Un periodista entero
Hace unos días, Pedro, entré en una librería a comprar un libro con el convencimiento de que te lo llevaría cuando salieras de los cuidados intensivos a los que te había llevado un aneurisma maldito. Durante este tiempo ha estado en el asiento de atrás del coche a la espera de que Ana, tu mujer, nos comunicara que ya podíamos ir a visitarte. La esperanza se fue desvaneciendo. El libro sigue en el coche, metido en un sobre azul y con el tique-regalo, que pedí porque, dada tu voracidad lectora, era muy posible que ya formara parte de tu extensa biblioteca. Te aseguro que me lo quedaré para mi, en un lugar privilegiado, como un regalo a viceversa (“ahí está el libro de Pedro”, pensaré).