Andalucía y la Ruta de la Seda
Me acompaña hoy más que nunca la memoria de las aventuras de Marco Polo, y divisando desde la habitación de mi hotel el interminable y vastísimo horizonte de Shanghái no puedo evitar sonreírme al intentar comparar si cabe, esta embajada o misión comercial con las aventuras de aquellos primeros transeúntes de la Ruta de la Seda. ¡Que osadía!Que los responsables políticos viajen a otros países, y que lo hagan acompañados de empresarios, cuyo patio de trabajo es el mundo, es un saludable ejercicio de promoción de las virtudes de nuestra tierra, pero más allá de un ejercicio institucional y comercial, conlleva conocimiento y reflexión ante mundos distintos, diferentes valores, modelos de sociedad o estilos de vida. Viajando se combate el nacionalismo, decía Unamuno, ya que estimula la humildad, estira las costuras de nuestras certezas, y nos invita a la comunidad internacional, aquella que siempre va más allá del horizonte de nuestra infancia. Bien hecho Gobierno de Andalucía y bien hecho Cunext, Coxabengoa, H2B2, Ghenova, Inerco y Ximénez Group, que acortaron sus vacaciones para mostrar a políticos y empresarios en China un perfil de Andalucía técnico, vanguardista y emprendedor; alejado de los tópicos que gustan a los amigos del reduccionismo.La República Popular de China es un país inquietante, de una inmensidad sobrecogedora y de una capacidad de transformación sobresaliente, catalogado en nuestro Occidente dentro de los binomios de polarización clásicos. Vine a este viaje descargado de prejuicios para poder extraer conclusiones más útiles para aquellos que lean estas palabras. China, en los años que dura nuestra democracia, ha pasado de una economía de base agraria y con una importante parte de la población bajo el umbral de la pobreza, a una potencia industrial (la fábrica del mundo), y finalmente desde hace años abandera la innovación tecnológica con una determinación firme. En este proceso no solo ha transformado su economía, sino que ha multiplicado por seis su renta per cápita, y ha sacado de la pobreza a 800 millones de personas.Visitar China tiene mucho de visitar un futuro construido a base de digitalización, tomar el tren rápido y utilizar como único documento tu pasaporte, pagar una comida por reconocimiento facial, recorrer parte de Pekín en un coche autónomo, y observar el cuidado inmaculado en cada detalle. En ese futuro de luces sobresale el skyline de Shanghái desde el Bund, o la inmensidad del puerto de Ningbo. La innovación es un musculo que China ha decidido ejercitar, y los presupuestos de innovación y la obsesión los llevan a la excelencia, que muestran orgullosos en las recepciones de sus empresas, como si fuesen museos dedicados al avance tecnológico. Y en esa determinación no se queda atrás una apuesta clara por la transición energética, con la electrificación de la movilidad como punta de lanza de una apuesta clara por un futuro en verde. Hace años visitábamos China para que nos fabricasen y hacíamos outsourcing en ciudades como Shenzhen que hoy son urbes digitales, tecnológicas y futuristas. Hoy, ironías del destino, son ellos los que vienen a nuestra tierra a instalar sus fábricas y en este viaje numerosos anuncios en ese sentido corroboran esta industrialización inversa con Europa.Pero China nos da miedo. Su crecimiento invita a proyecciones que la convierten en la primera economía del mundo y nos imaginamos un imperialismo como el de su predecesor. Su capacidad de transformación en un modelo político de partido único atenta contra los valores de la democracia con la que hemos crecido y nos extrañamos al ver caras felices y rentas per cápita crecientes; nos irrita su autismo en la política internacional, acostumbrados al intervencionismo del Capitán América y de la elocuente Europa. En definitiva, nos rendimos a su poderío económico, pero comerciamos con una sombra de duda en sus verdaderas intenciones. Los juzgamos con los valores de occidente y nos equivocamos.China es un país milenario, con un acervo cultural que hoy quieren recuperar y poner en valor, China es un país poderoso porque trabaja duro y se mantiene firme en sus apuestas. China no quiere ser una superpotencia ni colonizar el mundo con su gastronomía o su estilo de vida, ni pretende juzgar lo que otros hacen, por mucho que nos extrañe. Y es que siempre fue así. Ya en el siglo XIX se oponían a abrir sus puertos al mundo. China tiene el orgullo de país que dan las medallas de oro en una Olimpiada, pero quiere tejer lazos y recorrer de nuevo esa Ruta de la Seda que fue flujo de cultura, política y economía. Compartimos con ellos una economía de mercado y nos separa el modelo político, pero ¿dónde está escrito que la democracia es la única receta? ¿En las montañas de Afganistán? ¿En las favelas de Río? ¿En los barrios de Caracas? No podemos entender que no quieran la supremacía porque en nuestra escala de valores eso no es opción.Desde luego no es un mundo perfecto, pero sí creo que es un socio fiable. El discurso de estos días ha sido consistente y sus acciones casan con sus actos; abandonar sus fronteras es una nueva transformación a la que se enfrentan. Andalucía, ha quedado patente en estos días, es la puerta de entrada en esa redefinida Ruta de la Seda, aunque en este capítulo Marco Polo viajara en sentido inverso.SOBRE EL AUTOR José Manuel González Empresario