Querido Brad

A punto estuvo aquella mañana de no encender el ordenador, porque había pensado dedicarla a enjalbegar la maltrecha pared de la trasera, que después vienen las lluvias y nunca encuentra el momento. Pero se levantó con un inoportuno dolor de espalda y decidió dejar la espátula para mejor ocasión. Desde que su marido murió ella se encargaba de las labores de mantenimiento de la casa, y aunque en el pueblo nunca faltaban ofrecimientos de ayuda ella prefería enfrascarse en las tareas sola, para burlar las horas muertas y espantar la nostalgia. Descartada la faena doméstica, se sentó en la mesita donde reposaba el ordenador. Encendió la pantalla y cuando vio en la bandeja de entrada un e-mail con el remite de ‘Brad Pitt’ notó un escalofrío como el que sentía cuando en su juventud los mozos la sacaban a bailar en las fiestas de la patrona.Que Brad Pitt es el hombre más guapo del mundo es una de las pocas certezas que ha tenido en su vida. Fue el único con quien se permitió alguna fantasía lúbrica durante su matrimonio, concretamente desde que vio en el cine de verano su torso desnudo en ‘Thelma y Louise’. De hecho, cuando ya viuda se apuntó a las clases del taller municipal de informática, su objetivo oculto era aprender a moverse por internet para ver fotos del actor y apuntarse al club de fans. Al abrir aquel correo electrónico comprobó que no era una mera salutación robótica, sino una pequeña carta en la que Pitt le daba las gracias y con un español algo macarrónico le invitaba a mantener correspondencia.Después todo fue muy rápido. Tomaron confianza y los mensajes pasaron a ser cada vez más íntimos. Ella le contaba cosas del pueblo y compartía recuerdos, y él pronto comenzó a escribirle palabras bonitas. Le explicaba que estaba en Hollywood, en Nueva York o en Berlín, y que siempre pensaba mucho en ella. Cada mensaje que recibía del actor era una inyección de vitalidad que le hacía rejuvenecer; con su imaginación se veía compartiendo risas y champagne en los lujosos hoteles donde él se hospedaba. El vínculo se estrechó tanto que cuando Pitt le planteó realizar una inversión –«riesgo cero, Jennifer López y Ben Affleck ya me han dicho que se apuntan»– no dudó en enviarle buena parte de la herencia que le dejó su marido. Un buen día se presentó en su casa una pareja de la Guardia Civil para decirle que había sido víctima de un timo. Le explicaron que Brad Pitt no era Brad Pitt, sino una mafia nigeriana que operaba desde aquel país. Le hablaron de ‘deepfake’ y otras palabras que no entendió; le dijeron que al estar en Nigeria no podrían detener a los delincuentes, pero que seguían el rastro de su dinero para recuperarlo. Los agentes esperaban ver alegría en sus ojos, pero comprobaron que les miraba desde la profundidad de un abismo de soledad.Pasó aquella tarde limpiando la alacena y barriendo el patio. Se limpió algunas lágrimas, pero sin desconsuelo. Al anochecer cenó una tortilla francesa, dio un beso a la foto de su marido, se sentó en la mesita, abrió el correo electrónico y escribió:Querido Brad: ¿Cómo sigues, amor?

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