La memoria estéril
En la conversación pública española, el nombre de Gregorio Ordóñez suena hoy mucho más lejano que el de Franco. Si es que suena algo. Sin embargo han pasado treinta años de su asesinato y cincuenta del acontecimiento funerario que Pedro Sánchez celebra como si él mismo lo hubiera provocado. Está muy dicho pero esa memoria oficial selectiva elaborada por los amos del relato es la que ha permitido a los herederos de ETA convertirse en factor colaborativo y determinante de las políticas gubernamentales a cambio del blanqueamiento de su pasado y de la liberación cada vez más rápida de sus ya escasos colegas presidiarios. El escaso eco de la efeméride –incluso en el propio PP– deja un sabor amargo de soledad, incuria y desengaño. De fracaso.En enero de 1995 , la sociedad no había acabado aún de tomar conciencia de la condición simbólica de las víctimas. Ni siquiera la masacre de Hipercor sirvió para que la opinión ciudadana advirtiese el carácter extensivo, nacional, de la agresión terrorista. Un amplio sector de la población creía que la amenaza afectaba sólo a policías, militares y políticos no nacionalistas, y hasta el crimen de Miguel Ángel Blanco no se produjo, por sus singulares características de crueldad, una verdadera sacudida de rebeldía. El de Ordóñez, como luego el de Tomás y Valiente, fueron el anticipo de lo que se venía encima: un desafío global y aleatorio contra todo lo que representara el sistema de libertades colectivas.Eso es lo que ha quedado en el olvido con la despenalización jurídica y moral de los legatarios etarras. La tragedia del mayor ataque sufrido por la democracia contemporánea ha sido ignorada desde que la banda dejó las armas para proseguir su proyecto, el plan de hegemonía totalitaria que Ordóñez y tantos otros estorbaban, a través de la influencia institucional regalada por un Estado bajo síndrome de amnesia voluntaria. Sin arrepentimiento, sin rectificación, sin renuncia programática, sin necesidad siquiera de una protocolaria palinodia falsa. Para qué si nadie les ha exigido nada y con pleno orgullo de su trayectoria, que exhiben como una colección de medallas, son esenciales en las alianzas parlamentarias y están a un palmo del poder en la autonomía vasca. De los tres asesinos de Gregorio , uno salió hace tiempo de la cárcel y otro lo hará en breve gracias a la última reforma legislativa de Sánchez. Sólo Txapote tendrá que esperar un poco más debido al peso de su currículum de sangre. El sumario sobre los autores intelectuales del atentado está en el aire. Queda el esfuerzo memorial de Consuelo, su hermana, y de Ana, su viuda, vestales de una dignidad irrenunciable acostumbradas al oprobio y los desplantes. Y la sospecha hiriente, desesperanzada, de que por más vueltas retrospectivas benévolas que podamos darle, aquel infame tiro en la nuca salió política y pragmáticamente rentable.