La ilusionante historia de Pedro ‘el francés’

Siempre cuesta un triunfo sobreponerse a una pérdida. Sobre todo cuando esa persona a la que ya no volveremos a ‘tocar’ más (la podemos recordar, también evocar, a través de recuerdos o de su legado) se la envuelve al ser mentalmente recuperada de conceptos como los de ‘bondad’, ‘amabilidad’, ‘dignidad’ o ’empatía’; ‘humildad’, ‘talento’ o ‘inteligencia’. El caso se complica cuando –y es lo que persiguen estas líneas– se trata de esbozar un retrato de alguien que si en algo fue excelso fue en plasmar con su cámara la esencia de sus modelos. Está a punto de cumplirse un año del fallecimiento de Pierre Gonnord (Cholet, Francia, 1963-Madrid, España, 2024) y toca al menos arriesgarse a hacerlo quedándose corto desde las palabras, siempre tan limitantes cuando de acotar sentimientos se trata. Será nuestro particular primer homenaje a un creador al que ABC recordará este año desde el estand de ABC Cultural en ARCO el próximo mes de marzo.Noticias relacionadas estandar Si Los Reyes homenajean a Juana de Aizpuru, pionera de ARCO Bruno Pardo Porto estandar Si ARCO 2024 Javier Garcerá: «Es fundamental aprender a perder tiempo para ganarlo» Javier Díaz-GuardiolaNos servimos, pues, de la memoria de otros. Aquellas personas, grandes agentes del arte, que fueron parte fundamental en la biografía de Pierre, quien quizás ‘nació por error’ en el país vecino, pero que supo darle volantazo a su vida y hacerse un hueco entre nosotros hasta convertirse en uno más. Para algunos, de hecho, este origen foráneo fue un obstáculo que le impidió hacerse con un Premio Nacional.Habrá incluso quien lo llame ‘el fotógrafo del alma humana’, el tomador de imágenes que incardinaba a la perfección su trabajo con la tradición esbozada por Zurbarán, por Ribera, por Velázquez. Como si hubiera sido posible mandar a un fotógrafo a nuestro Siglo de Oro.VolantazosVolantazo les decía. No fue el único que dio Gonnord en su vida, como rememora el arquitecto José Luis Maroto, pareja durante casi 35 años del fotógrafo y hoy su heredero universal, responsable de su legado: Pierre fue un fotógrafo autodidacta. Él venía del ámbito del márketing, y es el traslado de una compañera a Madrid lo que le asienta aquí tres años antes de que ambos se conocieran, después de haber vivido en Londrés, Los Ángeles y París. Y entonces se obraron dos milagros: de un lado, una historia de amor de más de tres décadas; de otro, el nacimiento de uno de los mejores fotógrafos españoles: «La foto siempre le había apasionado –relata Maroto–. Tenía varias cámaras, una nikon que era como su tesoro y un laboratorio en el estudio donde vivía. Allí un día descubrí una cajita de aluminio con fotos que él hacía en blanco y negro y que me parecieron maravillosas y de un talento especial. Siempre le empujé a que siguiera por ahí. El del márketing era un mundo muy agresivo para una persona como él».Los acontecimientos se precipitan en 1996. Pierre pierde un hermano, el mayor, del que era uña y carne, y un viaje a Cuba le hace conocer la dura realidad de la isla. La vida solo da una oportunidad y no se puede desaprovechar. Será también fundamental una mudanza a Barquillo, 44, justo encima de la galería Juana de Aizpuru.«Cuando lo conocí, un día que vino de visita con Maroto a la galería, me pareció encantador; de momento, solo encantador –hace memoria la eminente galerista, representante de Pierre, hasta su muerte, durante más de 30 años–. Fue Maroto el que me enseñó unas fotos de unas flores que había hecho; nada, el principio del principio. Pero más por cómo era el artista que por lo que veía en las imágenes, Pierre me sedujo. Supe enseguida que aquello podía cuajar».Comienzos prometedores. De arriba abajo, Gonnord con Juana de Aizpuru en la primera exposición en la galería; vista del montaje de ‘Realidades’, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla; y ‘Arthur’, del díptico ‘Arthur y Leonardo’ Archivo de Pierre Gonnord¡Y vaya si cuajó! Por entonces, Juana se estaba planteando hacer una expo fotográfica para el primer PHotoEspaña, de las pocas colectivas que ha realizado. Sería sobre arte y moda, y allí Gonnord se midió con autores como Helmut Newton y Richard Avedon. Son sus primeros ‘Regards’, con Bimba Bosé y David Delfín como modelos (antes del fenómeno de una y otro). Después llega la primera individual en la galería, el primer ARCO en el que el mismísimo Reina Sofía le compra obra; Paris Photo, con todo un director de la Maison Européenne de la Photographie,   Jean-Luc Monterosso, cabreado como una mona porque ese retrato que le había fascinado al entrar costaba ahora mucho más por haberse agotado toda la edición menos la pieza de ‘El Gran Delfín’ que se quería llevar: «¿Para ‘la ville de Paris’ va a ser más cara? ‘¡La ville de Paris!’», recuerda ahora Juana que le gritaba. París bien vale una misa. Y un Pierre Gonnord. Así que se obró el descuento.Primeras vecesEn ese ARCO de 1999 en el que el Museo Reina Sofía de José Guirao compra a Pierre estaba en el comité de selección Rafa Doctor («Y es posible que esa fuera su primera venta institucional, y su primera venta en general», explica el ahora gestor cultural). «Para mí, Pierre es como hablar de un hermano. Han sido 25 años de amistad. Yo edité su primer libro, con TF, de una calidad extrema, y creo que uno de los mejores comisariados de toda mi carrera fue su ‘Tierre de Personne’ para la Sala Alcalá 31 ». Para Doctor, como para muchos otros amigos y agentes culturales, era difícil, sino imposible, separar al artista de la persona: «Pierre supo arrancar con una mirada, la de sus retratados, lo mejor de cada modelo. Él era una persona de una grandeza increíble, con una gran fe en el ser humano. Cuando se sentaba con alguien se deslizaba por el tobogán de la mirada hasta que sacaba de él lo que él quería. Había algo religioso en su manera de trabajar. Sabía que lo que se traía entre manos era trascendente, espiritual. Tenía esa conciencia de que un buen retrato supera el tiempo, aunque lo reproduzcas un millón de veces. Y que, con él, al modelo le podías cambiar la vida por ser un espejo que de uno mismo le ponía enfrente». En Juana de Aizpuru, Gonnord coincidió con otros colegas artistas que acabaron siendo grandes amigos, «porque era imposible no sucumbir a la persona más sencilla del mundo en el trato con la gente», expone Cristina García Rodero, una de ellos, que del fotógrafo se queda con su humildad, y la humanidad que emana de sus tomas: «Era muy cariñoso con todos, pero luego serio, responsable y ambicioso en cuanto a la calidad de su trabajo. Sus retratos emanan tanta humanidad porque él fotografiaba desde la humanidad, desde el ponerte a la misma altura del otro».Autorretratos. De arriba abajo, ‘Acuarium I’, uno de sus paisajes; Gonnord trabajando para el Museo del Prado; y uno de los ‘Regards’ con Bimba Bosé y David Delfín Archivo Pierre GonnordTambién allí conoció a otro grande de la foto española, Alberto García-Alix, del que el propio Pierre fue coleccionista, razón que precipitó que entablaran lazos afectivos. La vida es así de caprichosa y al leonés le correspondió firmar el último retrato (de los poquísimos) de Pierre Gonnord: una mano entregada a la del amor de su vida en su cama del hospital, y que publicó en redes poco después del fallecimiento. «Como fotógrafo –afirma García-Alix– era poco artificioso, poco invasivo. Era un fotógrafo elegante que empleaba muy bien el color. Pero como ser humano, era una excelentísima persona, y no es este un piropo baladí. Cómo afrontó la muerte [Gonnord falleció de cáncer tras lidiar con él varios años] es encomiable, una lección para todos. La aceptó con toda la naturalidad del mundo. Lo visité en muchas ocasiones en el hospital, hablábamos mucho. Y yo había días que me marchaba conmovido de las conversaciones que teníamos. Cuando me hablaba de amor me hablaba de cómo había aceptado que se moría, de cómo había sido feliz. Eso me impactó mucho. ¡Había sido feliz porque había amado mucho! La parte humana de Pierre es francamente estimulante. Es muy difícil morir bien. Es terriblemente difícil morir bien … Y conseguir ver eso en un amigo… A mí su estampa, esos días últimos, me recordaba al Cristo de la Buena Muerte». El Cristo de la Buena Muerte. Me quedo con el referente cultural. Porque pocos artistas extranjeros nos han ‘retratado tan bien’, han hecho una radiografía tan exhaustiva de lo que hemos venido a llamar ‘el alma española’. Juana de Aizpuru recuerda la obra ‘María’, una de sus gitanas, pueblo al que dedicó su primera individual en la galería, y con el que convivió, primero en las Tres Mil Viviendas sevillanas, luego en el Alentejo portugués, cuyos hombres y mujeres le llamaban ‘Don Pedro’, ‘Pedro el pintor’. ‘Pedro el francés’. Esa María es la Celestina. ¿Quién no ve ahí al Lazarillo?Pero es que luego me menciona a Pedro, el niño del gallito: ¿no es inevitable ver en él al Lazarillo de Tormes? Este ejercicio lo convirtieron en exposición María Corral y Lorena Martínez del Corral en 2006 en el Museo de Bellas Artes de Sevilla con ‘Realidades’, aprovechando que el centro cedía parte de sus fondos a Francia y dejaba huecos que se completaron con los retratos de Gonnord: «Pudimos ocupar esos espacios con facilidad porque eran exactamente iguales que los retratos barrocos que había allí. Recuerdo una pieza, ‘Bruno’, que era igual que un monje de Zurbarán. O ‘Kevin’, que siendo como era un portero de discoteca, era idéntico a uno de los Reyes Magos», repasa ahora Lorena, que se quedó con las ganas de hacer este mismo juego en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando o en la Hispanic Society de Nueva York. Su madre, María, no era muy partidaria al principio de realizar este diálogo por el revuelo que podría causar en una sociedad como la sevillana, muy apegada a sus tradiciones. «Sin embargo –revisa en sus pensamientos– llegó Carmen Laffón y nos dijo: «¡Esto es una maravilla! ¡Esto es otra cosa!». Pierre era capaz de conectar con todo el mundo. Y su manera de empatizar con nosotros no fue un conocimiento adquirido sino consecuencia de una forma de actuar y de la importancia que la pintura tuvo siempre en su obra». Solo así se consigue que una ‘gheisa’ pueda sustituir a una santa de Zurbarán.Para Lorena, Pierre Gonnord «ha sido uno de los artistas que mejor nos ha entendido a los españoles y que más ángulos de nosotros mismos nos ha permitido ver. Nos abrió los ojos a muchas cosas que no conseguíamos ver de nosotros». Sin embargo, para Carmen Fernández Ortiz, quizás su última comisaria, con la que realizó un trabajo soberbio sobre el exilio para las Arquerías de Nuevos Ministerios antes de la pandemia, pero con la que ya colaboró en el CEART, con sus mineros para el Instituto Cervantes, con sus monjes, para el Museo de la Evolución, Pierre no impostaba porque se sentía realmente español: «Su obra, a mucha gente le recuerda al Siglo de Oro, pero no es eso lo que buscaba, sino que perseguía una personalidad propia en cada retratado, con la obligación de que el resultado fuese a la vez universal y temporal». Para Doctor, los referentes, más allá de la pintura y sobre todo en la pintura, estuvieron siempre en dos fotógrafos clásicos: Agust Sander y Mike Disfarmer.Recorridos. De arriba abajo, el fotógrafo con su marido y albacea, José Luis Maroto; ‘Vendaval’, uno de sus retratos de animales; y ‘Elena y Aquilles II’, de sus retratos al pueblo gitano Archivo Pierre GonnordGitanos, monjes, prostitutas, ‘harrijasotzailes’ (levantadores de piedra vascos), mineros… Todos ellos, como argumenta Enrique Ordóñez Las Heras, uno de los máximos coleccionistas de Pierre, con más de 30 o 40 obras en un conjunto ahora depositado en el TEA-Tenerife, dan pie a «un trabajo muy visual, muy cinematográfico, en el que los fondos negros se ponen en favor de una figura, pues obligan a concentrar la mirada en el personaje, sin nada que distraiga, y con una luminosidad que regala unos resultados de fuerza bárbara». Pero, ¿qué tienen en común sujetos tan dispares? Para responder, acudo al propio Pierre, a las declaraciones que nos dio en una de las últimas entrevistas en nuestra revista: «Manejo realidades en vías de extinción. Tengo un gran respeto por el acto fotográfico. Tanto como por las personas que retrato. Porque manejo situaciones que van a desaparecer o pueden hacerlo. Es además una forma de fijar un momento de mi vida en un proceso que es mágico […]. Hay muchas formas de retratar. A mí me gusta romper el grupo por el individuo, y paso mucho tiempo con ellos […]. Mi trabajo no se ancla en series, se ancla en vidas»…¡Qué persuasión!¡Y qué persuasivo podía llegar a ser para conseguir esto! En este sentido, Doctor apunta que no fue un fotógrafo prolijo, de muchos disparos: viajaba lejos, pasaba muchos meses con los modelos, pero podía volver con 40 o 50 tomas. Y, como señala Juana de Aizpuru, nunca les pagaba. Se los ganaba. «Como mucho, les ofrecía alguna recompensa, hacía cosas por ellos». De lo contrario no se habría ganado su confianza. Claro que había cosas que se truncaban, permisos que no llegaban, como esa tarjeta de memoria que le obligaron a borrar tras conseguir la apertura de un convento de monjas ortodoxas o esa cámara requisada en Pekín tras hacer todo el ferrocarril transmanchuriano. Y su versatilidad logró que supiera entender los animales, los paisajes, como extensiones de los individuos y buscar la misma esencia en esos resultados. Y que la entereza y la mirada no se diluyera cuando se trataba de hacer un retrato a una personalidad. Gonnord cultivó el encargo. De los últimos, para el Museo del Prado. De hecho, las primeras personas que aparecen en el Pierre germinal fueron agentes vinculados a la Sociedad de Autores, y ante su cámara, luego, se situaron ministros, un presidente del Gobierno, la propia De Aizpuru, para la que fue «como un hijo» («Y yo le decía: «Has llegado tarde, Pierre. Yo ya no estoy para muchos esfuerzos y voy a salir con muchas arrugas»»). «Él nunca quiso autorretarse, aunque yo creo que todas sus fotos son autorretratos», sentencia Maroto. A él le corresponde un gran reto: «Siento con gran emoción que soy responsable de un legado, de una difusión. Estoy trabajando con documentalistas, ahora exhaustivamente, para organizar todo el archivo de Pierre Gonnord. Haremos también un catálogo razonado y hay que encontrar una galería que, tras el cierre de Juana, pueda representar a Pierre como se merece». Gonnord, siendo como era concienzudo, dejó el trabajo avanzado. Sobre todo cuando ya sabía que iba a morir y, como relata su ex galerista, volvió al estudio cada vez que podía. ¿Qué se trunca con su pérdida? Para Cristina García Rodero, si todo hubiera seguido un curso natural no roto por una enfermedad, «20 años capitales, en los que se pueden hacer muchas cosas. Además estoy segura de que Pierre habría trabajado hasta no haber podido aguantar por viejo la cámara con las manos»; Para García-Alix, «a una persona con cero maldad, íntegra». En rostro y alma. De arriba abajo, ‘Miroslaw’, de la serie de los ‘Mineros’; Gonnord en una imagen de archivo; e ‘Iris’, uno de sus retratos más icónicos Archivo Pierre GonnordDoctor, que reconoce que Pierre se encontraba en una etapa muy fructífera, experimentando con soportes y escalas, siempre fantaseó con un Pabellón Español en Venecia con su obra, ciudad a la que volvía con Lorena Martínez de Corral a disfrutar de sus fiestas del Redentore, y de la que su madre, María Corral, reclama ya una gran antológica con su trabajo. Fernández Ordóñez, como todos, lamenta «esta pérdida que no se puede expresar con palabras» y señala cómo entrábamos en la «etapa más comprometida, si cabe, del creador».Pierre Gonnord fue un hombre tremendamente espiritual, religioso, para el que la muerte solo es un estadio. Y así, dejó escrito para su epitafio: «No llores si me amas […] ¡Cómo!… ¿Tú me has visto, / me has amado en el país de las sombras/ y no te resignas a verme y a amarme en el país de las inmutables realidades?». Y la poesía le rodeó hasta las últimas horas. En ellas escribió junto a su ‘Karmentxu’: «Las flores son un mapa emocional de belleza en nuestro entorno, y nos recuerdan de dónde venimos y a dónde podemos ir»). En su funeral, la artista Ruth Toledano remarcó cómo nos dejó «con esa incógnita que deja siempre el que se va demasiado pronto». Una incógnita sobre la que le fascinaría conversar a alguien de «inagotable estímulo intelectual y acento delicioso». Pierre tuvo «el don del arte». Sirva el homenaje de ABC Cultural en ARCO como nuevo punto de anclaje y arranque de todo lo que está por venir y todo lo que aún nos tiene que mostrar.

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