Un zoco de corazón castizo

La plaza de Santa Ana es un lugar molón, mitológico e infalible donde el peatonaje diverso hace la mayor acampada de terraza de la ciudad. Ahora mismo no hay terraza global sino obra mayor, porque viene metiendo usted mucha obra en el sitio, alcalde , y así las grúas han retirado al gentío. Pero conviene visitar la plaza, que presenta un cinturón de monumentos míticos. Ahí está el Teatro Español, que antaño fuera el teatro del Príncipe. Cuando en la fachada da el sol del atardecer sucede una de las postales clásicas e inolvidables de la ciudad. Por ahí mismo cerró, en su momento, el Café del Príncipe, conocido entre la bohemia como el Parnasillo, y los poetas desportillados que frecuentaban aquella botillería, y otras, han dado paso a las valquirias del turisteo de todos los países, valquirias que ahora animan la plaza entera y sus aledaños, donde los gitanitos guapos y los flamencos de alterne van a ver si pescan lío o romance. La plaza de Santa Ana, como otras plazas madrileñas, de mayor o menor órbita, fue en principio, hace décadas, una modesta placita de barrio, con sus niños de descuido, sus árboles de domingo, y su medio silencio de paseantes. Noticia Relacionada CARTAS AL ALCALDE opinion Si Vida del Renoir Ángel Antonio Herrera Hay que cuidar este cine, alcalde, que es un recodo de una vieja pasiónDespués tuvo su época de plaza de artesanía, como tantos otros recodos de Madrid, y ya más recientemente desembocó en el laberinto de bares que nutren las terrazas sucesivas, como un gran zoco de la birra en el corazón castizo. Hemingway iba a la Cervecería Alemana, aún en pie, y el night club Villa Rosa era un poderoso imán para los que gustan de la juerga por bulerías y la noche con el pelo suelto como un relámpago. Existe aún el Villa Rosa, tan chulo de fachada de azulejos, aunque hoy es ya un recodo para nostálgicos de un Madrid de toreros y tunantas. Para extranjeras que siempre van a suponer que en España toda deshora tiene un tablao. Que a lo mejor sí lo tiene, sólo que no es un tablao, precisamente. Las estatuas desiguales de Calderón de la Barca, y de Federico García Lorca, presencian a diario cómo el mocerío revuelto principia en la plaza de Santa Ana su mejor juerga entre la caña gigante y el selfi constante. Hay obras, pero es la terraza que no cesa.

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