Lluviaterapia
Cuando era chico las borrascas no tenían nombre. Llovía y escampaba y la preocupación por ‘el tiempo’ se reducía a los días previos a la Semana Santa. Era cuando atendíamos con más interés las apariciones de Mariano Medina, pionero hombre del tiempo en Televisión Española, con sus isobaras de cartón en blanco y negro. Antes bastaba mirar por la ventana o sacar la mano para saber qué tiempo hacía, pero difícilmente la lluvia trastocaba los planes. Sólo era agua. La época de las riadas había pasado aunque permanecía húmeda en la conciencia colectiva de la ciudad. Por eso no compartíamos la idílica visión de la lluvia en Sevilla que hacía repetir el profesor Higgins a Audrey Herburn en ‘My Fair Lady’.Ahora la previsión meteorológica es una sección de culto en cualquier medio, argumento recurrente en redes y motivo de angustia generalizada llueva o escampe. El cambio climático nos ha metido el miedo en el cuerpo. Las tragedias climáticas del mundo, como la de Valencia, contribuyen a generar una tensión que ya está descrita como patología, la ecoansiedad. Tememos a la lluvia que hemos invocado tantas veces estos años de sequía y seguimos las borrascas por los satélites como si fueran huracanes caribeños –que según algunos pronto debutarán a este lado del Atlántico–, aunque tengan nombres tan entrañables como el de la abuela de Cuéntame.Es bueno prevenir, alertar de las posibles consecuencias de fenómenos extraordinarios adversos e informar a la población, aunque ya vimos para qué sirvió en Valencia. Pero la psicosis meteorológica generalizada que padece la sociedad actual ante los cambios climáticos es desproporcionada, hasta el punto de que nos asombra que llueva en invierno y que haga 40 grados en Sevilla en agosto. Creo que esta lluvia persistente, que nos está llenando los pantanos de Andalucía occidental y nos obliga a vaciarlos, debería hacernos pensar si tenemos bien reguladas las cuencas andaluzas. Esta lluvia que encharca los campos debe convencer al Gobierno de que hay que terminar la presa de Alcolea y las obras pendientes de la cuenca del Tinto y el Odiel. Creo que tantos litros por metro cuadrado sobre Sevilla deben servir para hacer inventario de baches y hondonadas históricas inundables, para cuidar los árboles y evitar cerrar los parques cuando caen cuatro gotas y adelantar la recogida de naranjas. Esta lluvia, que nos aleja del apocalipsis ecologista de Doñana, debería servir para encarar un debate serio sobre la gestión de los recursos hídricos del parque y de paso para que el alcalde de Almonte acondicione la pista impracticable de circunvalación de El Rocío, que padecimos tantos el pasado fin de semana…Esta lluvia sosegada y constante, que tanto habíamos pedido, es buena terapia para la ecoansiedad. A ver si aprendemos de ella.