El ‘Me Too’ de ellos
Hay un punto de justicia poética en el macroproceso por violación que se celebra estos días en Francia . Picasso pintó ‘Las señoritas de Avignon’, un cuadro idolatrado por el mundo del arte porque supuso la ruptura con el realismo. El título por el que ha pasado a la historia el cuadro que inauguró el cubismo responde a una confusión. Su inspiración fueron las prostitutas de la calle Avinyó de Barcelona, pero se ha quedado con la localización de la ciudad gala. En ella se celebra estos días el macro juicio contra Dominique Pelicot, el marido que drogaba a su mujer y alentó y promovió que otros hombres la violaran. En el banquillo hay cincuenta sentados. Faltan al menos dos decenas a los que no se ha podido localizar.Gisèle, la mujer, ha querido que el juicio se celebre a puertas abiertas. No esconde su cara. «Que la vergüenza cambie de bando», ha dicho. Picasso pintó a las chicas, Gisèle; con su coraje, nos está permitiendo ver a los violadores. Como en un ‘Me Too’ a la inversa: ella es una, los violadores son infinidad. El movimiento ‘Me Too’ vino a romper uno de los grandes tabús que históricamente recaían sobre las mujeres: somos unas cotillas. El ‘Me Too’ supuso el empezar a creernos. Sacar el relato del dolor, el abuso y la agresión de la conversación privada, del murmullo. Hacerlo público. Denunciarlo.Los cincuenta señoritos de Aviñón comparten estrategia de defensa. Tienen una excusa conjunta. Que no sabían que Gisèle estaba inconsciente y que creían que era un juego de pareja. Aquí tienen, su ‘Me Too’. El cotilleo del violador con los amigos. Entre bromitas. El argumento. La razón. La justificación. Si a ella lo que le hago también le gusta, ¿cómo no le va a gustar? Debe ser lo mismo que le deja dormir al putero tras salir del burdel en el que se explota a mujeres drogadas y semi inconscientes. La tesis del que financia la trata, del que viola pagando.Al final van a tener razón quienes proponen, con tanta ironía –o miedo–, que sería mejor firmar un contrato antes del sexo para que quede constancia de lo que se acuerda y lo que no. Vaya que sí. Sólo que a algunos igual les supone un problema. Eso conlleva reconocerle la conciencia y la capacidad de decisión a la mujer. Es decir, considerarla persona igual que ellos.Se cuenta que, con sus señoritas de Avignón, lo que inicialmente pretendía Picasso era advertir a sus colegas sobre las enfermedades venéreas. Más de cien años después, al ponernos en el cuadro público a los violadores de Aviñón , la valiente Gisèle firma, también, una obra de arte histórica. Pero en sentido inverso a Picasso, la suya nos acerca al realismo. Al más crudo. También trae advertencia: pueden ser nuestros vecinos, no consideran que violar esté mal y, por supuesto, se defienden entre ellos. Ahí lo tienen: su ‘Me Too’.