Tomás Rufo, medido como una figura con el buen Fardero

El aburrimiento era formidable cuando se acercaban a las ocho las manecillas. Detenidas por un mar en calma de verónicas. Rufistas. De Tomás, el de Pepino, al que midieron como a una figura con dos cortijos en cuanto observaron que ahí abajo podría avecinarse el triunfo. Tranquilos, no llegó…«Este toro va a ser», se oía. Y fue. Un notable, humillador, cuajado y, a la vez, fino ejemplar del Puerto, Fardero de nombre. Con un salto olímpico hizo su aparición. Y con la divinidad de la lentitud parió el capote los lances. Hondos y sentidos, dibujando semicircunferencias en la arena. Una belleza, amplificada en el altavoz de una media. ¡Qué media! Paladeábamos ya lo distinto mientras el toro seguía apuntando su buen son en la lidia. A torear se puso el toledano, lejos de querencias y envuelto en esa atmósfera de expectación que se crea cuando se presiente el cambio de rumbo de una apagada tarde. No se hizo esperar la división desde la primera tanda diestra, con mayoría de aplausos en los escaños y menos papeletas de pitos. Debía de preguntarse Rufo qué pasaba allí. «¡Que no te engañen, Tomás!», le gritaron. Y prendió la mecha de la zurda, ralentizada antes de regresar a la cuchara, dando el toque, empapándolo perfecto. De pronto, amaneció otra luz en un cambio de mano y brotó el «ooole» más verdadero. A cámara lenta hasta la cadera. De relajado cartel. Y otra vez la zocata, las palmas de tango, las voces y los ‘cállates’. Quiso agradar el torero y puso su empeño con un toro que duró lo preciso y al que le colgaba una oreja con fuerza. La sensación fue que Fardero había ido a menos y que Rufo, un torero ausente de demasiadas ferias, no terminó de redondear con alguna laguna. Clásico, por abajo, fue el remate, antes de la hora final: en ella se hallaba el pasaporte al trofeo, pero la media no bastó, algunos guardaron el pañuelo y el palco hizo lo propio con el suyo. A una vuelta al ruedo, tan torero premio, se redujo la recompensa.Atrás quedaban las guapas hechuras del primero, un mansito de enclasado son, con el que Manzanares regaló un templadísimo puñado de verónicas. Y más despacito aún lo puso en el caballo, donde cumplió en un puyazo, pese a salir suelto. Apenas lo señalarían en el siguiente y lo cuidó Trujillo en la lidia, sin forzar el capote, que Cubatisto andaba con la fuerza y la raza contadas, pero cuando iba lo hacía con nobleza y metía la cara. No pararon de recriminar la colocación al alicantino, que además pinchó; de nada sirvió la gran estocada final. A la mismísima puerta de chiqueros se fue a morir Cubatisto.Feria de Otoño Monumental de las Ventas. Viernes, 4 de octubre de 2024. Cuarta corrida. Casi lleno. Toros de Puerto de San Lorenzo (1º, 2º, 3º y 6º), La Ventana del Puerto (4º y 5º) y Juan Pedro Domecq (3º bis), bien presentados, mansitos y sin maldad; destacaron el notable 6º; en menor medida, 1º y 2º. José María Manzanares, de corinto y oro: tres pinchazos y estocada (silencio); feo pinchazo y estocada corta trasera y tendida (silencio). Román, de espuma de mar y azabache: pinchazo hondo delantero y desprendido y dos descabellos (saludos tras aviso); media con travesía y descabello (silencio). Tomás Rufo, de rioja y oro: estocada caída (silencio); media perpendicular y descabello (petición y vuelta al ruedo).Ilusiones levantó el capítulo segundo, un manso con sus notas de movilidad, ante el que Román tiró la moneda por el camino del espacio kilométrico. Con transmisión acudía a las dispuestas telas del valenciano, que planteó una faena con la emotividad de las distancias largas, esas que tanto gustan a Madrid. De su propia sombra acabó huyendo Cubilón y el acero cerró la opción de trofeo con un torero que todo da y cae bien en la capital. El resto de la mansita corrida fue de un sublime sopor.

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