Stoichkov, gol a la búlgara
Del Este (así, con una mayúscula, que suena a la castración moral de la hoz y el martillo), vino una generación con mucho que decir y un fútbol que estaba preparado para luchar hasta la lucha final, valga la redundancia. La órbita excomunista fue un caladero de talentos que descubrían Occidente, la libertad tras tantos yugos dejados en su cuna, y otro fútbol, en el que se primaban otros detalles como la felicidad. Hay cosas más vitales que el balompié, y una de ellas es evitar la penumbra del deportista subyugado y sobreexplotado por el totalitarismo. Que el espanto pueda dar lirios nadie lo duda. Y en esto Stoichkov vio caer el Muro, dejó Bulgaria y vino a una Barcelona rumbera en los años de esplendor.Cuando Stoichkov llegó al Barcelona procedente del CSKA de Sofía aún le quedaban varias esquirlas por pulir; más para la galería que para el césped. Daba igual en él, en esa media luna de delante, donde lo pusiera Cruyff. En todas resultaba fetén: delantero, mediocentro o extremo. Noticia Relacionada LOS CROMOS DE NIETO / HISTORIAS DE LIGA opinion Si Los aires de Salva Ballesta Jesús Nieto Jurado Le calló la boca a Oleguer Presas con una metáfora canina y escatológicaSu zurda era un invento del Diablo, de Dios, qué más da. En él, en aquel Dream Team, todo tenía aroma de caballo desbocado que se fue amaestrando. Pero el carácter es el carácter y ahí quedan sus escupitajos, su pisotón a Urízar Azpitarte, y una adrenalina ya más o menos encauzada que enamoró a toda una generación. Imbatible desde fuera del área, en él se contradijeron muchos topicazos: como el de que el pelotero con una fe sacrosanta en sí mismo no puede ser, para el club, un derroche de profesionalidad. Stoichkov, que después de la gloria fue guadinesco en el Barça con una temporada en el Parma, tiene el oro de ese equipo de ensueño. Gran mérito tuvo el bueno de Hristo Stoichkov en aquella Copa de Europa en Wembley. Volvió a Barcelona cuando Bobby Robson se puso a los mandos. Pero ya no era el mismo Hristo. Después se fue a los últimos fulgores en el CSKA y a medio mundo. Hristo, que es nombre de mesías, escupía normalmente al suelo: a veces besaba su cadenita si las cosas no salían. Marcó huella y no caía mal caminito a la ducha.