Pamela Anderson, nunca una chica cualquiera
A Pamela Anderson la ha resucitado Gia Coppola, sobrinísima de Francis Ford, en la película ‘The Last Sowgirl’ , donde Pamela concreta el papel de una vieja gloria de los espectáculos eróticos de Las Vegas, hoy en clara decrepitud entre los casinos virtuales y las discotecas siderales. Algo hay, en Pamela, de esa mujer de oficio desabrochado, aunque Pamela vive su biografía de agitación como una lejanía, donde fue chica Play Boy, mito sexual, y una guapa, en general, de las que asoman en los cumpleaños de los millonarios con el corazón de yate. Hay que decirlo cuanto antes: Pamela funciona en esa película. Es más, yo diría que Pamela resulta mejor que la película. Aunque cueste un poco creerlo, o un mucho, Pamela Anderson se aupó de famosa yendo vestida por el mundo. Bueno, medio vestida de bañador rojo, como vigilante de la playa, en la serie del mismo nombre. El bañador ya lo llevará siempre, aunque no lo lleve. Para bien, y para mal. Ha brincado ya los cincuenta años, pero tiene todavía aire de estríper, gasta los pechos de una pornostar, y tiene mucha hemeroteca de novios canallitas que le hacían el reportaje de la luna de miel a todo tanga. El más conocido fue Tommy Lee , y aún antes, hubo un tal Don Illic, que firmó en los ochenta el primer book de esta rubia, muy nutrido de fotos de entretenimiento doméstico. Estos novios, y otros, se fueron perdiendo en los caminos de Pamela, que a veces se quitaba las penas yendo al cirujano plástico. El éxito mayor, e insuperable, de Pamela, antes de esta película de Coppola , ha sido poner de moda el bañador rojo, como lencería de exteriores, y de ahí, con tumbos varios, hasta ser la rubia bombón de los escaparates de la confitería de las portadas de las guapas internacionales. El bañador rojo, a ratos, se perdía en el camino, y teníamos entonces a una Pamela de lencería escueta de toda la vida, o bien a una ultrarrubia rigurosamente desnuda que decía cosas que algunos fans ya habían sospechado: «Soy un auténtico animal sexual».Dos causas exóticasLe han salido muchas imitadoras, pero rubias como ella sólo hay una. Se ha casado seis o siete veces, yo ya perdí la cuenta. Los novios o los maridos se le van extraviando en el tiempo a Pamela, y ya no sabemos si tiene afición a casarse por el placer de divorciarse, o qué. En algún momento, Pamela se arrimó a nuestra actualidad nacional a propósito de dos causas exóticas. Primero, porque soltó por ahí, en pliego escrito, que una Cataluña independiente no estaría mal. De modo que se proclamó ‘groupie’ de Puigdemont. Unos años antes, puso en carta al Senado español la petición de rechazo al proyecto de ley que pudiera reconocer la tauromaquia como Patrimonio Histórico Cultural. Siempre supimos que Pamela se enredaba y desenredaba de amores, pero no siempre supimos que tenía la lujuria de la escritura.«Se ha casado seis o siete veces, yo ya perdí la cuenta. Los novios o los maridos se le van extraviando en el tiempo»Quiero decir que Pamela tiene el premio Nobel de llevar bañadores rojos en la playa, para las teleseries, pero ignorábamos que tuviera el vicio de la letra escrita y que, encima, le hubiera dado por el género de la epístola, o por el pregón en página web. Pregón que ahora se llama post. La oficianta dorada en los cumpleaños de Hefner, el de Play Boy, donde llevaba la tarta, al trote y en bolas, es hoy la musa de la sobrina del director de ‘El padrino’. Y en los dos papeles cumple excelente. Resulta lo que siempre sospechamos: nunca fue una chica cualquiera.