La primera vez que vi a Jesús Rodríguez
Lo escribo un martes pero este déjà vu comienza a pensarse el sábado: un jugador del Betis Deportivo vuelve a desquiciar la sombra del Decano y merced a otra goleada hace verdaderas aguas la defensa de un histórico del fútbol español. Llámenlo por su nombre que ya les sonará a música su común apellido —porque lo van a llamar—, Jesús Rodríguez , igual que sucediera con un Juan Cruz que hoy es santo y seña de un Leganés que sueña en voz alta. Porque fue precisamente el Recreativo de Huelva el damnificado que sufrió a estos dos jóvenes extremos lucirse con la nodriza piel verde y blanca antes de ser requeridos por un Pellegrini que pide acción y frescura en tres cuartos de campo y que sea lo que ellos quieran. Desde su atalaya Cruz no bajó ya ni para recoger las cosas de su taquilla. Sólo para ejecutar aquella falta magistral que acabó con su último pequeño gran derbi en la Luis del Sol. Esas balas ahora las gasta sin miramiento desde los mejores balcones de Butarque. Y ansía el Betis en esa zona huérfana de Isco, Ayoze, Fekir y Rodri dinamismo sin florituras. Pura electricidad y desborde. Europa exigirá auténtica verticalidad desde el minuto uno. Y la banda del Villamarín pide a gritos uno de esos extremos distintos que engañen con la pelota contándote su verdad. Jesús es uno de esos elegidos, pero el beticismo debe estar preparado para verlo equivocarse; justo lo contrario a lo que aguantó Assane. Porque estoy convencido de que de verlo disfrutar y hacer disfrutar a quienes lo aplaudan acabará acostumbrándose.Del 17 que él mismo pidió llevar, más por inocencia que por cargar con esa responsabilidad, tiene la hechura y el segundo de sus apellidos. También los sueños que ayer eran llevar el 22 ó el 11 en distintos escalafones. Nadie le pida más pero tampoco se ilusione menos por cómo apunta este aventajado niño de Alcalá que hizo las maletas desde el Nervión, con artículo; supo lo que era un vestuario en ese equipo satélite que es el Calavera de la fábrica heliopolitana, y fuera en la temporada pasada cuando acabara derribando la puerta con un arranque sensacional en el División de Honor, lo que le valió la llamada de la selección española sub 19 con la que meses después se proclamaría campeona de Europa, junto a Assane y Yanis, y también fuese historia su última renovación, que distaba un horizonte marcado por la tinta deleble de 2026. No se espera que su nuevo contrato expire antes de 2029 para mejorar su cláusula y ponerle otro balón más grande en sus pies. Debe saber aprovecharlo y gestionar bien cada paso.Recuerdo verlo debutar con el Betis Deportivo en directo en un derbi de filiales. Dotó al equipo de una profundidad que no venía consiguiendo ninguno de sus compañeros. Hizo cosas distintas, como tirar diagonales, barrer la línea de fondo y centrar como un cosaco. Fue un martillo pilón en versatilidad y disciplina a la hora de encarar. Nunca terminaba de hacerlo, siempre buscando esa misma verdad en cada una de sus acciones. La destreza para estirar a los suyos cuando estaban en desventaja. Eso fue lo que encendió mi bombilla con la luz que ahora pulsa con fuerza un centrocampista en ciernes denominado Ismael Barea. Anótenlo.He ahí la verdad, en los pies de Jesús, un extremo hecho a sí mismo y a sus regates, por los que ha levantado suspiros a ritmo de ole en Miranda de Ebro y en Tenerife, casas de acogida de buenos canteranos, antes de entregarse al Betis. Nadie puede contener la inquietud de un bético cuando ve a uno de los suyos entrenar cerca de Pellegrini, pero conviene recordar siempre que cuando Joaquín debutó en aquel multiusos de San Lázaro, Jesús tenía apenas cuatro años. Y bajo la libertad de su fútbol no pagarán justos por comparadores.