Obsolescencia programada
Son cinco escalones, ni uno más. Los he subido cientos de veces para ir del descansillo al ascensor . Quizá hayan sido miles. Sí, los he subido miles de veces y nunca ha supuesto un gran problema, al menos no más que lo que supone mantenerse erguido y mostrarse más o menos capaz de poner un pie delante de otro, repitiendo el esquema sucesivamente. Sin embargo, sin causa aparente, ayer confundí el cuarto escalón con el quinto. «Tú y tu manía de no encender la luz del portal» , mira que me lo ha dicho veces María. El resultado, una catástrofe, una caída estrepitosa, de esas con voltereta incorporada , como Vinicius Jr ., un dolor agudo en la rótula izquierda, en la muñeca derecha, la pantalla del móvil como un código de barras y el traje nuevo al tinte. Lo del tinte puede parecer lo de menos, pero no lo es: en Chamberí las tintorerías tienen más lista de espera que los dermatólogos . Hace no mucho fui con una camisa intentando que me la plancharan para esa misma tarde y aún recuerdo la carcajada de las dependientas. Se daban codazos entre ellas y todo, como diciendo: «Este idiota no sabe con quién está hablando». Así que tuve que cuidarme yo mismo los huesos –por la vergüenza de asumir la verdad públicamente– y me fui a El Corte Inglés de Goya a comprar una de esas planchas de vapor, con la que una hora después me quemé la mano, que ahora parece una espalda de Gregorio Fernández .Me he caído, como una anciana saliendo de la bañera . Me he quemado, como un viudo intentando freírse un huevo. Los síntomas de senectud se suceden cada vez más rápido y están presentes en las cosas más pequeñas. Por ejemplo, en las microsiestas. El cansancio extremo, la total incapacidad para pensar y la pesadez intelectual que siento a veces, como si me hubieran tirado encima un camión de plumas, solo es comparable a la recuperación milagrosa y absoluta que siento tres minutos y medio después, tras una cabezada mínima, apneica y reparadora. Son detalles de vejez, tanto el cansancio extremo como la recuperación inminente. Porque ya no se pueden echar aquellas siestas de hora y media de la juventud . De hecho, ya no se duerme como entonces en ninguna ocasión. Más síntomas: a las seis de la mañana es inútil intentar conciliar el sueño . Mi gata y los biorritmos deciden que se acabó, que arriba. Creo que, si pudieran, me informarían de un viaje a Benidorm.Ya no se pueden echar aquellas siestas de hora y media de la juventud. De hecho, ya no se duerme como entoncesHay más: donde un día hubo un flequillo, hoy hay, sobre todo, suspiros. Aquel hueso frontal por el que hace no tanto caían tirabuzones como los de Bisbal, hoy empieza a clarear. Las canas toman, poco a poco, mi barba. El otro día, leyendo, empecé a ver raro. No es que vea borroso, más bien que los párpados se me pegan y veo el mundo con un velo que no se va si abro los ojos al máximo, como poniendo cara de sorpresa. Me aseguré de que no fueran de verdad los párpados antes de seguir haciendo el idiota, pero no: definitivamente es otra cosa. Es la edad, que viene diciendo hola, haciendo gestos de burla, como recordándome de qué va todo esto.Lo único bueno de la edad son los amigos nuevos, tan fieles como inesperados . Uno jamás pensó que se podían encontrar amigos a estas alturas. Pero así es y soy afortunado. Los amigos que haces de mayor son como los libros de viejo: llegan como un hallazgo , los encuentras como un milagro, llevan en los ojos una pátina de tiempo y siempre encajan con lo que ya había en la estantería. A ellos me encomiendo como quien se abraza a un bastón, a una barandilla o a unos anteojos . Todo eso y un par de vinos. Y que sea lo que Dios quiera.