José María Luzón Nogué: «El gran discurso de los museos coloniales no tiene sentido en España. Nosotros no tenemos medio Partenón»

José María Luzón Nogué (Jaén, 1941) es doctor de Arqueología por la Universidad de Sevilla y catedrático de Arqueología de la Universidad Complutense. En su currículum cuenta haber sido director de dos grandes museos nacionales, el Arqueológico y el del Prado, instituciones donde dejó su impronta como gestor. Su vinculación con Sevilla es muy temprana, ya que estudió en el Colegio Internacional de Sevilla San Francisco de Paula a partir de 1953, coincidiendo allí con otros ilustres alumnos como el fundador de Ayesa, José Luis Manzanares. Recientemente este centro escolar la ha rendido un homenaje poniéndole su nombre al departamento de Artes Visuales y Tecnología. En la actualidad, este arqueólogo desempeña el cargo de bibliotecario y gestiona el importante archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. —¿Qué recuerdos tiene de su etapa de formación de la Universidad de Sevilla?—Fue una etapa importante para mí y llegué a ser profesor adjunto. Mi maestro en arqueología fue Antonio Blanco Freijeiro. La Universidad de Sevilla que recuerdo es muy distinta a la de hoy. Blanco Freijeiro había venido de Galicia y se había formado en Madrid, en Oxford y Heidelberg con grandes maestros. Nos abrió muchas puertas a mí y a otros porque su formación era diferente. Nos enseñó a formarnos fuera del nido podría decirse y nos habló de la importancia de la formación internacional y de los idiomas. Yo quería ser arqueólogo, no un cronista local. También en aquella época coordiné entre 1970 y 1974 las excavaciones de Itálica. En esos años se excavó el teatro y un par de casas como la del mosaico de los planetas. Trabajé muy intensamente en Itálica. —¿Qué otros hitos marcaron su formación como arqueólogo?—A mí me marcó mucho el año y medio que estuve en Estados Unidos. Tuve un profesor de origen alemán que se dedicaba al mundo griego. Muchos se habían ido de allí huyendo del nazismo. Luego estuve en Alemania en la Universidad de Marburg, donde tuve grandes maestros y compañeros que han ocupado destacados cargos en la arqueología internacional. Yo mismo durante los últimos diez años he estado con la vista puesta en un proyecto que internacionalizaba lo que hacíamos en España. He hecho asimismo excavaciones en Pompeya. Eso me ha marcado tanto a mí como a otros alumnos que han estado allí. Es un lugar soñado por cualquier arqueólogo. En Pompeya estás en contacto con equipos ingleses, rusos, franceses, etc. Se establecen unas relaciones internacionales que duran. Eso ayuda a que no estemos aislados. —¿Cómo ha influido en su trayectoria profesional ser director de dos grandes instituciones como el Museo Arqueológico Nacional y el Museo del Prado?—El Museo Arqueológico Nacional por dentro es una máquina compleja. Cuando el público va a un museo sólo ve las salas que se abren al público, pero dentro se hacen muchas cosas. Ese trabajo de dentro me interesa mucho, sobre todo la investigación. Siempre he defendido que los museos son centros de investigación. Cuando fui director del Arqueológico se reestructuraron los departamentos, se amplió la plantilla —un requisito que le puse al Ministerio de Cultura para asumir la dirección— y se dio un salto bastante importante. Es un museo de referencia en cuanto a la estructura interna que debe tener un centro de este tipo. El Prado es otra cosa distinta. Es el museo que más ven las personas que vienen de fuera de España y el que tiene más referencia a nivel internacional. Eso me dio mucho vértigo. Además, está relacionado con todos los grandes museos del mundo porque se prestan obras y también el director del Prado participa en conferencias o en simposios en otros museos. He estado en ese mundo de los grandes museos, donde se tratan muchas cuestiones. Hay mucha política cultural europea. Participé en una cena en el Museo Británico con otros directores de museos en la que se charló sobre identidad europea. Diría que los museos son herramientas de política exterior de los países. Eso se puede aplicar al Museo del Prado. —Y ya que hablamos de museos, ¿qué le parece todo el revuelo que se está montando con el tema de la descolonización?—Ese es un problema que se conocía hace años en el ámbito anglosajón sobre todo. Hace treinta años algunos directores de museos estadounidenses y de Canadá se veían obligados a meter como miembros de patronatos a comunidades indígenas. A mí eso me parecía muy raro. El discurso colonialista en España no tiene ni de lejos las consecuencias y las raíces que he conocido en los museos anglosajones y en otros museos de europeos. Europa estuvo expoliando Egipto y Oriente Próximo. España no estuvo allí. España tiene una colección pequeña de antigüedades egipcias que vinieron con motivo de la inauguración del Canal de Suez. Hay quien discute el tema del templo de Devod. Se preguntan cuándo vino y en qué circunstancias vino, y si debe o no estar en Madrid. Salvo dos o tres cosas menores, el gran discurso de los museos coloniales europeos no tiene sentido en España. Nosotros no tenemos museos de ese tipo con obras procedentes del colonialismo como el Museo de Pérgamo de Berlín. En España no hay medio Partenón, no tenemos la Piedra de Rosetta o todos los tesoros arqueológicos del Museo del Louvre. Esos museos sí están dando pie a discusión, pero España no tiene ese tipo de museos. Dicho lo cual, esto no quiere decir que en España no se haya generado debate sobre estos asuntos y que haya piezas que han ocasionado polémica como el tesoro del los Quimbaya. Pero ese tesoro no está en España como producto del colonialismo, sino que por motivo de un tema de Estado, Colombia se lo regaló a España y está el documento que lo certifica. Lo que me planteo es si España tiene que jugar o bailar con la música que le están tocando desde fuera. —¿Ha tenido la ocasión de hablar sobre este asunto con el ministro Urtasun?—No he hablado aún con él, pero le daría razones para matizar este debate en España. Lo cual no quiere decir que me oponga a que se hable del debate del colonialismo. Simplemente, no me gusta entrar en una discusión o mea culpa que no es nuestra. Cuando las personas no conocen la historia que tienen entre manos llegan estos problemas. No es cuestión de politizar. Es un tema que me queda lejos. Se dicen muchas tonterías al respecto. —Usted impulsó en su momento la Escuela Española de Historia y Arqueología de Atenas. ¿Por qué no ha salido ese proyecto hacia delante?—Es una vergüenza que España no tenga una escuela en Atenas. Muchos países que no tienen raíz helénica están en Atenas y nosotros, que tenemos raíz helena en nuestra cultura hispánica, no estamos presentes allí. Siempre que se ha hablado de ello el tema se ha ido al traste. Víctor Hugo, en la Asamblea Francesa, apoyó que se abriese una escuela en Atenas que acabó inaugurándose a mediados del siglo XIX. Nosotros llevamos dos siglos de retraso. Creo que hemos tenido a gente muy inculta al cargo de responsabilidades. No es tema de presupuestos. Cuando estuve en la Dirección General de Bellas Artes consensué con el Ministerio de Cultura abrir una escuela en Atenas, pero luego no se hizo. Nuestros alumnos no tienen el paraguas que el Estado griego requiere para que haya una actividad arqueológica. No se pueden hacer trabajos en Rodas. Hay dos casas en Rodas que debían ser responsabilidad española porque tuvimos caballeros de Rodas, pero ahora no tenemos casas allí. Se trata de la Casa del Habla de Castilla y la Casa del Habla de Aragón. Las dos casas estaban abandonadas: una era un taller de motos y la otra tenía okupas. Pero las casas de otros países estaban perfectamente conservadas. Me enseñaron esas casas nos las cedían siempre que España tuviera una sede estable en Grecia, pero no se ha hecho nada al respecto. Esas casas españolas estaban vinculadas a los caballeros de Rodas. Etapa de estudiante en el Colegio San Francisco de Paula—Recientemente, el Colegio San Francisco de Paula le ha rendido un homenaje poniéndole su nombre al departamento de Artes Visuales y Tecnología. ¿Qué me puede decir de su etapa como estudiante en este centro? —Tengo muchos recuerdos. Empecé a estudiar allí en 1953 y estuve hasta sexto de Bachillerato. Era un colegio laico de mucha calidad. Ahora mismo es un colegio que ha evolucionado mucho y tiene la categoría de internacional. Hay alumnos de más de 40 países, según me ha dicho el director, Luis Rey Goñi. Él también me ha pedido que le dé una clase a sus alumnos dentro de unos meses. Yo le contesté si podía darla en inglés y me ha dicho que no hay ningún problema. Este centro no tiene nada que ver con lo que eran antes los colegios. Es un colegio excelente. Yo estudié en un curso —que no fue el mejor de los cursos— donde estaban Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, que luego fue embajador de España en la ONU. También coincidí con José Luis Manzanares, futuro fundador de Ayesa, y con Manuel del Valle, que luego fue alcalde. Nos sentábamos juntos. Otros de mi promoción son el abogado Jorge Piñero, el ingeniero Agustín Argüelles y Aurelio Murillo, un farmacéutico brillantísimo. Éramos unos 30 alumnos en mi curso, y no fue el mejor. Muchos de esos alumnos han sido porcentualmente personas importantísimas dentro de la vida cultural y social de Sevilla. Siete u ocho alumnos de mi curso acabamos la carrera con Premio Extraordinario de Fin de Carrera. El colegio tiene un gran nivel. Le debo mucho a la formación de base que recibí en el San Francisco de Paula.

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