Coachella cierra su primer fin de semana con música universal volcada en lo local: del country de Post Malone a los corridos de Junior H
Inabarcable, brutal, agotador, Coachella es un monstruo al que es imposible mirar de frente. Las cifras hablan solas pero, como buenas matemáticas, se quedan frías. Son casi 170 conciertos, más de 120.000 asistentes, casi tres kilómetros cuadrados de espacio y ocho escenarios, los que durante dos fines de semana seguidos (con el mismo cartel el primero y el segundo) se juntan en el desierto de California, en Indio, en el que es el festival más grande y famoso del planeta, epicentro de novedades musicales, sede de rostros famosos y cuna del postureo. Este domingo ha cerrado sus puertas —hasta el fin de semana que viene— demostrando por qué lleva 25 años convertido en el rey del desierto: porque sabe tratar como universal y poner al alcance de decenas de miles de personas músicas pop e hiperfamosas, pero también otras locales, regionales, de nicho, y diseminarlas y elevarlas.