Riquenismo
Alejandro Hurtado es el porvenir de la guitarra incluso cuando toca la rondeña de Montoya y la ‘Gitanería arabesca’ de Ricardo. Rafael Riqueni es la eternidad. El de Triana es el epítome del arte porque su obra está por encima de él. No está en sus manos, ajadas por los azares de la vida. Tampoco en su cabeza, donde danzan los trasgos de la creación. Ni siquiera está en corazón, que late al ritmo de sus dolores. La obra de Riqueni está en el abismo. El paraíso es Rafael tocando por soleá. Es el ramo de rosas para su madre en el trémolo del parque de María Luisa. Es la sinestesia de Nerja, música con una mirilla por la que se ve la cueva. Es el tango en tono de rondeña, la afinación del silencio, el arpegio roto. Es el fandango del Niño Miguel, con quien compartió bajañí en los espectros de Tarsis. Lo de este genio está en una dimensión que va más allá del cuerpo y del tiempo. Es Andalucía en un pozo de viento. España en el concepto sonoro. Falla, Albéniz, Turina y Riqueni. De la universal calle Fabié, cuna del riquenismo.