Nadal somos (casi) todos

Los júniors de las ‘bigfour’, que en invierno no llevan calcetines y se creen lobos de Wallstreet viviendo en casa de mamá, iban a abrirse esas horribles tarteras de comida mezclada cuando se enteraron de que se retiraba Rafa y era como si se hubiera terminado algo, no sé muy bien qué. Porque hace falta más valor para irse que para quedarse y quizás llegue a su fin un símbolo de las cosas que salen bien y de lo bueno que hemos aportado a la historia. Si lo pienso bien, en lo de Nadal yo no he aportado nada. «Sí, pero es de Manacor», me replico, y me respondo que yo no conozco Manacor. Alguna vez visité Mallorca , sí, y bajé reglamentariamente del avión con mi ensaimada en la mano en ese rubor octogonal y de cartón en el que nos hemos visto un poco todos. Si ese gesto me hace partícipe de las victorias del tenista, me alegro por ello, pues Nadal éramos todos en la medida en que proyectaba la parte buena de nuestro yo colectivo. Por mucho que sólo entrenara él. España iba mal, pero hacía historia un tenista y, gracias a él, nos podíamos tomar por un país bueno, un país correcto, un país decente, un país ganador (con perdón). Ahora, además de por lo de Hernán Cortés, querrán que pidamos excusas por lo de Nadal . Ocurre porque se le ha considerado un producto cultural de la derecha, como el fachaleco, por parte de una izquierda resentida de sus triunfos que en sus intimidades le echaban en cara que fuera demasiado brillante. El ganador se desprecia en cuanto descubre las carencias del mediocre que todos llevamos dentro. Por eso en este país generan más interés las historias de los chungos como Bárbara Rey que los medallistas olímpicos. A ver cómo un veinteañero con catarro y resaca se va a coger la baja flexible de Yolanda Díaz si un deportista viejo y con los miembros deshechos sigue ganando en las tierras batidas, las tierras de España en las que brillaron los tres ‘rafaeles’ fundamentales, a saber: Alberti, De Paula y Nadal.España iba mal, pero hacía historia un tenista y, gracias a él, nos podíamos tomar por un país bueno, un país correcto, un país decente, un país ganador (con perdón)Se puede comprender la claustrofobia que tipo que no podía criticar a Rafa Nadal, un perfil que está emparentado con el que no se podía meter con Enrique Ponce o, antes, con Montserrat Caballé, tres de las vacas sagradas y, por tanto, intocables de nuestra loquísima historia reciente. Porque en España uno no podía decir que la Caballé había cantado regular como ahora no se puede hacer chistes de gordos o de Nadal. Hay que reconocerle cierta inviolabilidad al manacorí, un gentilicio con el que corona su aura de guerrero aborigen mazado, negro de estar al sol, parco en palabras, leal con su tribu y en el fondo sentimentalón. Una vez que se desechó tristemente la idea de Dios como prescriptor y destruidas las ‘autoritas’ de sacerdotes, filósofos, maestros y padres, para unos quedaron los referentes morales de los ‘almodóvares’ en los Goya y, para otros, los tenistas. Esa época se ha terminado: de ahora en adelante las lecciones de vida las dará Arnaldo Otegi.

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