Bienvenido a Ventrosa, el pueblo que tiene a la mayoría de su población a más de 10.000 kilómetros

«Me acuerdo de ver a mi madre que, cuando escribía a sus hijos, lloraba», rememora a punto de romperse por la emoción, Margarita Aretio , de 91 años. Sus cuatro hermanos partieron a Chile cuando eran unos chavales; sólo ella quedó en Ventrosa de la Sierra, un pequeño municipio de La Rioja. «Si hubiera estado sola, habría ido yo también (…) pero mi madre estaba delicada», lamenta. La historia de este pueblo, como la de otras muchas localidades de nuestro país, se teje a través de las idas y venidas de su población. Sin embargo, lo que diferencia a este municipio riojano de otros es cómo aquellos que se fueron, o sus descendientes, mantienen los lazos : 51 vecinos están empadronados en la localidad, 304 lo están a través del PERE (Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero). Es decir, hay seis veces más ventrosinos por el mundo que en el propio territorio, lo que le sitúa como el municipio de España donde esa relación entre el PERE y el censo es más extrema.«La mayoría están en Sudamérica y de manera más significativa en Chile», explica Domingo Blanco , el alcalde, que admite que desde hace unos años están recibiendo una cantidad importante de solicitudes de partidas de nacimiento de descendientes de lugareños con el objetivo de obtener la nacionalidad.Adiós, vecino, adiósLas campanas sonaban y la plaza de la Revilla , la más popular del pueblo, se llenaba de gente para presenciar las despedidas: «Cuando se marchaban los hijos, aquello era casi como un entierro . Se abrazaban al padre y decían: ‘¡Que no me llevéis! ¡Que no me llevéis!’ Y el padre: ‘Que sí, que el tío te va a cuidar muy bien’», recuerda haciendo aspavientos Juan Manuel García , conocido en el pueblo como ‘ el Pechuga’ , quien lleva con pesar el ser el último trashumante de la zona. «No se me olvidará en la vida aquellos trances de las despedidas», cuenta abatido.Juan Manuel García, ‘el Pechuga’. A su espalda, la plaza de la Revilla ABCEntre 1880 y 1930 se produjo el mayor flujo de migración riojana al extranjero . «Es un periodo en el que las circunstancias eran muy difíciles, lo que favoreció que la gente se buscase la vida donde podía», explica Álvaro González , investigador del Instituto de Estudios Riojanos , escritor, editor y director de ‘ la Zamarra’ , plataforma de activismo cultural para el desarrollo rural. Entre las principales causas para partir, el experto señala la alta presión demográfica de principios del siglo XX, unida a una agricultura muy poco mecanizada , que no era capaz de alimentar a todos los habitantes, y una caída de lo que era la principal riqueza de la sierra: la industria textil derivada de la lana merina .«Las ovejas merinas daban lana y ¡era oro! Mi padre con la lana de 500 ovejas hizo esa casa», asegura orgulloso ‘ el Pechuga’ , señalando una gran casona de piedra situada en la Revilla. «Pero empezó a bajar, -continúa- y ya no la quería a nadie», lamenta. A medida que el ganado dejaba de ser rentable e iba disminuyendo, también lo hacía la población de la Ventrosa. «La migración era fundamentalmente de jóvenes, de entre 15 y 19 años, niños que acababan de terminar la escuela, pero que se encontraban a punto de hacer el servicio militar», señala González.«Mi abuelo mandó a cuatro hijos de 12 años en adelante (…) porque decían que los que hacían el servicio militar desde estos pueblos, como eran tan alejados, los mandaban a África y podían coger el paludismo, la fiebre no sé qué…», narra Valentina Blanco con una vitalidad sorprendente a sus 89 años. En 1958, ella también partió a Chile: tenía 23 años, estaba trabajando en Madrid y su hermano mayor la «mandó llamar». «La migración más fuerte venía auspiciada por lazos familiares . Había una primera generación de emigrantes que se había asentado, había tenido sus negocios…y ellos favorecían que fueran allí. Muchas veces les pagaban el pasaje, les acomodaban para que tuvieran ya un empleo», señala González, «de alguna manera, se lo ponían fácil ».Tras 26 días de viaje, Valentina llegó a Valparaíso, allí le esperaban su hermano y sus tíos. « Nos instalamos en Curicó , ahí estábamos bien, aunque me costó un poquito», admite. «Al poco de llegar, abrimos un negocio de ropa, de juguetes …», recuerda. Sin embargo, aquello que le aportó más fue su trabajo humanitario.«Yo allá estudié tres años de enfermería», explica, «trabajé mucho en la Cruz Roja, sobre todo cuando había temblores, terremotos, inundaciones… Eso te hace tener mucha conexión con distintas clases sociales, conoces mejor a las personas, y la gente es buena», reflexiona.VolverLa vida de Valentina es un hilo más en ese tapiz de relaciones que se trenza entre el pueblo riojano y el país andino. «Mi vida está en una maleta» , admite orgullosa, «llevo varios años viniendo a Ventrosa en verano, y lo paso acá, con los sobrinos que todos son muy cariñosos. A lo mejor estoy acá y echo de menos algo de allá, y estoy allá y echo de menos algo de acá», dice en tono jocoso. No todos los que se fueron corrieron la suerte de Valentina. Pese a que la mayoría partía con la esperanza de retornar a sus orígenes habiendo hecho las Américas, una gran parte no lo consiguió. En el estudio ‘Emigración española a América’, del historiador César Yañez Gallardo , se aventura el dato del 51% de retornados para el conjunto de los que se fueron desde España.«Todos tenemos el cliché del indiano aventurero que se va de su pueblo prácticamente con nada y vuelve millonario. Ha habido casos, pero no es evidentemente la mayoría, ni mucho menos», puntualiza González. «El volver en aquella época, con los transportes que había, con los costes que suponía, hacía que fuera muy complicado. Entre los que conseguían, y no habían hecho fortuna, había una excusa que se repetía mucho: ‘ Se me ha caído al mar la maleta donde traía el dinero’ ».Además de las causas económicas, estaba el factor emocional: la mayoría de los hombres jóvenes que partían acababan formando una familia en su destino, por lo que aunque añoraran su tierra, la idea de volver se convertía en una quimera . Asimismo, la emigración fue evolucionando y llegaron a ser familias enteras las que se veían obligadas a partir. Se estaba dando el primer paso hacia la España despoblada : «Cuando se van tantas familias y todas juntas hay unas consecuencias para bien, porque se reduce la presión sobre la tierra y sobre el poder alimentarse », afirma el experto, «pero fueron muy graves a futuro, como hemos visto con lo que ha ocurrido con la despoblación rural, que viene de esta migración a América y luego, por supuesto, del éxodo rural de mediados del siglo XX».La añoranza«Yo partí pensando en volver», admite Valentina, «pero algunas españolas me decían: ‘ ¡Ay! He llorado tanto. He sufrido tanto… y tú no lloras’. Yo pensaba: Pero, ¿por qué voy a llorar? Claro, yo tenía la posibilidad de volver, no era como una mujer que se podía haber ido con su marido y sus hijos… En ese caso, era otra cosa», admite.Un grupo de ventrosinos celebra San Roque en Rancagua (Chile) joaquín e. hernándezEse sentimiento de nostalgia parece ser una constante en todos los que han padecido el desarraigo de la tierra. «Como nieto de una ventrosina que llegó a Chile a los 16 años, en 1956, he crecido, junto a mis hermanas y primos, escuchando historias y anécdotas del pueblo de mi abuela», narra en un email, desde el otro lado del Atlántico, Joaquín E. Hernández , un joven arquitecto asentado en Santiago de Chile. «Ella siempre buscó, que a pesar de la distancia, supiéramos dónde estaban nuestras raíces. En Rancagua existió el Centro Español, una especie de club fundado por españoles, donde básicamente hacían su vida, y ahí crecimos celebrando San Roque , y ahí mi madre y mis hermanas aprendieron a bailar jotas y flamenco. Por lo que, por lo menos en mi familia, le tenemos un cariño inmenso al pueblo ».Sensaciones similares comparte Daniel Martínez Duarte. Él es otro nieto de aquellos ventrosinos que partieron a las Américas en busca de un futuro de opulencia. Su abuelo, Juan Martínez , dejó el pueblo en 1911, con apenas 13 años, junto a sus dos hermanos. «Me contaron que fueron años de mucho trabajo y sacrificio», asegura. Su abuelo volvió a Ventrosa para casarse, pero luego decidió asentarse definitivamente en Chile. «Hubo un tiempo en el que se decía había más ventrosinos en Rancagua que en el mismo pueblo », afirma. Pese a que se acomodaron en el país de acogida, nunca olvidaron al municipio riojano. «Fuimos en el año 71, y mi padre y hermanos han vuelto a ir más veces».Así, por las callejuelas empinadas de Ventrosa desfilan año tras año descendientes de aquellos que un día partieron. Van buscando el reloj de las cuatro esferas, la iglesia de San Roque o la venta de Goyo …, pedazos de recuerdos que un día sus padres o sus abuelos les narraron. Otros, vuelven para quedarse definitivamente. «Hay tres o cuatro familias que tuvieron sus negocios allí pero que han decidido dar el paso y volverse a España», explica Domingo Blanco.La tierra prometidaLorenzo Moreno Smith, apodado como «Lolo» por sus vecinos, hizo el camino inverso: con 14 años dejó su Viña del Mar natal para ir a Ventrosa . Su padre había emigrado a Chile en la posguerra, donde formó una familia a la que infundió el amor por su pueblo. «Todas las referencias que yo tenía de Ventrosa , de mi abuela, de mis tíos, que también estaban allí, es que era … ¡el paraíso! », exclama.Por ello, cuando en el verano del 72 el padre de Lolo anunció a su familia que se iban a España, la noticia se recibió con jolgorio. «Fue por un tema político económico, porque entonces estaba Allende », señala, «mi padre era socio de una fábrica de pinturas que tenía con sus hermanos y con un inglés», explica, «y la intervino un comisario político, así que, entre eso y unos enfrentamientos que estaban ocurriendo en manifestaciones en las calles, dijo que le recordaba a antes de la Guerra Civil y que nos íbamos». No le falló la intuición: Pinochet dio su golpe de estado el 11 de septiembre de 1973.Tras un viaje en el que se las vio «negras» -«mis padres y mi hermano se lo pasaron bomba y yo resulta que me mareo en el mar»- llegó a la tierra prometida, aunque no pudo esquivar el choque cultural. «Al principio aquí en Ventrosa era, pues ya digo, el paraíso. Pero luego, vino el Instituto y no me gustó porque la gente era muy brusca », lamenta. «En clase me preguntaban y me ponía colorado, y encima la gente se reía de mi acento…».Durante años, algunos recuerdos de Chile dolían en su memoria: «las relaciones sociales allí, tanto con la familia como con amigos, eran en las casas. Se hacía asado , y los niños jugaban en el patio, y los mayores charlaban y jugaban a las cartas, al dominó… Eso sí lo eché de menos ». Pese a ello, cree que todas aquellas vivencias esculpieron en él un carácter más «abierto» y «tolerante». Hoy se siente riojano, aunque volver a pasear por los rincones que visitó de niño es una idea recurrente: «No he vuelto, pero lo quiero hacer porque si no lo hago ahora, que tengo buena salud, ¿cuándo?», se cuestiona, aunque remacha: «A pasear solo, ¿eh? A vivir, aquí» , sentencia con una sonrisa. Lo mismo le sucede a Gladis . Originaria de Santiago de Chile, hace 34 años «el Pechuga» entró en la carnicería en la que trabajaba, un hecho fortuito que dio un tumbo a su vida. «Mi marido fue a Chile de vacaciones , yo trabajaba con unos primos de él y cuando me voy a imaginar yo que cruzando esa carnicería, iba a entrar este hombre en mi vida», relata animadamente. «Estuvimos dos años de cartas y llamándonos por teléfono, hasta que un día decidimos: o se termina la relación o nos casamos. Y aquí estoy. Vine el 5 de noviembre del año 1992».«Yo marché para allá porque aquí no había mujeres, no me iba a casar», apostilla su marido. «Ya tenía 49 años, las chicas se iban a la capital y quedaban todo mozos en este pueblo. Un primo mío me dijo: – Ven para acá, que hay mujeres. Y fui », afirma satisfecho.La huella de los indianos«Si hay algo que caracteriza al emigrante riojano, y más concretamente al serrano, es la formación de partida que tenían », subraya Álvaro González. «Eso les permitía que pudieran dedicarse al comercio, a labores de una cierta formación. N o eran mano de obra barata ». Esa formación, -«yo nunca he conocido en este pueblo alguien que no supiera leer o escribir», asegura el alcalde- se la debían precisamente a los indianos que un día se fueron y volvieran o no, revertían una parte de sus ahorros en instituciones educativas en su lugar de origen. «Paradójicamente, el que la población estuviera más formada favorecía la emigración », señala el experto.El rastro de los que se fueron también está presente en numerosos detalles tangibles en el pueblo: « Tenemos agua potable desde el año 29 y eso se debió a Simón, un vecino que hizo bastante dinero en Chile y que después vino aquí y metió todo el saneamiento», explica el alcalde, «también gestionó varios huertos de árboles frutales y a los críos les enseñaba sobre la importancia de conservar y mantener la naturaleza». Otra figura en el pueblo, de la que todo el mundo habla cuando se menciona a los emigrados, es Jesús Díez , quien montó una gran flota de autobuses en Chile ( Turbús). «Aportó bastante dinero a la Asociación Cultural Villarrica y además donó una fuente que está cerca de la de la iglesia, que se llama la Fuente del Emigrante , y que la costeó precisamente a través de la gran fortuna que amasó en su momento».«Venía mucho Ventrosa», recuerda Margarita, «era muy íntimo de mi marido y siempre nos decía que teníamos que ir allí», señala. «Yo lo que muchas veces me pregunto es quién sería el primero que se fue », afirma pensativa. Para ello, Valentina, con el salero que le caracteriza, tiene su propia teoría: «Yo siempre digo que con Cristóbal Colón ya iba un ventrosino».

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