Una de cal y otra de arena

Cada club forja su identidad con ciertos discursos, imágenes y símbolos. El Barça es «més que un club», los leones del Athletic luchan felinamente, el Real Madrid tiene «un gen ganador» y hay quien dice que «nunca se rinde». Todo es mudable y los que no están satisfechos con su historia a veces son capaces de modificarla drásticamente: el Atlético de Madrid, otrora «el pupas» de la competición, ha cambiado con Simeone. Pero otros clubs parecen que siguen irremediablemente unidos a su destino, para bien o para mal. Como el Betis nunca fue capaz de permanecer más de una década en Primera División, le llamaron «el ascensor»: lo mismo que sube, baja. Como era capaz de la tarde más sublime, y de «pegar la espantá», hay quien se inventó aquello del «Currobetis», en honor al «Faraón de Camas», bético tan ilustre como irregular en su oficio, artista de lo mejor y lo peor, llamado a enfervorecer a la Maestranza o cabrear a la parroquia obligando al más educado a arrojar violentamente al ruedo su almohadilla.La escuadra de Pellegrini avergonzó a los béticos en su último partido en Nervión. Una vez más se repetía la historia: un Betis con jugadores superiores salía acomplejado al césped de su eterno rival y daba la razón a quienes consideran que los partidos se ganan antes con la mente y el corazón, que con las piernas. No faltaron voces justificadoras: sin Ayoze ni Isco, que habían sido el año pasado los dos creadores ofensivos del equipo, era imposible trazar jugadas. Ante Osasuna volvieron a surgir los argumentos pesimistas: si el único faro del Betis —Lo Celso— se había lesionado, acompañando a la enfermería a Carvalho, ¿quién podría alumbrar el camino de la victoria? Los amigos de mi hijo, en aquella edad en que uno se acaba de sacar el carnet de conducir y ha aprobado la Selectividad hace unos meses, y, por lo tanto, cree que conoce los secretos de la vida, aplicaban la estricta lógica: el Betis mostraba una preocupante estadística en los goles, solo Lo Celso era capaz de perforar la red rival. Vitor Roque parecía necesitar más ocasiones de gol en el Betis que Morata en la Selección para cumplir con el propósito para el que había sido fichado. Tenía que estar desesperado Pellegrini para volver a apostar por Aitor Ruibal en punta, uno de esos jugadores versátiles que me recuerdan a algunos amigos que, en fin de semana, lo mismo hacen un «chapú» alicatando un cuarto de baño, que te dicen que no pueden quedar para tomar una cerveza porque están sulfatando una plantación de naranjos.Como el partido se jugaba a las cuatro y cuarto de la tarde, la reunión de amigos, con sus correspondientes cervezas, tuvo lugar irremediablemente, antes del partido. Cada cual aportó su punto de vista y se notaba el cabreo por el derbi. Aún se permitió algún colega sevillista invitar a una ronda, para celebrar «la alegría que el fútbol aporta a nuestras vidas». Muy gracioso. Como los antropólogos no descansamos —cualquier contexto cotidiano es el mejor de los laboratorios—, percibí que entre los jóvenes se hacía más patente el enfado y el pesimismo. Apoyándose en estadísticas y argumentando con no poco sentido común, auguraban el peor de los partidos contra Osasuna y, por descontado, asumían una nueva derrota. «No tenemos centro de campo creativo», alegaba uno. Otro añadía más desesperanza: «No quien meta un gol. El Chimy Ávila, ¿desde cuándo no marca en Liga?». Un tercero tiraba de datos: «El Osasuna no ha perdido aún en su campo». El más viejo de la reunión —socio bético desde hace más de medio siglo— escuchaba pacientemente, y asentía, como quien acepta el peso de las estadísticas, la evidencia y la razón. Tan solo le oí decir una frase, antes de irme a casa a ver el partido: «Hoy ganamos fijo».

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *