Auschwitz, la descomposición de la memoria

Arie Pinsker tenía 14 años cuando llegó a Auschwitz , en mayo de 1944. Con la edad, algunos de sus recuerdos se fueron disipando, como una pesada bruma, pero otros permanecieron vívidos y elocuentes. «Agárrate a mi abrigo!» , siguieron resonando con precisión en sus oídos las últimas palabras de su madre, que ocupaba sus manos con las dos hermanas más pequeñas mientras descendían del vagón de tren, en el que habían viajado de pie durante los últimos cinco días. Aunque apretó la mano cuanto pudo, aferrando el tejido, la multitud de 4.000 deportados y los inevitables empujones cortaron ese último lazo con quienes nunca más volvería a ver vivas.También conservó el nítido recuerdo del momento en el que cumplió la orden de los SS armados que recibían a golpes a los judíos rumanos recién llegados: desvestirse y entregar su ropa de verano y sus zapatos. Décadas después, cuando reunió valor para regresar a Auschwitz, ya jubilado, mantuvo su entereza hasta que se encontró con la montaña de zapatos de talla infantil, más de 8.000 pares. Rompió a llorar. Conmovido, el guía le explicó que el museo estaba pensando retirarlos de la exposición porque el moho había empezado a devorar la piel con que fueron fabricados, en una macabra metáfora de la descomposición de la memoria del Holocausto. Noticia Relacionada vertical No Fotogalería | Reparar la memoria: así es el trabajo de conservación de los objetos requisados a los prisioneros de Auschwitz ABC Al detenerles, los nazis confiscaban a los prisioneros todo tipo de útiles personales, despojándoles de cualquier propiedad. Ni siquiera vestían su propia ropa, se les rapaba, se vaciaban sus casas, se separaba a las familias. La deshumanización era totalAsí fue como empezó su particular cruzada de restauración. Justo a tiempo para la celebración del 80º aniversario de la liberación de Auschwitz, la Fundación Auschwitz-Birkenau y la organización Marcha Internacional de los Vivos han dado por finalizado un año de trabajo en los Laboratorios de Conservación del Museo de Auschwitz y han devuelto a la exhibición más de 3.000 zapatos. En septiembre de 2023 y gracias a una campaña internacional de sensibilización en la que Arie estuvo acompañado por otro niño superviviente del campo, Naftali Furst, la Fundación Auschwitz-Birkenau logró recaudar medio millón de dólares que han hecho posible el trabajo. «Preservar la última evidencia que queda de los niños que fueron asesinados en Auschwitz tiene aún más significado hoy, cuando el pueblo judío de todo el mundo experimenta un antisemitismo desenfrenado », celebra Eitan Neishlos, empresario y superviviente de tercera generación, «todos debemos unirnos para asegurarnos de que nadie pueda negar o distorsionar los horrores que el pueblo judío soportó en el Holocausto».«Son mucho más que zapatos», reflexiona el conservador Andrzej Jastrzebiowski, que ha extendido la restauración a otros objetos de la exposición que también sufren el castigo del tiempo, como documentos de papel deteriorados o cientos de latas que alguna vez contuvieron las cargas de Zyklon B, el gas venenoso utilizado para matar a más de un millón de personas en las falsas duchas. Los objetivos se dilatan, hasta rozar el trabajo arqueológico, en la investigación y preservación del campo de concentración. Los equipos que renovaban uno de los barracones, por ejemplo, dieron con un anillo de oro cuyas marcas especiales permitieron constatar que había sido fabricado en el gueto de Lodz.En el laboratorio de conservación del Memorial y Museo de Auschwitz-Birkenau 850 trabajadores restauran los bienes personales confiscados a los prisioneros de los campos de concentración y exterminio Wojtek Radwanski (AFP)«Fue introducido en el campo por un prisionero que lo escondió bajo el suelo y, al retirar las piedras originales para el tratamiento de protección contra el hielo y la lluvia, apareció ante nuestros ojos», ha relatado Wojciech Soczewica, Director General de la Fundación Auschwitz-Birkenau. En otro barracón, dentro del aislamiento del techo, encontraron una navaja de madera que tenía grabado el nombre de Yakkov Zeliko. Los nazis planificaron en los barracones con techo formado por una argamasa de hormigón, trozos de madera y arena, para evitar la humedad. Esos techos están ahora muy fracturados y requieren también trabajos de conservación. «Identificamos al prisionero número 117966 por ese nombre, en los registros», ha precisado Soczewica, «llegó desde Checoslovaquia el 24 de abril de 1943 y luego fue enviado al campo de concentración de Neuengamme, en Alemania, el 25 de agosto de 1944, antes de ser enviado finalmente a Buchenwald».Los equipos de restauración aseguran que casi a diario aparece un nuevo objeto que a menudo requiere restauración. En un yacimiento que fue tapado en los años 60, se han realizado más recientemente excavaciones arqueológicas y se han encontrado miles de artefactos, que fueron etiquetados y enviados a la academia de Varsovia. Ahora que han vuelto a Auschwitz, son tarea también del Laboratorio de Conservación que forma ya parte imprescindible del memorial. En el inventario hay más de una tonelada de cabello humano, 110.000 zapatos en total, 3.800 maletas, 470 prótesis y aparatos ortopédicos, más de 40 kilogramos de gafas, tuberías metálicas y regaderas de las cámaras de gas, cientos de cepillos de pelo y de dientes, 379 uniformes a rayas, 246 talits, más de 12.000 ollas y cazuelas que llevaron consigo los judíos para establecerse en su nuevo destino y cerca de 229 metros de pilas de documentos de la SS —registros de higiene, telegramas, planos arquitectónicos y demás burocracia del genocidio.Hay que reparar cuarteles, torres de vigilancia y crematorios. El complejo abarca unas 200 hectáreas de terrenos con más de 150 edificaciones y 300 ruinas, que también es necesario proteger de las filtraciones de agua de los estanques adyacentes donde se tiraron las cenizas de las víctimas . «Si no tomamos la decisión de proteger la parte más oscura de nuestra herencia, esos restos físicos acabarán desapareciendo», advierte el director del museo, Piotr Cywiński, «los necesitamos para que visitas a Auschwitz no sólo contengan historia, tristeza y horror, sino que también despierten ansiedad moral en los visitantes, que deben preguntarse sobre sí mismos y su papel en el mundo«.

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