Isabel Rojas Estapé explica el error de bulto que cometen los padres cuando ven a un hijo triste

El libro de Isabel Rojas Estapé ‘ La neurona exploradora: Necesito un abrazo’ es un cuento para entender la tristeza y consejos para superarla. Porque los niños, recuerda esta psicóloga, también se ponen tristes. De hecho, todo surge, explica en la entrevista, «a raíz de ver en consulta a adolescentes rotos de 13, 14 años. Chicos que sufren enormemente y padres desquiciados». «Mi padre y mi hermana escriben para adultos, por eso surgió la idea del cuento y se hizo patente con la protagonista, llamada Neurita», explica. «En casa ya hablábamos de ella hace dos años. Mi hija, la mayor, tiene seis años, la segunda cumple 3, y la tercera apenas un par de meses. Es un posparto doble», ríe. Pero cuando la primera tenía cuatro, rememora, «tuvimos la siguiente conversación: ‘Mamá, ¿a qué te dedicas?: ‘ Hago que la gente sea feliz’ . ¿Cómo lo consigues? ¿Les compras regalos? No, les ayudo a comprender su cerebro, donde vive una persona que se llama Neurita, que te ayuda a entender por qué estás triste, contenta… Ella nos explica lo que nos está pasando». Noticias Relacionadas estandar No El consejo de la jefa de psiquiatría del Niño Jesús: «Nunca dejes de hablarte con tu hijo adolescente» Carlota Fominaya estandar No Rafa Guerrero, psicólogo «El trauma infantil apaga el wifi cerebral del niño y causa hiperactividad, falta de concentración…» Carlota FominayaEsto le servía para explicarle a la niña muchas cosas. Así, prosigue, «cuando mi marido y yo nos tomábamos algo al final del día, y ella me pedía probar la cerveza, le contestaba que no podía, porque su Neurita no está todavía bien formada, no está fuerte».   ¿Qué estamos haciendo para que haya niños tristes?  Creo que la clave está en que estamos en un mundo donde los padres protegen a sus hijos de la vida real. Nos dedicamos a hacerles las cosas, decimos: «no quiero que sufra». Pero no se trata de eso, el menor no puede tener todo lo que quiere, no pasa nada por tolerar un poquito de dolor… Te pongo un ejemplo que presencié el otro día y que ilustra bien lo que quiero decir: Estando el otro día en el parque con mis hijas vi a un niño que le pedía insistentemente a su madre: «mamá agua, agua, agua’. Ella fue al carrito y sacó de todo, pañales, frutas, pero no había agua. El niño berreando: ‘me muero de sed’. Al lado del parque había un supermercado. La mujer se fue corriendo a por agua, volvió con una botella y el niño la rechazó: ‘Está caliente. Quiero el agua fría. ¡Hielo, hielo, hielo!’ En un momento dado la mujer, que estaba sufriendo por el menor, se fue a un chiringuito, y pidió un vaso con hielo… Cuando volvió con él, el menor se bebió un dedito de agua y se lo devolvió a esa madre que había hecho todo con todo el amor del mundo. familia_0022Los niños que no saben tolerar la frustración son muy vulnerables y estamos haciendo eso. Es curioso: Están sobreprotegidos en la vida real y desprotegidos en la vida virtual, en las pantallas. Con lo de estar desprotegidos me refiero a que no tienen que enfrentarse a las situaciones. Hoy en día existe mucho conocimiento a disposición de las familias. Hay mucha formación, mucho psicólogo, psicopedagogo, en instagram tienes infinidad de personas que te ayudan a como hacer que tu hijo haga ‘x’… Las madres estamos muy formadas, pero los niños tienen muy poca voluntad. Mi padre me enseñó que hay sufrimiento, que hay emociones, y que estas no hay que evitarlas, pero que hay que aprender a gestionarlas. Tendemos a pensar que los niños nunca están tristes, o que si lo están, es por tonterías.  Efectivamente, he empezado por la tristeza porque es, junto a la alegría, una de las emociones primarias. A partir de estas dos, se abren en abanico el resto de emociones. Luego vendrán el miedo y la rabia. La tristeza es la más primaria y muchas veces los padres se confunden y piensan que, cuando un niño no tiene lo que quiere, está triste cuando en realidad lo que el niño tiene es rabia o frustración. Por eso, cuando los padres dicen que quiero que mi hijo sea feliz, lo que están generando son ‘hijos de cristal’ , que no quieren un ‘no’ y a los que les cuesta aceptar que algo les sale mal..Con este cuento quiero diferenciar lo que es la tristeza, cómo afecta, cómo gestionarla… Porque en ocasiones, los niños cuando están tristes, no lloran. Es muy importante que los padres lo sepan. De hecho, los ‘síntomas’ suelen ser otros: dejan de jugar a lo que le gusta, están más apagados… En cambio cuando un niño llora mucho, está enrabietado o con frustración.¿Cómo podemos detectar o diferenciar mejor si el niño está o no triste?  Los padres en muchas ocasiones pasan la tristeza por alto porque como el niño no llora, se confunden. Piensan: ‘Como no le he comprado esto está triste…». No, está frustrado. Hay que saber diferenciar tristeza de frustración. La tristeza en los niños, ¿es un sentimiento más profundo?Mi padre siempre dice que la realidad depende de la visión que uno tenga. Es decir, lo que nos pasa depende de la perspectiva de la realidad que uno tenga, y muchas veces esto se educa. Puedo educar a mi hijo en que lo que siente lo puede gestionar por cómo piensa. Los adultos tendemos a pensar que la tristeza da pena, cierto malestar, apocamiento… Pero de esa tristeza puedo sacar algo bueno. De hecho Cris, la protagonista del cuento, cuando se cambia de cole, se acaba sintiendo mucho mejor. Para hacer ese trabajo, ¿debemos ayudarles a hacer preguntas?Esa tristeza te ayuda a crecer, a mejorar… En el caso de Cris, de nuevo, ella no va a ver a sus primos porque se cambia de ciudad pero cuando los vea, los va a valorar más. No hay que evitar la tristeza , sino hay que saber gestionarla, y esa gestión depende mucho de los padres y de cómo eduquemos a nuestros hijos. De hecho, una de las claves de la salud psicológica es que los niños aprendan a detectar qué les pasa y sepan cómo gestionarlo, ¿verdad?Para eso es este cuento. Está dirigido a los niños pero también ayuda mucho a los padres. Para que ese progenitor que va a sentarse en la cama con el niño a contarle el cuento entienda también por qué algunas cosas nos afectan en el estómago… O cuando esté reflexionando y se sienta mal por algo… Intento que los niños aprendan emociones pero también que esta lectura ayude a sus padres.En el momento que no hacemos caso a nuestras emociones, ¿el cuerpo las grita?Eso lo vemos más en los adultos, que vamos por la vida como un bólido, a lo siguiente, lo siguiente, lo siguiente… Eso nos produce picos de cortisol. Solo hacemos caso a nuestra psicología cuando no podemos más. Los órganos que más se ven afectados son el cerebro, intestino, tripa, estómago… Saber que el estómago de una u otra forma siempre habla. Hay una unión entre emociones e intestino que siempre sale a la luz. El niño puede decir: ‘no me apetece comer’ o presentar una dermatitis atópica. Esas son algunas de las luces de neón, las ‘red flags’ de que algo le pasa al niño. Habla usted de la importancia del tacto, del abrazo en la infancia.  Cuando un niño anda de la mano por la calle con su madre,se siente seguro. El tacto es de las cosas más importantes en la vida de un niño los 1000 primeros minutos de vida, que son las primeras 17 horas. Es fundamental incluso hasta más tarde, los 12 o 13 años.Tocar al niño es importante, pero también cómo le tocas… Va a determinar cómo ese niño va a estar en su cuerpo, cómo va a querer, como se va a dejar querer… También hago mucho hincapié en que les demos abrazos, besos, toquemos su pelo, les vistamos con calma… Si lo vistes abruptamente, ese niño va a estar en tensión…Si estamos enfadados con el peque porque ha hecho algo, le decimos: «esto no se puede hacer, pero te digo esto porque te quiero». Y termino la frase con mi abrazo, y diciéndole: «te quiero con todo mi ser». Así pongo límites pero no sobrepastoreo. Cuando mi última hija nació estuvo un par de horas en la UCI y yo misma necesitaba tocarla. Me decían: ‘no pasa nada’. Sí, sí que pasa. Nuestros padres eran ‘cero-emociones’, y nos dejaban llorar sin mala intención. Pero ahora nos hemos pasado al lado opuesto: ‘que mi hijo no llore y no le pase nada malo’. Tenemos que enseñar a nuestros hijos a adentrarse en el sufrimiento, transitar para saber salir de él. Para enseñar todo esto, es importante que los padres estemos bien, somos una pieza imprescindible en sus cimientos.  Sin duda. Eso es muy importante y clave para educar al hijo, para que se den cuenta de que tienen un espacio seguro, pero en esto siempre digo: ‘Cuidado’. Los padres pretendemos estar perfectos y eso es imposible, el síndrome del pluscuamperfecto se da mucho en las madres que intentan llegar a todo: ser perfectas educadoras, parejas, profesionales… y eso es imposible… Hay que saber que no pasa nada si no llego a todo.Justo antes de dar a luz pensé: ‘no llegó a cuidar a mis hijos, a llevar la casa y a estar en la consulta. Así voy a tener ansiedad. Intentar llegar a todo es imposible, tenemos que preguntarnos: ¿qué es importante para mi en mi momento? El deporte, ser una buena educadora, salir a cenar con mi marido… De ahí voy a coger tres cosas que voy a luchar en estos meses de mi vida, en los que no pasa nada si no estoy súper enterada a nivel político. El otro día en consulta una mujer me decía: Isabel, no me preguntes, no me juzgues… Nosotros mismos nos sentimos mal por no llegar a todo. Los padres debemos estar bien sabiendo que no podemos llegar a todo y que hay cosas que no nos van a salir bien. Hay que bajar el perfeccionismo. Podemos decir: ‘Hoy mamá está cansada, te ha pegado un grito, así que te pido por favor que te portes un poco mejor».También debemos saber qué cosas nos hacen bien a los padres. Se descuida a la pareja en pro de tener hijos perfectos. Es un equilibrio muy complicado pero debemos saber lo que nos viene bien a los padres. Los padres tenemos que estar más o menos bien, que no perfectos. Aprendamos a ser benevolentes con nosotros mismos, sin querer ser perfectos, sin pretender que nuestros hijos tengan de todo…En el nuevo libro mi hermana María explica que cuando hay mucha dopamina, llega un momento en que nuestro cuerpo nos frena y produce dolor. Si le das muchas cosas a un niño, este termina sobresaturado, está mal.. Hay que saber decir no a los niños. ¿Qué pasa cuando son los propios padres los que están tristes?Si mi ‘Neurita’ también está triste es importante que lo diga. Por desgracia, a veces los padres solos expresamos que estamos tristes por las actuaciones negativas de nuestro hijos. Eso es un error. Se confunde esa tristeza. «Hoy estoy triste, esto no me ha salido bien, he visto que el abuelo está malito», siempre acoplando nuestro vocabulario al del niño… Vamos tan rápido que incluso a los padres se nos pasa de largo. Hago mucho hincapié en el ‘slow-mood’. Habría que ir un poquito más despacio, valorar qué día tan precioso hace, que día más azul… El otro día viví una situación que me encantó, vi a un niño de la mano con su madre, diciéndole a esta: ‘¡que flores tan bonitas! y ella contestando: ‘¡venga, venga, que no llegamos! Que el niño sepa valorar tanto lo bueno como lo malo está bien, porque si uno no sabe detectar no puede empezar a gestionarlo. Los padres se resisten mucho a decir: ‘Hoy mamá está cansada’ Pero hay un punto que los padres también tenemos que decir cómo nos sentimos. De esto se traduce que, aunque hoy estoy triste, sé gestionar la tristeza. El niño aprende más por la imitación por lo que ve que en la expresión. Si el menor ve que estoy triste y que sé gestionar esa tristeza, será infinitamente mejor esa enseñanza. Lo que pasa es que si el niño está triste el progenitor no detecta esa tristeza. O pasa del niño o, pasa a otro ‘input’, le compra otra cosa o le hace otra actividad más chula. El niño termina aprendiendo que la gestión de la tristeza pasa por comprar algo, o por ir a una fiesta. Es un pico de dopamina que esconde la emoción. Con eso el niño solo aprende que me tienen que comprar algo. Ese es el error, ni saben lo que les pasa, ni detectan la emoción, ni saben gestionarla. Este es uno de los motivos por los que nos encontramos a niños de 14 años a los que nada les interesa. Suele suceder esto con la tristeza. Ves que actúa raro y piensas: qué tontería, vamos al parque de bolas, o a hacer la compra, o a jugar a otra cosa… Escondes esa emoción y haces que el niño esté bloqueado. Cuando no sabes enfrentarte a las cosas, aparece el miedo. Por eso abogo muchísimo por la valentía y la alegría. Los niños a día de hoy no tienen situaciones que puedan demostrar su valentía porque los padres les hacemos todo. Lo importante es que nosotros les pongamos pequeños retos, para que ellos puedan enfrentarse a ello. Y todo empieza cuando están tristes que no les permitimos el reto de saber enfrentarse a su tristeza porque les hacemos olvidarse de ella cambiando de foco. No saber gestionar esa tristeza hace que los niños a día de hoy vivan paralizados, no sean valientes, porque les han dado todo hecho.MÁS INFORMACIÓN noticia No La mejor terapia antiestrés de Marian Rojas Estapé: «Intento tener muchas herramientas para manejarlo» noticia No «Una mente que no sabe reposar pierde rápido el control de las emociones» noticia No Una psiquiatra advierte: «Existe la creencia errónea de que soy mejor padre si no medico a mi hijo» noticia No ‘Del revés 2 (Inside Out 2)’: la película que necesitas ver para entender a tu adolescente noticia Si Un centro para combatir las adicciones sin sustancia en Madrid: «Hasta el hambre se les quita a los jóvenes para no dejar de jugar» noticia No Pedro Javier Rodríguez, pediatra: «Hay niños que dicen: ‘o me curas esto, o me tiro por la ventana’»Esas cuatro emociones están muy pensadas para el desarrollo tanto psicológico como conductual del niño.  Me costó mucho escoger con cuál empezar. Todo el mundo reconoce la tristeza cuando alguien se muere, pero eso va unido a temas espirituales que dependen del sistema de creencias. Por eso quise evitar la tristeza por fallecimiento. Se tiende a pensar que surge tristeza por algo enorme y espectacular en muchos sentidos, pero un niño se puede entristecer por muchas cosas, los padres tienen que ser mucho más finos a la hora de detectar la tristeza por cosas aparentemente normales.

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