En la calle Crédito
Noche de viernes 13 en una Alameda preñada de diversión y ruido, que le daba la espalda a la calle Crédito, donde se levanta, también en el número 13, el Teatro en el que un señor iba a celebrar más de medio siglo de oficio . Crédito, eso es. Según la tercera acepción de la RAE: reputación, fama, autoridad. Al pelo. Porque sí, se puede no haber empatado con nadie e ir faenando de aliño como si se estuviera descubriendo el mundo y se puede estar de vuelta de todo y dejarte los dientes que echaste en los tablaos desde chinorri para sacar de adentro, de lo hondo, el agua aún fresca del pozo de las verdades. Eso, lo segundo, es justo lo que es Juan Antonio Santiago Salazar , más conocido como Enrique ‘El Extremeño’ . El hombre de los dos nombres. El del registro oficial, en homenaje a su tío que murió mientras su madre estaba embarazada, y el artístico, de su padrino, que se lo adjudicaron para ahuyentar el mal fario. La coletilla tiene su origen en el Chorrito Bajo de Huelva , lugar al que llegó desde Badajoz meses después de nacer. Era el único forastero de su calle.Abanicos y moños, camisas de estampados, gente a la carrera que llegaba de lo de Poveda, que comentaba hasta que se hizo la oscuridad. Silencio. En la esquina izquierda del escenario una figura sentada de espaldas, con el brazo apoyado en la espalda de enea, parecía meditar. Un transistor, que descansaba al lado de un cigarro humeante y un vaso de whisky, hablaba de Los Mayorales , el grupo de sevillanas de los inicios de Enrique. De cuando era un niño, de cuando se hacían pruebas, de cuando le dijeron que no valía. Esto lo contó ya de pie, con la nostalgia de lo vivido en los ojos, con la certeza de que se equivocaron con él, mirando a un público entregado que le piropeó hasta como le caía la chaqueta. Abrió con esa debla que cantó delante de la Tati en Torres Bermejas cuando iba buscando la oportunidad y Porrina le echó la mano por encima. Desde ahí abordó una biografía cantada por derecho, con personalidad, esa que solo le pertenece a uno. Se acordó de sus referentes , pero se lo llevó a lo suyo, a los recorridos de su corazón, a las vereítas propias de su garganta. «El arte es el momento» , eso dice este maestro del cante de atrás, del acompañamiento, ese que lo curtió y lo consagró, otorgándole la entereza que le permite adelantar la silla y romperse en plenitud. Martinetes. Alegrías. Tientos. Tangos. Ardid sin aditivos, puro, sin mezclas extrañas. Al toque su hijo, su sangre, Ñoño Santiago, y su amigo y productor, Pedro Sierra.La Polvorilla fue una de las invitadas especiales a esta fiesta de Enrique ‘El Extremeño’ víctor rodríguezEl transistor, hilo conductor de la abultada carrera, desempolvaba los hitos y los traía intactos al pecho del pacense. De la crítica de Manuel Martín a la presentación de la Diosa. Manuela Carrasco no quiso perderse la cita y fue la guinda del pastel de estas Bodas de Oro . El Extremeño cantó con la mirada fija en los pies de la bailaora, mirada misteriosa que parecía rescatar de los reinos de la reminiscencia aquel momento años atrás en Jerez en el que se partió la camisa ante la sinergia que crearon en una soleá. En el fin de fiesta, empezó a sonar en la radio aquella de Machín . El público en pie reconoció el esfuerzo de un artista que volvió a sentarse satisfecho en la silla, ahora mirando de frente. Toda una vida siendo Enrique ‘El Extremeño’ . Toda una vida dedicada al flamenco. Salió de allí por la calle Crédito, habiendo vencido al 13. La suerte es un consuelo para los que no trabajan. 50 años tienen muy poco que ver con la casualidad y mucho con el amor y el respeto a un oficio.