La piel sensible
Hace algo más de una década que el Ayuntamiento de Sevilla estrenó una campaña para proteger el patrimonio a la que bautizó como ‘La piel sensible’. El título vendría como anillo al dedo para todos esos sevillanos que atacan a la yugular cuando uno se atreve a llevarles la contraria en los asuntos de estado de su particular ciudad, esos mismos que luego miran para otro lado ante los constantes desagravios que sufrimos por parte de los que mandan de Despeñaperros para arriba. Andan todos bastante revolucionados porque su alcalde ha dicho estos días una de esas verdades que duelen por ser cierta. Y es por eso, precisamente, que hiere.En ese lenguaje político del ‘sí’, que luego es un quizás, y que acaba por convertirse en un ‘no’, Sanz ha abierto el debate de que va siendo hora de que le demos una pensada a eso de las procesiones extraordinarias de las cofradías, que empiezan a ser más numerosas que los fieles que acuden cada domingo a alguna que otra iglesia. No es asunto para tomárselo a broma, ni tampoco una ocurrencia del alcalde como algún ofendido ha intentado hacer ver. El tema es bastante serio y el tiro municipal tiene más sentido de lo que parece. El órdago de la ‘tasa cofrade’ para cobrar por los servicios públicos que se utilizan en una salida procesional ha sido como echarle aceite a un fuego que ya llevaba tiempo ardiendo y que mantiene dividida a una sociedad que ya no es la misma de hace veinte años.El impuesto a las cofradías quedará en nada, porque este Ayuntamiento, como los anteriores, no tiene la más mínima intención de buscar enemigos en el mundo capillita, pero ha sido una buena advertencia que nos debe hacer reflexionar. Es como ese cuento de ‘Pedro y el lobo’ que nos avisa de que cualquier día nos acabarán comiendo y por eso nos toca reflexionar sobre dónde están los límites entre el sentido común y el desbordamiento. Y ojo que nadie pone en duda todo el bien que hacen las hermandades en esta ciudad, ni tampoco que esta piedad popular es el mejor antídoto contra esa secularización galopante que nos rodea. Pero no todo vale, ni mucho menos.Es cierto que el Arzobispado tiene una norma que regula los motivos para autorizar una extraordinaria y que ese decreto abre la puerta a otros casos en que la relevancia pastoral invita a ser generosos a la hora de autorizar, pero la legislación no es infalible. Tampoco es la solución. Ninguno de los cofrades somos niños a los que el profesor deba castigar por no hacer los deberes a tiempo. En las hermandades se presupone cierta madurez que debe imperar en estos casos. Ahí está la clave, en una autorregulación que impida que vengan desde fuera a decirnos cómo actuar. Hay tiempo, pero cada vez menos.