Un arte sin tiempo

Muchos de los grandes referentes del flamenco burlaron la estadística en lo que a la esperanza de vida se refiere, marchándose de este mundo antes de lo esperado. El Lebrijano , por ejemplo, argumentó aquello de que hay dos maneras de vivir: una a lo largo y otra a lo ancho, y que ya quisiera la mayoría haber vivido de la primera forma todo lo que él disfrutó de la segunda. La fatalidad del destino quiso que Camarón, Paco de Lucía, Enrique Morente, Pansequito, Moraíto o Manuel Molina, entre otros muchos, murieran a una edad temprana. En este contexto de ausencias, los que han logrado vivir también a lo largo multiplican su valor. Es el caso de Fosforito, José de la Tomasa, Carmen Linares, Juan Villar, Serranito o Manuela Carrasco. Representan hoy algo único dentro de una generación prácticamente perdida, y que con dificultades ha conseguido asentarse en el nuevo desarrollo del flamenco como arte escénico. Estamos por tanto en el momento de la historia con mayor escasez de maestros, pero también en el que más valen y, paradójicamente, de menos presencia gozan. ¿Hacia dónde mira la contemporaneidad del flamenco?Sepan que el vanguardismo de este arte es atávico. Es decir, reside en sus propias raíces. Siempre miró hacia fuera desde dentro. Y su modernidad tiene, tal y como la conocemos, cerca de dos siglos. Tan moderna se antoja hoy La Tremendita como La Serneta, pues la segunda creó una arquitectura musical en torno a la soleá que todavía no ha sido superada. Van mutando, sin embargo, las formas de expresión, siempre ligadas a cada período histórico. En un mismo marco nos encontramos al Pele y a Israel Galván, ambos expresionistas por distintos canales y modernos por diferentes razones. De esta manera el flamenco ha ido transformándose en el fiel reflejo de todo presente que le ha tocado vivir. Los espacios de creación y convivencia han cambiado. También los principales emporios artísticos, que ya no lo son, las familias, las peñas, los patios… En lo estrictamente musical, se ha producido la normalización de los instrumentos. Si los vientos fueron una anécdota en los años 30 con el Negro Aquilino y se armaron alrededor del Sexteto de Paco de Lucía a partir de los 70, en la actualidad existe toda una escena con diferentes tendencias y estéticas. Algo similar ha sucedido con el piano. Pepe Romero y Arturo Pavón desbrozaron el camino para que Dorantes, Chano Domínguez y Diego Amador refrescaran después las teclas y ahora estos coexistan con Pedro Ricardo Miño, un verso suelto dado su clasicismo, María Toledo o el joven Chico Pérez. La guitarra de concierto no está sola. La armonía ha crecido por encima del sello y, como en el resto de géneros musicales, la popularidad de los instrumentistas solistas queda muy lejos de la de aquellos que les antecedieron en la segunda mitad del siglo XX. El patrón se repite en el jazz y el blues. No hay otro Paco de Lucía, pero tampoco un B.B. King. El fenómeno es mundial y no hemos de lamentarnos.Nunca antes la etiqueta ‘flamenco’ había sido tan utilizada como ahora. A ningún medio se le ocurrió tratar de convencer a sus lectores de que Joaquín Turina hacía flamenco por incluir la melodía del garrotín en el poema sinfónico ‘La procesión del Rocío’ ni que Triana, con Jesús de la Rosa a la cabeza, cantaba por seguirillas porque su ‘Abre la puerta’ se cuadrara en tal compás de amalgama. Por la diversidad y eclecticismo de esta música se han introducido en las grandes citas todo lo que tome algo de ella, aunque sea únicamente de perfil. En el flamenco contemporáneo también se han afianzado conceptos que tienen que ver con la producción. Los mismos que antaño desconocían el extranjerismo ‘rider técnico’ presentan hoy el suyo antes de cada concierto. Prima la eficiencia del sonido, los efectos lumínicos y el movimiento en el escenario. Lo dinámico, además de lo electrónico, otra tendencia al alza que sin un artista con capacidad creativa detrás parece más bien un mero adorno. Resulta lógica, además, la apuesta por la imagen en este mundo de redes y clips cada vez más cortos. Tradición y vanguardia se tocan, las etiquetas a veces se regalan y vuelan mientras el flamenco resiste a pesar de muy diversas intenciones. Asimismo, se ha convertido en una herramienta política por la facilidad con la que permite crear identidad a quien la usa. Quizá por este motivo todo el que no sabe diferenciar una malagueña de una bulería tiende a reubicar la capital del flamenco, que habitualmente es la suya. Tenemos nuevos valores y, como decía, un puñado no demasiado caudaloso de maestros, así como una generación de edad media que en apenas una década ha asumido el rol protagonista. La danza continúa con una proyección internacional a la que no ha llegado el cante, incorporando nuevos bailaores y coreógrafos a los circuitos de manera asidua. La figura del cantaor empresario, por su parte, como lo fue Juanito Valderrama o Pepe Marchena, sigue vigente a través de un selecto grupo de artistas capaces de llenar grandes aforos. Y el público, a menudo, revalida idénticas quejas: ¡siempre los mismos! Como si Manuel Vallejo o la Niña de los Peines poblaran pocos carteles durante su máximo apogeo. En este marco la picaresca ha cambiado de escalafón. Un representante veterano nos ofrece algo de luz al respecto: «La diferencia entre el rock y el flamenco es que en el rock un mánager suele tener una cartera con cinco o seis artistas y en el flamenco un artista tiene una cartera con cinco o seis mánager». Si en el pasado Pulpón se repartió casi la totalidad del mercado, hoy cada vez surgen más bocas alrededor de los trozos de tarta, lo que hace variar radicalmente el panorama en materia de contratación. Tal es la tensión mediática que rodea esta manifestación cultural de primer orden que sigue suscitando polémicas muy variadas. La industria discográfica ha dejado de funcionar como un motor creativo y son los festivales de artes escénicas los que tienen la capacidad de motivar la creación no solo en el ámbito del baile, sino también en el cante y la música instrumental. Aquellas programaciones que forman parte del ente público, más aún, pues entres sus responsabilidades está la de mantener en la palestra una expresión que no tiene tiempo, porque nunca ha sido lo que fue ni seguirá siendo lo que ha sido. Todo cambia y algo queda. Los nuevos artífices andan desarrollando discursos de alta calidad y al flamenco se le augura una vida extensa; en mi opinión, tanto a lo largo como a lo ancho. Tal vez el último reto sea el de asumir el tablero de juego sin aferrarse a la nostalgia. Nada volverá, pero todo está por ser. «Vagadores de las sendas nunca vistas», cantaba también El Lebrijano. Detrás de esa sentencia de Caballero Bonald habita el flamenco contemporáneo: igual al de siempre, pero propio de este tiempo en el que todo resulta algo más difícil de predecir. De lo inesperado parte su belleza. SOBRE EL AUTOR Luis Ybarra es periodista y director de la Bienal de Flamenco de Sevilla

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