Tres mil mentiras

El buenismo es una de las peores estafas de la sociedad ‘woke’. Nos tiene a todos maniatados ante la falsa moral de los presuntos altruistas jipis. Por eso hay que hacer todo lo posible por romper ese velo de hipocresía y llamar a las cosas por su nombre. Vamos al grano. En varios puntos del Polígono Sur como las Vegas y la barriada Murillo no hay un problema de exclusión social, hay un problema de criminalidad. Decir que en esos pisos saqueados por el salvajismo, por cuyas ventanas asoman armas de guerra, hay marginación es mentir deliberadamente. En esos bloques se maneja más dinero que en los barrios supuestamente elitistas de la ciudad. Se ven coches de gran cilindrada en los bajos y, según cuentan los policías que han entrado a hacer registros en alguna ocasión, hay hasta paredes enfoscadas con cristales de Swarosky. En el Polígono Sur sí hay carencias sociales a mansalva, familias con las rentas más bajas de España, currantes a los que el sistema ha orillado. Y todo el esfuerzo que las administraciones dediquen a rescatarlos de la exclusión que sufren es poco. Pero si alguno de los buenistas que dan lecciones de humanidad se toma la molestia de preguntar a estos vecinos por la situación que se vive en los guetos de la droga comprobará que ellos son los más afectados por esas organizaciones criminales. Por culpa de los clanes de la marihuana, que tienen extensos invernaderos repartidos por torres enteras, los transformadores de Endesa salen ardiendo porque para iluminar las plantaciones se enganchan ilegalmente a la red eléctrica, construida para un consumo doméstico, no para un uso industrial. Eso provoca constantes apagones en los pisos del barrio que pagan la luz religiosamente y pone en riesgo de incendio domiciliario a los vecinos. Es decir, el cuento de que Endesa le corta el suministro eléctrico a los barrios pobres es mentira cochina. Quienes cortan la luz son las mafias de la droga. Por lo tanto, el problema de esos guetos perfectamente localizados no es de marginación, sino de automarginación. Son delincuentes. Están al margen de la ley. Punto.Aquí no caben posturas blandengues. El buenismo ‘woke’ intenta convertir en un escándalo que en las Vegas no entre el camión de la basura. El debate es fácil de resolver: que los ‘happyflowers’ de salón le pregunten a los operarios de Lipasam, que no son sospechosos de pertenecer a la aristocracia. O que vayan ellos un día a recoger los contenedores mientras las balas cruzan del quinto de una acera al quinto de la otra. Es la gente del barrio de toda la vida la que no se merece ese miedo. Desgraciadamente, en las Tres Mil Viviendas hay muchas carencias que exigen más compromiso institucional. Hay muchísima gente extraordinaria, la mayoría. Y también hay organizaciones dejándose el alma en la normalización de los excluidos. Pero existe un espacio secuestrado por la delincuencia que no se puede blanquear con santurronería progre. El progreso consiste en proteger a los buenos de los malos, especialmente a los que están más cerca de ellos. Lo demás es mentira sobre mentira. Tres mil mentiras.

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