Lo que vio le traumatizó para siempre: el testimonio del primer soldado que entró en Auschwitz

El comandante ucraniano Anatoly Pavlovich Shapiro era un tipo duro y bregado en la guerra. Sumaba treinta y dos primaveras, una edad avanzada para la media del Ejército Rojo, y había combatido en el Frente Oriental desde el estallido de la invasión nazi, allá por junio de 1941. Pero ni un hombre como él, por cuyas retinas habían pasado moribundos y cadáveres durante cuatro años, pudo olvidar nunca el olor que emanaba Auschwitz el 27 de enero de 1945. «Había tal hedor que era imposible estar ahí durante más de cinco minutos. Mis soldados no lo podían soportar y me rogaban que les dejara ir. Pero teníamos una misión que cumplir», afirmó poco después de liberar aquella fábrica de muerte.Lo que él y sus hombres del Regimiento de Fusileros 1085º ‘Tarnopol’ percibían era el olor de un Holocausto que, aunque llegaba a su fin, se había cobrado la vida de entre 6 y 20 millones de personas. Al frente de sus fusileros, este militar soviético –a la postre teniente coronel– fue el primer oficial en acceder al epicentro de la, en otro tiempo, mayor industria de muerte del nazismo. Una fecha de la que se cumplen ahora ocho décadas y que trae de la mano la publicación de una infinidad de ensayos, novelas y estudios sobre Auschwitz. Porque, contra el paso del tiempo y el mal de la desmemoria, solo queda aplicar la vacuna del recuerdo. Y, si los que vivieron aquello ya no pueden contarlo, que otros tomen el relevo.Primeros en el infiernoEl teniente de infantería Ivan Martynushkin, presente en la liberación, también sintió aquel olor que había descrito su colega. «Estábamos adentrándonos en Polonia, no sabíamos nada de ese lugar. Cuando dejamos atrás el pueblo de Auschwitz y nos acercamos empezó a nevar y el campo se cubrió con un manto blanco. Antes estaba completamente negro de hollín y cenizas. Se sentía un olor especial a carne quemada», afirmó en una entrevista concedida tras la contienda. Cuando cruzó las puertas, coronadas por el conocido cartel con la frase ‘Arbeit macht frei’ –’ El trabajo os hará libres ‘–, entendió de dónde provenía el olor. «Como la capacidad de los hornos no era suficiente no podían quemar tantos cuerpos como querían. Así que amontonaban los cadáveres, los cubrían con troncos y ponían otros encima. Luego les prendían fuego».Noticia Relacionada estandar Si Un historiador español destruye los tópicos del Holocausto: «Fue peor de lo que creemos» Manuel P. Villatoro El catedrático de estudios de genocidio Xabier Irujo derriba mitos y describe el protocolo creado por el Reich para perfeccionar los asesinatos en masaLos soldados habían visto personas ahorcadas –entre ellas, niños– e inocentes asesinados. Sin embargo, no estaban preparados para la barbarie que les esperaba dentro de Auschwitz. Para el veterano oficial, sin embargo, fue una experiencia más dura que los intensos combates que había mantenido unos minutos antes contra los últimos miembros de las fanáticas SS que defendían los alrededores del centro. Paso a paso, pisada tras pisada, ante él se proyectó un largometraje con un guion más escalofriante que cualquier película de terror actual. Por doquier había charcos helados de sangre, mujeres fallecidas, cadáveres esqueléticos por la falta de alimento… El Ejército Rojo contó hasta 650 cuerpos sin vida de inocentes cuyo único pecado había sido no nacer arios.El miedo todavía se palpaba. Ningún reo se sentía a salvo . Ejemplo de ello es que dos pequeños con los que Shapiro se topó en un barracón se apresuraron a gritarle tres palabras: «¡No somos judíos!». Pero sí lo eran. Aunque sabían lo que sus creencias les acarrearían si aquellos soldados no eran quienes prometían: acabarían en las mismas cámaras de gas que habían funcionado a pleno rendimiento desde la aprobación de la Solución Final. «La de las cámaras fue la imagen más dura de todas», desveló el oficial soviético. No era para menos, pues en su seno habían fallecido, presas del temible Zyklon-B, miles de hombres, mujeres y niños tras pasar por un proceso tan trágico como conocido: primero escozor en el pecho, luego un olor a almendras y a mazapán y, para terminar, la muerte.Pero dicha jornada, ese 27 de enero de 1945, Shapiro y sus hombres fueron también testigos de la caída definitiva de un lugar de pesadilla que escandalizó al mundo tras los Juicios de Núremberg. Sus cifras así lo demuestran: 1.300.000 personas, 232.000 niños entre ellas, enviadas allí, y 1.100.000 asesinadas en apenas cinco años. De todas estas almas, y tras las terribles marchas de la muerte iniciadas el 17 de enero, el desplazamiento masivo de 10.000 reos hasta el interior del Tercer Reich para tratar de esconder aquella vergüenza a los Aliados, apenas fueron halladas vivas 7.000; 1.200 reos en Auschwitz y 5.800 en Birkenau (una gran ampliación del primer campo levantada en Brzezinka en octubre de 1941). Su paseo por la cuarentena de subcampos alzados por Hitler les permitió hallar a otros 3.000 reclusos.Arte contra la barbarieEl que hoy nos ocupa fue el último de una serie de campos clausurados por el Ejército Rojo. Tras el contraataque en Stalingrado y la destrucción virtual del VI Ejército alemán de Von Paulus , los hombres de Stalin iniciaron su avance inexorable hacia el corazón del Tercer Reich. Y durante ese trayecto se toparon con una infinidad de centros de exterminio dominados por las SS. Aquello fue un golpe de realidad para un combatiente con nombre y apellidos: Zinovi Tolkachev. Este judío participó en las liberaciones de Majdanek primero –en julio de 1944– y de Auschwitz después. Lo que vio le impactó tanto que lo plasmó en una serie de pinturas y grabados más que estremecedores. Noticias relacionadas estandar No Los libros que te llevaran al terror en el «cementerio» de Auschwitz Israel Viana estandar No La centinela de la memoria del Holocausto: «Mi padre era judío; mi madre pertenecía a una familia que prosperó en el nazismo» Manuel P. Villatoro«Hice lo que debía hacer; no pude evitar hacerlo. Mi corazón lo ordenaba, mi conciencia lo exigía, el odio hacia el fascismo gobernaba», afirmó poco después. La historia de Tolkachev no tiene desperdicio. Como ya había expuesto sus dibujos sobre Majdanek en 1944, fue trasladado a Auschwitz poco después de su liberación para dejar constancia de la barbarie perpetrada. Lo que vio allí no podía compararse a sus experiencias previas, y así lo dejó sobre blanco en una serie de nuevos dibujos. Varias de ellas han sido mostradas al público en los últimos años. Entre ellas, un dibujo de dos niños mostrando los típicos tatuajes que hacían a los reos al acceder al campo.

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