Dios transparente

LA lluvia siempre es un golpe de Estado; una toma, una conquista. La lluvia no negocia, impone, dicta, ordena, manda, ocupa. Baja la lluvia y nada se resiste a su avasallamiento. Ante su llegada, todo es callada obediencia. No hay sol que le pueda, ni cielo que se le resista; la infantería de los vientos abre brecha en las murallas de la luz, y cuando éstas ceden llegan los primeros arqueros y van pasando a flecha cuanto encuentran a su paso. La lluvia expropia todo lo que toca. Porque la lluvia, siempre que viene, viene a lo suyo, a sus terrenos, a sus propiedades. Cuando la vemos correr, no es la primera vez que corre por una ladera, un camino, un río, una gavia, una avenida… Y la lluvia también es siempre una reconquista. La sequía no es sino el viejo territorio perdido de la lluvia. Pero ocurre que la sequía se acostumbra pronto a ese territorio ganado con imposición de sus fuerzas aéreas y celestes, el empuje de los vientos solanos y el ataque despiadado a las nubes, y pronto olvida que ese territorio no es suyo, y gobierna con despótica autoridad. La sequía es el revés de la vida; la lluvia, la vida misma, la cara de la vida, el perfil de lo divino, la huella de la Mano. La lluvia es la verdad. La lluvia viene a alegrarlo todo, a celebrar la vida, a resucitar, a festejar los frutos, a regalar aires limpios, a enriquecer la tierra. La lluvia es el Dios transparente.La luz de octubre no puede negar que es hija de la lluvia. Asomarse a la tarde a ver cómo esa luz se alegra al verse dentro de la sonora jaula del aguacero, es oír cantos primigenios, hermanos —¿o son los mismos?—, que sonaron en aquellos días inmediatos a la Nada, cuando la Voz de la Mano fue diciendo que todo fuera haciéndose. Ha vuelto la lluvia y no sólo ha vuelto para ocupar de nuevo sus territorios, también lo hace para devolvernos a nosotros la memoria de ella, de la lluvia, que la lluvia está en nosotros en el viejísimo retrato de los primeros asombros. ¿Quién no recuerda la que considera su primera lluvia? ¿Quién al ver llover no reconoce el sonido, la imagen, el olor, el tacto de aquellas lluvias de la infancia, todavía mojándonos los recuerdos más felices? Ha llegado la lluvia y manda, ordena, dicta en su ocupación. Y qué felicidad, qué honor, aceptar gustosamente el vasallaje.

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