Una revolución espacial se gesta desde La Alcarria que visitó Cela

Es común pensar que el espacio negro que vemos entre las estrellas está vacío. Que existen zonas en las que solo habita la nada. No es cierto: se sabe que todo, incluso en los oscuros huecos entre galaxia, hay polvo interestelar compuesto por partículas ínfimas, átomos y partículas en las que, sin embargo, puede estar la solución a muchas preguntas que el hombre se hace desde hace siglos.Allí, por ejemplo, hay hidrógeno. Un componente que, al principio de la historia del Universo, hace unos 13.700 millones de años, formó las primeras estrellas. Unas estrellas que, tiempo después, acabaron explotando, dando lugar a elementos más pesados, como el hierro. El mismo hierro que hoy flota en el polvo estelar que nuestros observatorios escrutan en esos huecos negros. Esos átomos y moléculas que existen allá donde pensamos que no hay nada cuentan historias de viejas y nuevas estrellas, de formaciones de planetas, de grandes rocas espaciales, de sistemas estelares y de galaxias, del origen de todo. Y ahí es donde se afana en buscar respuestas el Observatorio de Yebes (OY) . Está situado a tan solo 20 minutos de la ciudad de Guadalajara, 80 kilómetros de Madrid y en la misma comarca por la que Camilo José Cela paseó para escribir su mítico ‘ Viaje a La Alcarria ‘. El Nobel, que recorrió aquellos parajes a finales de los años cuarenta del pasado siglo, por entonces tuvo difícil imaginar que aquel enclave, bello y desconocido, sería el lugar perfecto tres décadas después para ubicar una ventana privilegiada por su altitud y ubicación óptimas para mirar al espacio.Captar el UniversoO, mejor dicho, para captarlo, ya que sus principales instrumentos son radiotelescopios, capaces de detectar las ondas de radio del espacio que proceden de todos los objetos celestes, desde nuestro Sol a planetas de más allá del Sistema Solar, pasando por potentes púlsares e imponentes agujeros negros de los que ya tenemos imágenes reales gracias a esta técnica (de hecho, el OY participó en la creación de una de ellas ). Pero los detectores de este complejo están diseñados para captar, además, la radiación de esas microscópicas partículas que están suspendidas en el polvo interestelar. Y no lo hacen nada mal, porque de las más de 300 moléculas conocidas hasta la fecha, un cuarto de ellas han sido identificadas desde las instalaciones de Yebes.«Ese mismo hierro que se formó a raíz de las supernovas hace millones de años hoy está presente en la hemoglobina de nuestra sangre. Somos, literalmente, hijos de las estrellas y en esas partículas en el espacio puede estar la respuesta al origen de la vida», explica Pablo de Vicente, actual director del observatorio. Él ha visto crecer las instalaciones, incluyendo la construcción de la ‘joya de la corona’ y la que les ha puesto a la cabeza mundial de la detección de estas partículas precursoras de la vida: el radiotelescopio de 40 metros de diámetro. Pichichi en descubrimiento de moléculasInaugurado en 2005, convirtió a las instalaciones en Infraestructura Científica y Técnica Singular -la única en toda Castilla-La Mancha y una de las pocas en España-, un reconocimiento del Ministerio de Ciencia a los centros de titularidad pública en los que se realizan investigaciones de vanguardia y que están abiertos al uso de toda la comunidad científica. «Cualquier científico de cualquier parte del mundo puede presentar su proyecto y, si es escogido por un comité independiente, puede llevar a cabo sus observaciones que luego se plasman en los artículos científicos con los últimos avances de la Ciencia», explica. La llamativa antena de cuarenta metros de diámetro se puede ver a distancia, imponente entre los campos de La Alcarria. Se mueve tanto de día como de noche: la ventaja de la radiofrecuencia es que no depende de la luz, como los telescopios ópticos, que solo pueden observar de noche. El interior del radiotelescopio de 40 metros Ignacio GilEn su ‘tripas’, los receptores criogénicos trabajan a temperaturas de 250 grados por debajo de cero mientras se escucha el compás de la bomba que inyecta helio. «La señal que nos llega del cielo es débil y está contaminada con interferencias de todo tipo», explica en el interior del radiotelescopio Elena Martínez, ingeniera geógrafa del OY. «Después de pasar por un montón de receptores, filtros y otros dispositivos, limpiamos y amplificamos la señal. Pero para eso necesitamos que todos los electrones se agiten lo menos posible para que no interfieran en la señal. Esto lo conseguimos gracias a que trabajamos a tan bajas temperaturas».Pequeño pero matónA tan solo unos metros de allí se encuentra el radiotelescopio de 13 metros. «Este es mi preferido», dice Martínez con una sonrisa. La predilección tiene una explicación: ella se dedica a la geodesia, el análisis de la forma de la Tierra y el otro gran punto fuerte del observatorio. «Aunque a nuestro planeta siempre se le represente como una esfera perfecta, lo cierto es que se parece más a una especie de patata», explica. En primer plano, el radiotelescopio de 13 metros. AL fondo, el radiotelescopio de 50 metros Ignacio Gil«Es un geoide: el planeta es elástico, se mueve, tiene sus protuberancias… Y eso ocurre porque el campo de la gravedad se ve afectado por muchas causas, desde la Luna, que es el cuerpo que más le influye por su cercanía, al Sol, los planetas, las mareas, el peso del agua…». Mientras lo cuenta, cada pocos minutos, el radiotelescopio de 13 metros va cambiando de posición mucho más rápidamente que su ‘hermano mayor’, girando de izquierda a derecha, subiendo y bajando su antena.Pero, ¿para qué mirar al espacio si lo que queremos es medir lo que hay bajo nuestros pies? «Al igual que se hace con la topografía y los vértices geodésicos, para la geodesia espacial necesitamos unos puntos de referencia. Y estos son fuentes extragalácticas muy lejanas que actúan como un punto fijo -responde Martínez-. Observando al mismo tiempo varios de estos puntos fijos en el espacio desde varios radiotelescopios en la Tierra, podemos determinar de forma muy precisa las posiciones en la Tierra». Esta técnica, llamada Interferometría de Base Muy Larga (VLBI, por sus siglas en inglés), es tan precisa que permite detectar cambios terrestres de un milímetro de diferencia. «Gracias a los relojes atómicos, somos capaces de calcular de forma muy precisa la diferencia entre el tiempo que nos tardan en llegar la señal del cuerpo celeste que miramos a cada radiotelescopio, y de ahí podemos derivar las distancias reales de la Tierra y saber, por ejemplo, si se han separado las placas tectónicas; o estudiar la inclinación del eje terrestre, por ejemplo», señala Martínez. Además, y como aplicación más destacada, permite crear Marco de Referencia Terrestre Internacional (ITRF) que es la base, por ejemplo, del GPS de nuestros móviles.Cuando el suelo sube o baja medio metroEstos dos radiotelescopios no son los únicos instrumentos que alberga el OY. Caminando por las instalaciones llama la atención una suerte de búnker que esconde un equipo único en toda la península ibérica: el gravímetro superconductor. Su función es medir las variaciones de la gravedad «con una precisión casi infinita», afirma Martínez. La sala, diáfana, solo está perturbada por el instrumento, al fondo, que parece algo así como una bombona de butano enorme rodeada de cables. En su interior, y sin que sea visible desde fuera, una esfera de niobio levita gracias a un campo electromagnético creado por imanes. Una vez más, las bajísimas temperaturas ayudan a enfriar todo lo que hay dentro, incluidos los electrones. Pero, en el momento que hay un cambio en el campo gravitatorio, la bola se mueve y ese cambio se registra en el ordenador. Los sensores son tan sensibles que incluso se registra la presencia de la gente dentro de la sala. En primer plano y pintado de azul oscuro, el gravímetro superconductor. Está conectado a un ordenador a su derecha, donde se registran todas las variaciones de su interior Ignacio GilDe hecho, al acudir al histórico, se pueden detectar variaciones con terremotos ocurridos a miles de kilómetros de distancia, en cualquier parte del mundo. «Pero esos datos no nos interesan», explica Martínez. «Nosotros buscamos variaciones en lo que se llaman mareas terrestres. Éstas, gracias a la atracción de la Luna, pueden traducirse en casi medio metro de altura de variación». Pero, además, el trabajo en el OY tiene un impacto directo en nuestro día a día porque también es un centro de desarrollos tecnológicos: debido en gran parte a la singularidad y precisión de sus instrumentos, que utilizan componentes hechos a medida para ellos, posee un laboratorio y un taller que trabaja en el diseño, desarrollo y construcción de equipamiento avanzado de radioastronomía. Estos componentes son adquiridos, a su vez, por otros observatorios y radiotelescopios en todo el mundo. Y sus aplicaciones no acaban en la ciencia básica.Imagen del laboratorio, donde se diseñan y construyen muchos de los componentes del radiotelescopio Ignacio GilMÁS INFORMACIÓN noticia Si Aumentan las posibilidades de que el asteroide Apofis choque contra la Tierra noticia Si Vía Láctea: la colisión con Andrómeda podría haber empezado ya«Los desarrollos que se hacen aquí sirven para la sociedad. Por ejemplo, los escáneres y los TACs de los hospitales llevan un sistema de procesamiento de imágenes que proceden de la radioastronomía. El wifi también surgió de la radioastronomía», cuenta De Vicente. «Hay muchas aplicaciones prácticas y esto es un centro de vanguardia». Y todo desde un discreto lugar en medio de La Alcarria, esa comarca poco poblada por donde se paseó Cela y que, ahora, cosas de la vida, escudriña un vacío mucho mayor que, sin embargo, está mucho más lleno de lo que cabría imaginar.

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