los pitones sobre el albero para voltear entre volantines. Lo terminó acusando, ya dolido en el final de su lidia. Consiguió el sevillano, eso sí, ordenarlo en un par de naturales en línea para quedarse colocado y ligar el toro. Dejó un bonito cambio de mano y… tristemente, dos pinchazos que le robaron uno de tantos premios dados. Festival con picadores Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Domingo, 20 de octubre de 2024. Festival a beneficio de la Hermandad de Los Gitanos y Nuevo Futuro y en homenaje a Curro Romero. Casi lleno en los tendidos. Dos horas y cuarenta minutos de festejo. Presidió Gabriel Fernández Rey. Se lidiaron toros, por este orden, de Núñez del Cuvillo (agarrado al piso y de poca raza, aunque con buen pitón izquierdo); Fuente Ymbro (encastado); de Zacarías Moreno (falto de empuje); El Parralejo (bravo, con franqueza y emoción); El Vellosino (noble aunque sin raza); y Jandilla (con mejor embroque que salida, acusó varios volantines). Diego Urdiales. Estocada delantera y perpendicular y descabello (ovación). Manuel Jesús ‘El Cid’. Estocada caída (dos orejas). Daniel Luque. Estocada (dos orejas). Oliva Soto. Estocada atravesada (dos orejas). Pablo Aguado. Estocada algo caída (oreja). Javier Zulueta. Dos pinchazos y estocada casi entera y delantera (ovación).

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